Los economistas han discutido durante mucho tiempo la importancia de las expectativas de inflación para los resultados económicos. Ante un cambio en el gobierno, es fundamental tener esto en mente, reconociendo que uno de los logros de esta administración es haber ubicado la inflación dentro del rango meta del Banco Central. Esto contrasta con una clara falencia de los quince años de administración del Frente Amplio, en los cuales, en su mayoría, la inflación anual quedó por fuera del rango. En esta nota reflexiono sobre la formación de las expectativas inflacionarias y su importancia para la política monetaria.
Las expectativas inflacionarias reflejan lo que empresas y hogares creen que sucederá con los precios en el futuro. Pero, ¿cómo se forman esas expectativas? La literatura económica ha pasado de una visión de expectativas adaptativas, es decir, que los agentes miren hacia atrás y construyan sus creencias basadas en la inflación pasada, a una visión en la que los agentes tengan mayores niveles de racionalidad y formen expectativas prospectivamente, incorporando la información disponible para predecir el futuro. En sus variantes más recientes se incorporan supuestos comportamentales de “rational inattention” en que los agentes racionales incorporan la información disponible cada vez que actualizan sus expectativas, pero esto no lo realizan permanentemente.
Las expectativas no son inocuas. La inflación pasada puede moldear las expectativas de inflación actuales, pero las expectativas actuales también pueden influir en la inflación presente y futura. Diversos mecanismos implican que la inflación y sus expectativas están interconectadas. Por ejemplo, si los trabajadores esperan una suba de precios, pedirán aumentos salariales acordes. Las empresas, al prever costos laborales más altos, trasladarán esos costos a los precios. Este mecanismo puede generar ciclos donde expectativas de mayor inflación se convierten en inflación real. La inflación se retroalimenta de las creencias de los propios agentes económicos.
Por otro lado, si la inflación reciente ha sido baja o menor a la esperada, muchos tenderán a proyectar ese comportamiento hacia el futuro. En este sentido, las expectativas inflacionarias y la inflación se influyen mutuamente, creando un fenómeno bidireccional. Las expectativas pueden ser tanto una causa como una consecuencia de la inflación.
Este vínculo entre inflación y expectativas no es nuevo. Irving Fisher, a principios del siglo XX, propuso lo que hoy se conoce como “efecto Fisher”, según el cual la tasa de interés nominal es igual a la tasa de interés real más la inflación esperada. Fisher modeló las expectativas inflacionarias como una media ponderada de la inflación pasada, lo que en esta nota nos referimos como expectativas adaptativas.
Si bien el análisis de Fisher destacó cómo la inflación pasada podría afectar la inflación esperada, no exploró la dirección inversa de la causalidad. Fueron Edmund Phelps y Milton Friedman en los años 60 quienes destacaron la relación bidireccional entre la inflación realizada y la inflación esperada. Antes de su trabajo, se creía que las autoridades podían utilizar una política monetaria expansiva para reducir el desempleo a costa de más inflación. Phelps y Friedman cuestionaron esta visión. Argumentaron que los agentes no son ingenuos: si el gobierno intenta activar la economía con más inflación, los agentes ajustarán sus expectativas, anulando los efectos reales de la política monetaria. La inflación no anticipada es la que puede generar efectos reales en la producción y el empleo y, por lo tanto, las políticas monetarias expansivas solo pueden ser efectivas en el corto plazo.
Este concepto fue refinado por Robert Lucas, Thomas Sargent y Neil Wallace en los años 70 con la teoría de las expectativas racionales. Según esta visión, los agentes utilizan toda la información disponible para anticipar la inflación futura. Si las expectativas son racionales, no basta con políticas monetarias sorpresivas: los efectos dependerán de la credibilidad de las políticas y de la coherencia de las señales del gobierno. La revolución de las expectativas racionales transformó la comprensión de la macroeconomía.
Estas lecciones históricas son relevantes para Uruguay en su actual coyuntura política. Si el nuevo gobierno envía señales de responsabilidad fiscal y compromiso con el control de la inflación, es probable que las expectativas inflacionarias se mantengan estables. Por el contrario, cualquier indicio de políticas expansivas sin respaldo podría disparar las expectativas y, con ellas, la inflación.
El nuevo gobierno tiene la responsabilidad y el desafío de anclar las expectativas desde el inicio. La credibilidad de los anuncios del Banco Central es fundamental para que el canal monetario de la política económica sea coherente con los objetivos que se fije el gobierno. En última instancia, las expectativas inflacionarias son una especie de brújula económica. En tiempos de cambio político, una brújula confiable puede marcar la diferencia entre navegar en aguas turbulentas o encaminarse hacia un horizonte de estabilidad.