Ser delincuente, ¿se hace o se nace? Mejoras en la educación de la primera infancia reducen el comportamiento delictivo futuro. Y el efecto es mayor aún si se enfoca bien el tiro: invertir en primera infancia en las áreas de alta pobreza rinde mucho para bajar el delito.
La mayoría de las políticas para bajar el delito se enfocan en atrapar los delincuentes, disuadirlos o lograr su rehabilitación en la cárcel. Pero, ¿no se podría hacer algo para que no crezcan delincuentes? Hay una buena oportunidad, porque el delito está concentrado en pocos ofensores: menos del 6% de la población es la que comete la mayoría de los delitos. Entonces si creemos que no se nace delincuente, sino que se hace, podemos apuntar a que ese 6%, que en algún momento fue niño, no se convierta en transgresor. Así lo señala una investigación que acaba de ver la luz en la revista académica American Economic Journal: Economic Policy. Es un estudio de John Anders, Andrew Barr y Alexander Smith, profesores de Trinity University, Texas A&M, y West Point: “si se logra evitar el desarrollo de al menos una carrera delictiva, eso significará 100 víctimas menos cada año”.
Rendimiento de la inversión
Cuando se hace el análisis de costo-beneficio de invertir en primera infancia, es clave considerar no solo los beneficios en el área educativa y laboral de ese niño y su familia. Si invertimos en primera infancia y el niño no se convierte en delincuente, tenemos efectos colaterales positivos: otras personas dejan de ser rapiñadas, por ejemplo. Y como el delito tiene un costo social muy alto, si lo evitamos ganamos mucho.
Hasta hace unos días, en que la investigación de Anders y colegas se dio a conocer, se sabía muy poco sobre el impacto sobre la delincuencia de invertir en primera infancia. Existían unos pocos estudios, pero habían sido hechos con un número pequeño de familias y en contextos históricos bastante lejanos en el tiempo. Anders y sus compañeros contribuyen a esta literatura científica usando datos provenientes de dos programas educativos en Estados Unidos, de gran escala, enfocados en primera infancia.
También usan centenares de miles de datos de delincuentes. De hecho, obtuvieron datos para el período 1972-2018 de todas las personas condenadas por delitos. Trabajar con un buen volumen de datos de niños en programas educativos y de delincuentes, hace que aumente mucho la precisión de los resultados y las conclusiones a las que se pueden llegar. Otra contribución importante de los citados autores es que trabajan con dos programas diferentes, aplicados en contextos muy distintos, y esto hace más creíble que los resultados de su estudio sean luego aplicables a poblaciones más diversas.
Estrategia para evaluar el impacto
¿Cómo hacen para saber si los dos programas educativos son eficaces para reducir el delito? Aprovechan que los programas no fueron aplicados al mismo tiempo en todas las regiones. Arman dos grupos de personas. Un grupo que son los que, cuando eran niños, vivían en zonas con acceso a esos programas educativos para la primera infancia. El otro grupo está formado por los que cuando eran niños no tenían acceso a los programas. Y comparan la tasa de delincuencia hoy entre ambos grupos.
Encuentran que la educación en primera infancia reduce la probabilidad de convertirse en delincuente, y que este efecto está concentrado especialmente en las zonas de mayor pobreza con escaso acceso a cuidados para la primera infancia. En concreto, los programas lograron reducir la delincuencia en un 20% en las zonas más pobres.
La concentración de los efectos en las zonas más pobres y desatendidas tiene importantes implicaciones para el creciente número diseñadores de política que están considerando la posibilidad de ofrecer en sus países un sistema universal de educación para la primera infancia. Los resultados de los investigadores citados sugieren que un enfoque más específico —ir a los más pobres y desatendidos— podría reportar mayores beneficios.
Más allá de los resultados académicos
¿Cómo se explica que un programa educativo para la primera infancia logre que esos niños no se conviertan en delincuentes futuros? ¿Es simplemente porque al ir al centro de primera infancia aprueban luego mejor las pruebas en la escuela, y consiguen mejores trabajos al ser adultos? Parece que no. Los efectos de los programas de primera infancia estudiados aquí sobre el delito son mucho más altos que los efectos sobre las capacidades cognitivas del niño (por ejemplo, medidas a través de pruebas de matemáticas en la escuela). En definitiva, los resultados sugieren que la educación en la primera infancia promueve habilidades no cognitivas importantes para la vida, que no se reflejan en los resultados de los exámenes, pero sí terminan bajando la chance de convertirse en delincuentes.
Análisis costo-beneficio
¿Podemos calcular realmente los costos y beneficios monetarios del programa? Anders y su equipo usan información detallada que tienen sobre la historia de condenas de cada uno de los delincuentes de su base de datos. Tienen en cuenta todos los delitos que se evitarían en su vida si asistieran a los programas de educación en primera infancia. Las cuentas que hacen concluyen que rinde invertir en mejorar el acceso a la educación en primera infancia.
Recientemente, expuso Marcela Eslava (Universidad de Los Andes, Colombia) en unos de los seminarios de economía de la UM: “la materia pendiente de América Latina no es sólo mejorar el acceso a la educación, sino mejorar la calidad. La poca calidad atenta contra la generación de talento en nuestro continente y aumenta la inequidad”.
- Alejandro Cid es Decano de la Facultad de Ciencias Empresariales de la Universidad de Montevideo.