Cerré una columna en mayo de 2023 diciendo que una mejora importante y sostenible de la situación económica de Argentina necesitaría “buena política”, “buenas políticas” y “buena suerte”. ¿Se darán esas tres condiciones en el gobierno de Javier Milei? ¿En qué grado cada una? ¿Con qué timing? Con tantas indefiniciones e incertidumbres, puede ser aún aventurado especular hacia dónde va “La Argentina de Milei” y sus consecuencias en la región, pero es la pregunta que todos nos hacemos. Acá algunas reflexiones muy preliminares, a cuenta de futuras actualizaciones.
La condición de “buena suerte” refiere al entorno externo que podría enfrentar el gobierno argentino durante los próximos años, sobre todo al inicio. Domingo Cavallo, al implementar la Convertibilidad en 1991, o Néstor Kirchner, al asumir en 2003, tuvieron viento a favor. Sin embargo, Fernando de la Rúa tuvo viento en contra desde el inicio y a Mauricio Macri se le tornó desfavorable en 2018 por “la guerra comercial” de EEUU-China y peores condiciones financieras internacionales. El signo del viento condiciona la gradualidad de los ajustes.
Actualmente parece que la economía internacional nos da cierto “respiro” antes que, eventualmente, vuelva a “ahogarnos” en la segunda mitad de la década. Quizás en 2024 el viento no sea en contra si el crecimiento económico del mundo se mantiene creciendo cerca de 3%, se consolida la desinflación, la Reserva Federal prolonga la pausa o incluso baja la tasa, y el dólar se mantiene globalmente estable.
Milei puede tener algo de “suerte” inicial, pero quizás la ventana sea más acotada que la que tuvo Macri. La segunda mitad de la década puede ser compleja. Paradójicamente “muy” compleja si uno de sus referentes, Donald Trump, vuelve a la Casa Blanca y con él, otra expansión fiscal, otra guerra comercial y un nuevo ciclo de dólar fuerte.
Esto valida y justifica ir rápido a “buenas políticas” que incluyan inicialmente un plan consistente e integral de estabilización, junto con algunas reformas a favor de mayor crecimiento económico. Milei se ha movido en esa dirección al reiterar que el enfoque será de shock y no gradual. No se lo permite la crítica herencia económica, ni el riesgo de deterioro externo. Tampoco aconseja ser gradual la propia experiencia fallida del gobierno de Macri.
Con todo, al menos en el diseño, el plan de estabilización será planteado como “un cambio de régimen”, aunque sin la dolarización como prioridad. Sus pilares serían la responsabilidad fiscal y la independencia estricta del Banco Central que no podría financiar al gobierno. A eso probablemente se le sumará la unificación gradual del mercado cambiario, quizás con algún desdoblamiento inicial y un régimen de tipo de cambio administrado, para ir a una eventual mayor flotación a la larga.
En el frente fiscal, el plan apuntaría a llevar rápidamente el déficit fiscal primario (sin intereses) a equilibrio. Para eso requiere un ajuste cercano a 5% del PIB durante el primer año. Además de la licuación de gasto público por la aceleración inflacionaria adicional, el paquete inicial podría incluir reducción de subsidios, menores transferencias a las provincias, recortes de inversión pública y otras partidas. También se intentarían algunas privatizaciones para bajar pérdidas de empresas estatales o lograr cierto financiamiento, pero esto no sería muy significativo. Más importante es la adecuación de las tarifas públicas.
Si hubiera indicios sobre el éxito de ese ajuste y fuera creíble ir enseguida (2025) a un superávit primario sostenible, la dolarización sería redundante y generaría más costos que beneficios. ¿Se habrá convencido Milei de eso o fue solo una renuncia táctica en la negociación con Macri y su equipo?
Junto con el plan de estabilización, habría un conjunto de reformas para alentar la inversión privada y el crecimiento potencial, lo cual crearía cierta expectativa de apreciación real del peso y atraería capitales. En ese escenario, los salarios y activos en dólares de Argentina se ven baratos al tipo de cambio real implícito en el blue ($ 1.000 hoy). Se daría, por lo tanto, cierta remonetización de la economía (aumento de la demanda por pesos) que ayudaría a gestionar los pasivos remunerados del Banco Central (Leliq).
Con el telón de fondo de un entorno externo menos desfavorable en 2024 (“buena suerte”), Milei intentará esas mejores políticas públicas, muy condicionado por las restricciones y los desafíos de “la política”.
Falsos amaneceres en materia económica por grandes problemas de gobernabilidad son altamente probables. La Libertad Avanza no eligió ningún gobernador y solo tiene 8 senadores en 72 y 38 diputados en 257. Ni siquiera con el improbable completo apoyo de Juntos por el Cambio tiene mayoría en el Senado. Ni tampoco parece posible la logre en Diputados. Y en la oposición, además, tendrá heridos al kirchnerismo y el resto del peronismo, pero no muertos.
En fin, Argentina es “día a día”, suele decirse. Muy difícil anticipar la economía que viene en 2024, pero algunos buenos economistas con los que me reuní la semana pasada en Buenos Aires pronostican más inflación en el corto plazo, cierto encarecimiento en dólares y alguna recuperación del PIB. Pero quizás sea otro “falso amanecer” que, más temprano que tarde, “la mala suerte” y “la mala política” vuelven a oscurecer. Ya lo veremos. “Día a día”.