TEMA DE ANÁLISIS (*)
La afectación entre quienes trabajan es severa, aunque con leves mejorías en el cortísimo plazo
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Esta crisis tiene efectos claramente regresivos. El 8% de las personas dicen haber perdido sus ingresos partir del shock del coronavirus, un registro que sube al 20% entre quienes se ubican en el nivel socioeconómico bajo. Pero quienes mantienen sus empleos también se ven afectados: 30% de los trabajadores tuvo disminuciones sustanciales en las horas trabajadas, un registro que sube al 35% en el nivel socioeconómico bajo. Esto marca que los efectos están concentrados especialmente en aquellas familias de menores ingresos, lo que aumenta las diferencias entre estas y las de mayor nivel socioeconómico. A diferencia de otras crisis, el shock deriva de una interrupción voluntaria de la producción (y no de una crisis bancaria o inmobiliaria), por lo que afecta en forma directa a los agentes más apalancados en los flujos (ingresos) respecto a aquellos que dependen de stocks (activos).
Como era de esperar, la mayoría de los consumidores eligieron ajustar su consumo como estrategia defensiva ante el deterioro provocado por la caída de la actividad. En efecto, un 70% de aquellas familias a las que les cayeron los ingresos apelan a reducir su consumo como respuesta ante la crisis. El resto apela a ahorros, al crédito o a combinaciones. No cabía esperar otra cosa que una afectación del consumo, puesto que la duración de los efectos negativos no se mide en años, pero tampoco en semanas. Es decir, el horizonte esperado de afectación de ingresos, que veremos más adelante, es suficientemente largo como para desestimar la alternativa de mantener los niveles de consumo. Los bienes preferidos para recortar son, indumentaria, turismo y algunos durables.
A los efectos regresivos derivados del coronavirus, se le suma otro shock negativo para la economía de los hogares, en general también regresivo, a partir del cambio de precios relativos. En efecto, el aumento del tipo de cambio que empezó a fines de febrero supuso un encarecimiento relativo de los bienes transables, lo que equivale a un abaratamiento relativo de los no transables. Y el salario es un factor mayormente no transable, por lo que, en términos comparativos, los trabajadores están siendo afectados negativamente por la depreciación del peso (vía encarecimiento de alimentos, entre otros).
A su vez, este ajuste de precios relativos afecta a quienes tienen ingresos más bajos, puesto que los alimentos y bebidas tienen un peso mayor en la canasta de consumo de dichas familias. Esto explica porqué en una proporción no despreciable de hogares dicen estar gastando lo mismo o incluso más a partir de la llegada del coronavirus.
Vinculado a lo anterior, hay un claro incremento en la percepción que tienen los consumidores respecto a qué tan extendidos son los aumentos de precios de bienes de supermercados. En efecto, mientras un año atrás (mayo 2019) un 28% decía que los precios de dichos productos estaban aumentando “en la amplia mayoría de los productos” o “en todos o casi todos los productos”, dicho porcentaje pasó a ser de 73% en la medición de mayo de este año. Así, el “índice de difusión percibida” (de bienes de supermercado) pasó de 42% en mayo del año pasado a 76% hace un par de semanas (gráfico 1). El resultado anterior puede explicarse a partir de dos factores principales: primero, los precios efectivamente están subiendo en forma más extendida y acelerada (la amplia mayoría identifica a los alimentos como los bienes que más están subiendo) y, segundo, los consumidores están más atentos a los precios (porque están dedicando mayores recursos cognitivos a la sustitución de productos encarecidos por otros de menor costo).
Las expectativas de recuperación oscilan entre 9 y 10 meses, pero son a plazos más largos entre las familias de menores ingresos. En efecto, las mediciones de abril mostraban un horizonte de afectación de ingresos algo superior a 9 meses en promedio, un guarismo que aumentó en la medición de mayo hasta 10 meses. Así, el plazo de afectación no disminuyó, como era de esperar a partir de la reapertura de algunas actividades (sí mejoraron otros indicadores, que veremos al final de la nota). La persistencia de dicho horizonte de afectación se explicó a partir de un pasaje neto de consumidores que esperaban efectos a plazos “medios” (4 meses a 1 año) para el grupo que espera efectos por más de un año (gráfico 2). Quienes tienen expectativas más largas de vuelta a la normalidad son las familias de menores ingresos, las mujeres y aquellos que residen en el interior, por diversos motivos que exceden el alcance de esta nota.
Las expectativas de afectación de ingresos por el lado de la demanda (familias) son más largas pero consistentes con las expectativas de afectación desde el lado de la oferta (comercios y servicios). En efecto, las empresas tienen una expectativa de afectación promedio de su actividad de 2,3 trimestres (o 7 meses) según los resultados de la encuesta de actividad económica que realizamos en conjunto con la Cámara de Comercio y Servicios del Uruguay, para unas 400 empresas diversas dedicadas a la comercialización de bienes y prestación de servicios. Evidentemente los plazos son heterogéneos, oscilando desde 1,7 trimestres para supermercados hasta 3 trimestres en indumentaria, restaurantes y confiterías. A pesar de estas diferencias, y a partir de mediciones independientes, el horizonte de vuelta a la normalidad económica se ubica en promedio a fines del tercer trimestre o principios del cuarto tanto para quienes viven la crisis desde el lado de la oferta como para quienes están del lado de la demanda.
El indicador sobre “Condiciones económicas de cortísimo plazo” (semanal), que medimos en Equipos, mostró una mejoría no despreciable en la segunda semana de mayo. Este índice tiene la particularidad que se enfoca en horizontes muy cortos, es decir, se centra en la evaluación que hacen los consumidores sobre su situación en los días previos a la realización de la encuesta y en las expectativas de cortísimo plazo (para los siguientes días). Así, si bien es volátil, incorpora en forma instantánea cambios en las condiciones actuales y esperadas, algo especialmente valioso en contextos de altísima incertidumbre. En concreto, los registros más recientes, de la segunda semana de mayo, ubican al indicador en 30 puntos (en una escala de 0 a 100), un guarismo algo más alto que las observaciones en la primera parte de abril, de 26 puntos (gráfico 3). La mejoría se explicó a partir de una mejor evaluación de la situación personal a cortísimo plazo de las personas y un descenso en la proporción de quienes consideran que la economía está en recesión. Seguiremos de cerca este índice en las próximas semanas, para ver si continúa mejorando a medida que más sectores y actividades ingresen en la nueva normalidad.
(*) Alejandro Cavallo. Director de Estudios Económicos de Equipos Consultores.