OPINIÓN
La ocupación en el sector manufacturero puede continuar su declinación. Las causas.
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Se busca, a diario, conocer la evolución de indicadores sanitarios, sociales, económicos y financieros —por mencionar solo algunos— para saber el grado de avance al que se ha llegado en el camino hacia la tan buscada, como desconocida, “nueva normalidad”.
Algunas pistas existen en todas esas áreas, pero me referiré solo a una de las que se pueden considerar a partir de lo que en la semana pasada se divulgó sobre la actividad productiva y el empleo en el sector industrial manufacturero, en el mes de abril pasado. La comparación de lo que fuera su comportamiento interanual según el INE en alguna medida da una pista sobre la nueva normalidad de la ocupación y del empleo, al menos, en el sector manufacturero. Se trata de una situación que, hacia el futuro su mejoría —como su deterioro— dependerá tanto de la evolución del salario en el sector, como la de la inversión industrial.
En abril, la industria en general y cuando se la considera sin la influencia de la actividad monopólica de Ancap, ha casi recuperado la situación productiva de hace un año, cuando comenzara a tener efectos el aislamiento social por la pandemia del Coronavirus. Es altamente probable que continúe, aunque a un ritmo lento, aumentando su actividad. No obstante esa buena noticia de la recuperación casi total de la situación de hace un año de esta actividad se observa que se ha acompañado de la caída en igual lapso, de las horas trabajadas y del empleo.
Lo que viene ocurriendo con el empleo en el sector manufacturero no es novedad. La pandemia no es la única causa de la situación de la ocupación en el sector pero reafirma que, en la nueva normalidad a la que se enfila desde el punto de vista productivo, el empleo industrial puede continuar en declinación. Una disminución que puede ser más o menos pronunciada según se den algunas circunstancias que tienen alta probabilidad de ocurrir.
Desde 2009 hasta 2019, la disminución de las horas trabajadas en la industria manufacturera ha sido 42% y 30% desde 2017 hasta el final de 2019. Se trata de un comportamiento que ha tenido diferentes causas, todas ellas vinculadas con la demanda por trabajadores y por horas de su trabajo, que es una demanda derivada de la necesidad de producir bienes que tienen las empresas del sector. La necesidad de conocer las causas de las últimas de la caída del empleo pasa por saber las razones que han afectado a la demanda por productos industriales y las que han afectado a la propia demanda por trabajadores.
Entre las primeras se destaca la baja competitividad que durante muchos años ha tenido la producción transable local frente a similares del exterior. La competitividad definida como la relación entre los costos domésticos frente a los del exterior —estos más bajos—, en términos de moneda extranjera. Eso ha determinado que empresas manufactureras residentes en el país —multinacionales en algunos casos—, pasaron a ser importadoras de sus productos elaborados por ellas en el exterior y que, empresas industriales locales, dejaron de producir localmente para importar los mismos productos o similares.
Aislando el efecto competitividad, aparece también, como causa, la existencia de una presión impositiva cambiante y que no tiene en cuenta a la inflación para medir resultados. La presión impositiva se manifiesta sobre bases imponibles que no se ajustan por aumento de precios, una modalidad de ajuste fiscal que se emplea desde los resultados empresariales de 2015. Se trata de dos factores desestimulantes de la inversión que solo aparece y existe cuando hay exoneraciones tributarias que, estas sí, son en innumerables casos injustificadas e inequitativas. Basta con mostrar que la recaudación que se deja de lograr por las exoneraciones brindadas para “estimular” a la inversión es sumamente alta para el resultado que, en inversión reproductiva y en ocupación absolutamente necesaria, se ha logrado en los años de aplicación en la década pasada.
Pero también la caída de la demanda por trabajadores o por los servicios de su trabajo va más allá de los problemas de una menor demanda derivada por la menor producción industrial por las causas antes anotadas. Existen razones propias de la demanda por los servicios del trabajo. Esta demanda depende, entre muchas cosas más aunque no tan importantes, del precio del trabajo —el salario—, del precios de los sustitutivos del trabajo y del ingreso en la economía, si está en crecimiento o en receso o estancada. En el caso del precio del trabajo, la diferencia se encuentra entre su evolución en términos reales y el valor de la productividad de lo que ese salario produce. Eso implica un costo de producción que, en aumento frente a precios del producto final que disminuyen por competencia externa y por demanda de sustitutos de menor precio, obliga a las empresas manufactureras a disminuir algunos tipos de actividades laborales por otras relativamente más preparadas, con mayor capital humano o simplemente por bienes de capital.
La tendencia declinante del empleo de los últimos diez años provocada por las razones señaladas y que la pandemia afectó negativamente, se enfrenta en estos tiempos y en pocos meses más, cuando se concreten los acuerdos salariales previstos, a la decisión de las partes, sindicales y empresariales sobre cuál será la característica que deseen que tenga la nueva normalidad de la industria. Esta dependerá de si se privilegia al empleo o si se prefiere que siga en declinación pero con salarios más altos solo paraquienes lo mantengan. La competitividad que este dilema determine será fundamental para estimular la inversión que naturalmente revertirá la tendencia negativa del empleo industrial.