Joe Biden ha hecho un excelente trabajo como presidente. De hecho, lo considero el mejor presidente de mi vida adulta. Según su historial político, debería ser un gran favorito para la reelección.

Pero no lo es, y el jueves por la noche no estuvo a la altura de las circunstancias cuando realmente importaba. Podría quejarme, y lo haría, de la falta de verificación de hechos en tiempo real mientras Donald Trump arrojaba una manguera de mentiras y de la prevalencia general de la crítica teatral que reemplaza al análisis de políticas. Pero quejarse de esas cosas ahora mismo no salvará la democracia estadounidense en este momento de crisis.

Dada la situación en la que nos encontramos, debo unirme muy a regañadientes al coro que pide a Biden que se haga a un lado voluntariamente, haciendo hincapié en el aspecto “voluntario”. Quizás algunos leales a Biden consideren esto una traición, dado lo mucho que he apoyado sus políticas, pero me temo que debemos reconocer la realidad.

¿Hacerse a un lado para quién? Kamala Harris fue, según todos los indicios, una fiscal de distrito y una fiscal general eficaces, y también ha sido discretamente eficaz como vicepresidenta, promoviendo las políticas de Biden. Elegirla como su sucesora no sería en ningún caso conformarse con menos.

Es cierto que no le fue bien en las primarias demócratas de 2020, pero su problema entonces, como yo lo vi, fue que le costó defender su elección sobre otros candidatos. No tendría ningún problema en defender su elección a ella y no a Trump.

Quizás algunos votantes estadounidenses no estén preparados para que una mujer negra sea presidenta. Pero me gustaría pensar mejor de nosotros que eso, y hay varios gobernadores excelentes que ella podría elegir como compañeros de fórmula.

En cualquier caso, aunque odio ver a Biden en esta posición, es un buen hombre y espero que haga lo correcto