Inconveniente choque de relatos#

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Foto: Pixabay

OPINIÓN

Coinciden más de lo que discrepan, pero alimentan la grieta y desperdician esfuerzos.

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Hace algunas semanas, en una interesante entrevista, Enrique Iglesias hizo algunas consideraciones políticas ampliamente compartibles. Dijo que “los años que siguieron al 2002 nos trajeron un activo político nada menor, a mi ver, y es que los grandes partidos políticos de la época han sido gobierno y oposición. Tuvieron que contrastar los grandes objetivos con las realidades del gobierno. Creo que eso debe ser un activo para un diálogo político para enfrentar con acuerdos básicos los grandes esfuerzos de gobernar que requiere la actual coyuntura. (…) En una palabra, el país conoce sus problemas y, aunque no lo parezca, yo creo que hoy hay más coincidencias que disidencias. Le repito: ojalá que, enfrentados a una crisis histórica como la que estamos viviendo, podamos acordar visiones compartidas para enfrentar la crisis generada por la pandemia y así asegurar la vitalidad de una sociedad fiel a sus valores democráticos y a la justicia social. Creo que es deseable y posible”. (La Diaria, 1° de febrero)

Desde esta columna he expuesto reiteradamente ese punto de vista. Habiendo transitado unos y otros por el gobierno, todos han mostrado pragmatismo y coadyuvado a la continuidad de políticas y de ese modo han ido construyendo y profundizando políticas de Estado. Por citar ejemplos en el ámbito de la economía, podemos referirnos al tratamiento de la inversión privada, nacional y extranjera; a la gestión de la deuda pública; al sistema impositivo; a la necesidad de adecuar el sistema previsional; al dejar en el arcón de los recuerdos inflaciones de dos dígitos y detracciones a las exportaciones. También unos y otros han usado y usan instrumentos de otras políticas que se fueron edificando con el tiempo, como en el caso de las políticas sociales o el sistema de salud, muy relevantes en estos tiempos de pandemia.

Pero, al mismo tiempo, están lo que se podrían llamar las políticas de Estado “negativas”, donde (lamentablemente) también hay consensos, pero para no avanzar lo suficiente: la reforma del Estado; la mayor competencia en beneficio de los consumidores, que no tienen lobby; la limitación de la incidencia de las corporaciones (cada cual con las que le son afines); la apertura comercial; la modernización de la enseñanza pública.

En definitiva, unos y otros son más parecidos que distintos, tanto para bien (lo que nos ha generado reputación y dado lugar a progreso) como para mal (ser el país del “lucro cesante” e ir a una velocidad insuficiente, reflejada en una pobre tasa de crecimiento a largo plazo).

En los últimos tiempos, unos y otros también han venido coincidiendo (también lamentablemente) en otro frente: el de la construcción de sendos relatos para arrimar agua para sus respectivos molinos. Y esas aguas han venido erosionando el suelo y dando lugar a una grieta que los separa cada vez más. ¿Será que se reconocen tan parecidos que pretenden exacerbar sus diferencias? En cualquier caso, esta actitud no ayuda en la tarea de seguir construyendo juntos políticas (positivas) de país, como reclama Iglesias.

El choque de relatos más reciente ha tenido como escenario la cuestión fiscal. Algo de esto ya se dio en oportunidad de la discusión de la Rendición de Cuentas en el Parlamento (ver mi columna del pasado 10 de agosto titulada “Pongamos los puntos sobre las íes”) y luego se siguió dando con el Presupuesto y la gestión fiscal de la pandemia, reiterándose una vez más ahora, con la presentación realizada por la ministra Arbeleche el pasado lunes 8 de febrero.

Desde ambos bandos se actúa como hinchadas futboleras, llegando unos y otros al extremo de forzar números y argumentos con tal de fortalecer sus respectivas posturas.

Resulta que para el oficialismo lo hacen todo bien, lo que no sería posible de haber recibido la herencia espantosa que denuncian. Y para la oposición, el gobierno se equivoca y a él le reclama acciones que no serían necesarias en el país espectacular que dice que dejó hace apenas un año. Es decir que, ni siquiera pueden fundamentar consistentemente sus respectivos relatos. Y la verdad, como suele pasar, transita por un camino intermedio, acercándose ocasionalmente a una y otra vereda. La herencia fue mala pero no hasta el punto de impedir una exitosa emisión de deuda global o una satisfactoria aplicación de políticas sociales y sanitarias en esta crisis. Y en aquel país “espectacular” un cuarto de los trabajadores eran informales y cientos de miles recibían asistencia estatal tras 16 años de crecimiento económico.

Buscar imponer un relato implica pretender proscribir la reflexión y el pensamiento. Reflexionar, basados en nuestro leal saber y entender, permite acercarnos a la realidad para conocerla, sin prejuicios. El prejuicio es atractivo, seductor, porque despeja toda duda, nos da respuestas contundentes. También es muy cómodo, al eliminar toda necesidad de pensar por uno mismo, de analizar, de aprehender la realidad y aprender de ella.

Da mucha pena el choque de relatos, que profundiza la grieta entre compatriotas y resulta en una pérdida de esfuerzos, cuando coinciden en más de lo que discrepan.

Sería bueno que los diferentes partidos políticos, en el gobierno y en la oposición, atendieran el punto de vista de Iglesias, cuyas definiciones suelen generar consensos y a quien habitualmente unos y otros elogian y destacan, porque lo reconocen como al más viejo sabio de la tribu.

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