Identificando el camino hacia una nueva globalización

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Foto: Pixabay

OPINIÓN

Lo impactante es el derrumbe del supuesto de que el comercio es un agente de la paz, pues facilita las transacciones, mejora el bienestar y por tanto es absurdo atentar contra ello.

Como trazo relevante, la realidad internacional muestra que el proceso de globalización comienza a ser cuestionado, a pesar de los beneficios que aportó sobre el bienestar global, principalmente en este último medio siglo.
Sucesos recientes, como las disrupciones provocadas por la pandemia en las cadenas productivas esparcidas a lo largo del mundo, seguidos por la crisis energética provocado por la guerra en Ucrania, son el punto de quiebre que anuncia un panorama nuevo. En ese nuevo panorama se entrecruzan hechos geopolíticos, de seguridad nacional y del derrumbe de un optimismo desmesurado sobre la globalización, montado sobre la visión de que convivamos en un mundo plano, donde reinaba la idea de un comercio sin restricciones.

Agregado a ello, estaba ya el descontento de los perjudicados por la globalización que nutrieron electorados para darle el triunfo a Trump y carne a los populistas de siempre.

Lo impactante es el derrumbe del supuesto de que el comercio es un agente de la paz, pues facilita las transacciones, mejora el bienestar y por tanto es absurdo atentar contra ello. Hoy se plantea lo inverso: la paz es una condición necesaria para profundizar comercio.

La historia es rica en ejemplos que lo avalaron. La primera guerra mundial se desató en una fase intensa del ciclo globalizador, cuyo epílogo inició un lapso de tres décadas de disrupciones históricas, que fueron desde el renacer del proteccionismo hasta el advenimiento del socialismo real como forma práctica de organización social, antípoda del capitalismo, para complementarse con otros totalitarismos como el nazismo y el fascismo.

Pasada la segunda guerra, recién renace la globalización como paradigma de bienestar y paz, cuyo epítome fue la década del ´90, conocida como la “Gran Moderación”, donde el mundo creció a tasas inusitadas ayudando a China a dar su gran salto en materia de crecimiento y mejoras de su bienestar.

Entre 1980 y 2008, el comercio global duplicó la tasa de crecimiento promedio del Producto Bruto Mundial. A partir de la crisis financiera del 2008, el crecimiento del comercio se iguala al del producto, y este a su vez lo hace a tasas menores. Desde ahí en más el vigor la globalización se marchita, sirviendo de antesala a los eventos actuales.

Mirando hacia el pasado, aparecen nuevas preguntas con respuestas que tienen antecedentes históricos inquietantes. La primera es si el desacople del comercio mundial tendrá un tránsito pacifico o estará surcado de tensiones geopolíticas, aún difíciles de calibrar.

Hace una década, pronosticar un conflicto bélico en el seno de Europa donde uno de sus actores fuera una potencia nuclear y donde se entrelazan temas de seguridad energética en países como Alemania, parecía descabellado. Como reacción, usar al comercio y al bloqueo financiero como arma para torcer los propósitos del agresor, mucho menos. Y que esto provocara una crisis energética que a su vez genera un empuje inflacionario a escala global, tampoco.

Sin entrar en visiones apocalípticas como las sucedidas después de la primera posguerra, se puede decir que estas fracturas dejarán secuelas serias. Sin duda habrá reordenamientos políticos y regionales en el seno del continente europeo que le pegarán bajo la línea de flotación a la visión complaciente del proceso de globalización que teníamos hasta ahora.

Esto va de la mano con el renacer del concepto de seguridad nacional, donde los beneficios de la globalización son más que compensados con los riesgos de una dependencia energética o en la provisión de insumos tecnológicos vitales para la industria. También acusa el viejo criterio de la seguridad alimentaria, hoy abonada con hechos pero también argumento adecuado para el proteccionismo agrícola, tan afín al sentimiento europeo.

Son hechos todos que despiertan proteccionismo, la antesala del autarquismo y de los nacionalismos donde las naciones pequeñas son los grandes perdedores.

El desacople de Estados Unidos con China abre otro abanico de incertidumbres. La globalización y el acceso a la Organización Mundial de Comercio, promocionado por la administración Clinton, le sirvió al gigante asiático como trampolín para modernizarse, convertirse en usina exportadora a escala mundial y disminuir drásticamente su pobreza endémica. También para financiar el gasto excesivo de Estados Unidos financiando el déficit de su cuenta corriente. Incluso se pensaba que era el prolegómeno de la convergencia de su sistema político hacia formas de gobierno más cercanas al de las democracias liberales occidentales. Los hechos muestran lo contrario.

Hay un retorno hacia formas autocráticas de gobierno centralizadas en el Partido Comunista Chino, y el despertar de una visión de gran potencia de alcance global, ajena a su visión tradicional apuntalada por siglos de historia de ocupar el centro del mundo en una actitud de lejanía prescindente, sin intenciones expansionistas ni injerencias externas de cualquier tipo. Quizás su necesidad de recursos naturales y alimentos sea el motivo de sus políticas de inversión externa a escala global, inéditas en el estadio histórico contemporáneo. También el uso de su brazo financiero para fidelizar países en favor de sus intereses, principalmente en África y América Latina. Estados Unidos tiene una postura ambivalente sobre la globalización. Como sociedad abierta es afín y pregonero del concepto. Pero en su seno ha surgido el proteccionismo como reacción a los costos sociales de la globalización y el renacer de la cuestión de la seguridad nacional, como síntesis de su vocación fundacional de gran potencia. Hecho que de manera primitiva lideró la administración Trump, en un juego de represalias comerciales, en tanto que la administración Biden continuó con una visión proteccionista más orgánica afín a las posturas del Partido Demócrata.

Sin ambages, esgrimiendo razones de seguridad nacional y también geopolíticas, la secretaría del Tesoro Yellen propuso como eje de política el “on-near or friendly shoring” que en buen romance significa traer a casa o reubicar segmentos de las cadenas de valor en lugares cercanos y amigables. De ahí deviene la importancia estratégica de Taiwán, principal proveedora mundial de componentes para la industria electrónica, y la robótica. Aun cuando no percibimos en toda su dimensión lo que se avecina, el mundo globalizado que conocimos pronto será una rémora del pasado. Es muy probable que vayamos hacia regionalismos demarcados por razones geopolíticas, entrelazados con intereses comerciales.

Los grandes flujos comerciales de bienes esenciales para la humanidad, como los alimentos y la energía, transitan sobre carriles demarcados por la seguridad y la soberanía de las naciones. Instituciones como la Organización Mundial de Comercio, tendrán enormes dificultades para convivir en una transición cargada de tensiones, donde potenciales conflictos bélicos serán una de sus dimensiones.

Todo ello abre nuevos desafíos para una América Latina embarcada en rumbos inciertos. También para nuestro país, donde en su búsqueda de mejorar su inserción internacional, tendrá que tener en cuenta las nuevas reglas de juego.

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