Incertidumbre china, ¿desaceleración extendida o reactivación?

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Foto: Getty Images

OPINIÓN

Existe actualmente cierta certeza que la actividad estaría “tocando fondo” en China en este nuevo (mini) ciclo, aunque con gran incertidumbre sobre la magnitud del rebote.

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Hay muchos canales externos que inciden en el desempeño económico de nuestros países, pero los dos más relevantes son el de la actividad mundial pautada por China y el financiero marcado por Estados Unidos. Cuando me preguntan “cómo seguir la economía global” mi respuesta suele ser: “Levántate temprano, lee mucho sobre China y observa las tendencias financieras en Wall Street”.

En el caso de Uruguay, otros canales externos, como los provenientes del vecindario, han venido perdiendo incidencia o están determinados en última distancia por esos extrarregionales.

Justamente durante este primer semestre de 2022, más que el impacto de la invasión de Rusia a Ucrania, el mundo afectó negativamente a la región por el giro hacia condiciones financieras menos expansivas desde Estados Unidos, pero sobre todo por la desaceleración experimentada por la economía china. Es obvio que su comportamiento se ha vuelto esencial para la evolución del PIB y el comercio mundial, así como de los precios de los commodities y las paridades cambiarias.

Sobre las tendencias recientes y las perspectivas para las tasas de interés, el dólar global y los flujos de capitales (“el canal financiero”) ya me he referido en columnas anteriores. Pero, ¿qué esperar, en paralelo, para China y “el canal real” de la actividad?

Durante los últimos meses, la economía china ha mostrado una fuerte desaceleración tras el rebote de 2020 y el crecimiento de 8% en 2021, que siguieron a la irrupción de la pandemia. La expansión interanual del PIB se moderó a 4,8% en el primer trimestre de este año y los indicadores disponibles anticipan una cifra menor para este segundo trimestre. Esto ha puesto en duda el logro de la meta gubernamental de crecimiento para 2022 (5,5%), con varias estimaciones ya que se ubican uno o dos puntos porcentuales por debajo de ella.

Esta fuerte desaceleración se explica, en parte, por el menor dinamismo de la economía mundial y cierta moderación de la demanda interna, pero sobre todo por los nuevos confinamientos decretados tras la irrupción de la variante Omicron del coronavirus Covid-19 y el recrudecimiento de los contagios.

Desde el frente externo, China se ha visto afectada por el menor crecimiento de Estados Unidos y las consecuencias de la invasión de Rusia a Ucrania, debido al abastecimiento más caro en varios commodities (pérdida de términos de intercambio).

En lo interno, la reintroducción de la política “cero Covid”, de difícil aceptación e implementación en las democracias occidentales, con cierre de muchas ciudades (incluyendo Shanghai) y otras medidas de control social, redujo la movilidad, interrumpió la producción y contrajo el consumo privado durante este trimestre. Financieramente, eso provocó bajas accionarias y la recaída del yuan.

Con todo, existe actualmente cierta certeza que la actividad estaría “tocando fondo” en este nuevo (mini) ciclo, aunque con gran incertidumbre sobre la magnitud del rebote.

Por un lado, los contagios han estado sistemáticamente disminuyendo desde mediados de abril y ello anticiparía flexibilizaciones en las restricciones durante las próximas semanas.

Por otro lado, en contraste con lo observado actualmente en otros países o por la propia China tras la crisis global de 2008-09, sus desequilibrios macroeconómicos parecen más acotados en la coyuntura actual, con márgenes disponibles para la adopción de políticas expansivas. La inflación, si bien se ha acelerado a cerca de 3% interanual, aparece contenida en los indicadores subyacentes (1%). En materia fiscal, pese al deterioro reciente por la pandemia, el déficit se ha devuelto a cerca de 4% y la deuda pública a 50% del PIB, según JP Morgan. Por último, China mantiene cierto exceso de ahorro y la acumulación de activos externos al exhibir aún superávit en cuenta corriente (1% del PIB).

Todo eso, combinado con la estabilización del sector inmobiliario, le está permitiendo reaccionar con políticas expansivas en materia monetaria, crediticia y fiscal. El Banco Central bajó las tasas de interés referenciales a cerca de 3% y ha venido reduciendo los encajes bancarios para reimpulsar la expansión del crédito. En este sentido, también se anticipan medidas administrativas y flexibilizaciones cuantitativas desde la banca estatal. En materia fiscal, parece poco probable que el gobierno repita rebajas tributarias del estilo de las implementadas en años anteriores, pero podría volver a expandir la inversión pública, sobre todo en infraestructura.

Las dudas sobre la magnitud del rebote chino tienen evidentemente que ver con la incertidumbre sobre algunos desarrollos externos, en particular respecto a la evolución de la inflación global y las acciones de la Fed, así como la capacidad interna de nuevas reformas (políticas de oferta) para afirmar el nuevo crecimiento potencial (5-6%). Por eso, si bien esa reactivación estimulará en algo la economía global, favorecerá a nuestros países y mantendría firmes los precios de los commodities, no tendrá la dimensión del impulso de 2020, 2010 o 2003-2007. No será una desaceleración extendida, pero tampoco una recuperación exuberante.

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