Hechos, no palabras

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Foto: Getty Images

OPINIÓN

El último Balance Energético Nacional (BEN) refleja que las emisiones de dióxido de carbono aumentaron en Uruguay durante 2021 un 22% respecto a 2020, llegando a niveles no vistos desde 2012.

Res, non verba. "Hechos, no palabras” en español. En latín todo suena más “inteligente” (o snob), pero eso no quiere decir que no sea cierto. Posiblemente, el mejor ejemplo de esto hoy es lo que está pasando en el mundo energético.

Movimientos desde la COP

En la conferencia climática más famosa de todas —la COP— más de 200 países prometieron en noviembre del año pasado reducir el consumo de carbón (de los combustibles más contaminantes) para hacer frente al cambio climático. China, un gran financiador de plantas de generación a carbón en el extranjero, se comprometió a dejar de hacerlo. Así, el fin de 2021 fue el tiempo de la esperanza para los activistas, vislumbrando menor dependencia de los fósiles, y el carbón en particular.

Pero 2022 empezó —y sigue— con altos precios energéticos, una guerra que afecta la oferta de combustibles fósiles rusos y un resurgimiento del deseo de mayor independencia energética, poniendo presión a gobiernos, lo que ha devenido en numerosos países recurriendo a alternativas domésticas de mayores emisiones. Entre ellos, países o regiones que han sido embajadores de políticas climáticas tanto dentro como fuera de sus propios naciones.

En Europa por ejemplo, Alemania y Países Bajos han reiniciado la operación de plantas de generación a carbón que habían quedado en desuso o debían cerrar. Europa acelera también la inversión y puesta en marcha de terminales de gas natural licuado —una alternativa al gas ruso— lo que implica potencialmente nuevas inversiones en combustibles fósiles, inversiones que llevan al menos un par de décadas en repagarse (y por tanto en usarse). Estados Unidos también ha postergado el cierre de centrales eléctricas a carbón.

Asia tampoco se queda atrás. China ha llegado a niveles record de producción y consumo de carbón. Sin embargo, el punto de la inconsecuencia es menos fuerte en este caso.

Habrá que ver cuál es la factura final de emisiones; no olvidemos que entre medio (y en parte en consecuencia) también tenemos varios países que ya muestran desaceleraciones, como varios en Europa, o China, lo que quita presión a las emisiones. Pero no descartaría que en algunos países haya menor crecimiento del producto interno bruto (PIB) pero con mayor intensidad de emisiones.

Creo que es posible estar en disonancia con la visión de largo plazo por un período transitorio. Por ejemplo, emitir un poquito más hoy de forma muy muy excepcional y a la vez continuar teniendo un compromiso firme de largo plazo. Pero es una jugada arriesgada. ¿Cuánto dura la excepción? ¿Qué poquito más es lo suficientemente poco? Los países desarrollados han puesto mucho énfasis en los últimos años para intentar que países emergentes y en desarrollo aumenten sus metas climáticas y eventualmente sus acciones. Por eso, incluso pequeñas desviaciones de corto plazo pueden tener un costo alto de credibilidad. ¿Si un país desarrollado comienza a utilizar más carbón, por qué no pueden hacerlo otros? Sí, el consumo de carbón en países desarrollados —en términos brutos y a veces per capita— es mucho menor que en países en desarrollo, pero la óptica no es buena, y la historia apremia.

Uruguay incluido

En Uruguay, los últimos datos también muestran algunas disonancias. El último Balance Energético Nacional (BEN) refleja que las emisiones de dióxido de carbono aumentaron en 2021 un 22% respecto a 2020, llegando a niveles no vistos desde 2012. Gran parte de este aumento viene por un incremento del consumo de gasoil para la producción eléctrica. Una menor generación hidráulica en 2021 hizo que haya que recurrir a combustibles fósiles. Sin embargo, “el 40% de la generación a partir de combustibles fósiles tuvo como destino la exportación”, en un contexto de altos precios de exportación. Así, las finanzas de las empresas públicas triunfan sobre las emisiones.

El caso uruguayo es bastante distinto al europeo: para empezar, no somos casi dependientes del gas ni de Rusia, pero sí hemos sido muy vocales respecto al clima, y nos gusta ser ejemplo mundial.

Pero, la subida de emisiones puede afectar nuestra credibilidad, con consecuencias tangibles. Por ejemplo, el martes 20 de setiembre el Ministerio de Economía y Finanzas publicó el Marco de Referencia para potenciales emisiones de Bonos Indexados a Indicadores de Cambio Climático, es decir, bonos cuya tasa de interés dependerá de si Uruguay cumple o no con ciertos indicadores. Uno de ellos es reducir la intensidad de emisiones (emisiones brutas de CO2eq/PIB real) a 2025. Los datos del BEN no sólo muestran un aumento de las emisiones totales, sino también de la intensidad de emisiones y de las emisiones per cápita. El año de la meta es 2025, todavía falta, pero si pasara en 2025 lo que sucedió en 2021 podríamos estar en problemas y tener que pagar una penalidad, encareciendo el financiamiento público.

Ser consecuente es difícil. Nos cuesta a los ciudadanos de a pie, cómo no le va a costar a los políticos que tienen que balancear mil cosas a la vez. Los compromisos, las palabras, marcan el rumbo de largo plazo pero sin acciones no sirven de mucho. Podemos desviarnos un poquito en el corto plazo, pero para ser creíbles no puede ser mucho ni por mucho tiempo.

Además, cuando se trata de cambio climático, la ciencia nos dice que el corto y el largo plazo se están acercando, y necesitamos más hechos.

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