Aunque siempre existe la inclinación natural hacia el análisis de los temas domésticos, es importante tener idea del estado y posibles derivaciones del panorama global, pues permite optimizar la política económica doméstica, y evitar errores que pueden desembocar en crisis autogeneradas.
El documento Perspectivas Económicas Globales, publicado recientemente por el Banco Mundial, cumple ese cometido, pues muestra realidades de un mundo que en un trienio soporto shocks negativos diversos como la pandemia, disrupciones en las cadenas de abastecimiento, la guerra de Ucrania, el resurgimiento de la inflación y como respuesta una suba abrupta de las tasas de interés instrumentadas por los principales bancos centrales del mundo.
Su conclusión principal es que el mundo ha entrado en una fase de bajo crecimiento cuya permanencia puede durar años. De todos modos y mirando hacia atrás, podría decirse que con shocks de esta envergadura en el pasado, el mundo estaría surcado con episodios de crisis abierta, dispersados geográficamente, abarcando incluso al propio mundo desarrollado.
La historia entonces nos está diciendo que la calidad de la política económica ha mejorado, pues pudo aplicar a tiempo los cortafuegos necesarios para evitar el contagio, evitar el colapso de sistemas financieros, instrumentar medidas compensatorias para paliar impactos sociales, en cuyo defecto derivaron en crisis políticas.
De todas maneras, el informe muestra también zonas grises, donde el mundo menos desarrollado es quien se ha llevado la peor parte, provocando que sus sendas de crecimiento económico sean muy bajas, ampliando aún más la brecha con el nivel de ingresos del mundo desarrollado. Ese cóctel de impactos adversos, además de fragilizar sus cuentas fiscales, deterioró sus indicadores de endeudamiento, cercenando sus capacidades genuinas de crecimiento. Varios países de América Latina se encuentran dentro de ese universo. Para peor, en más de un tercio de los países más pobres su ingreso per cápita será en 2024 igual o hasta menor que en 2019.
Las causas de esta divergencia de largo plazo potenciada por los shocks recientes son complejas y variadas. Sin duda las políticas domésticas adoptadas pudieron ser en parte responsables, pero el marco global siempre es determinante y esta vez jugo en contra. Como ejemplo, el proteccionismo creciente y el enlentecimiento del comercio global sin duda es un factor explicativo. Los datos son elocuentes: el volumen del comercio mundial creció a una tasa del 5,8% entre 1970 y 2008, en tanto que para el PIB global fue 3,3%. Entre 2011 y 2023 fue 3,4% y 2,7% respectivamente. Ello confirma que el comercio internacional es una usina de crecimiento. Y todo indica que su recuperación es poco factible en el corto plazo por el auge del proteccionismo presentado en formas diversas, cuyo resurgimiento obedece a complacer lobbies domésticos, razones de seguridad nacional o segmentación de los mercados por visiones que encapsulan al comercio entre bloques o regiones afines ideológicamente.
El informe también advierte sobre el lastre que aplica el endeudamiento externo creciente sobre el crecimiento futuro. La expansión fiscal reciente para compensar la pandemia en los países en desarrollo, y en particular los más pobres, hizo que su endeudamiento externo aumentara significativamente. Hecho que adquiere relevancia pues proyecta deterioros futuros del fisco por servicio de deuda, aumenta el riesgo país, dando como resultado final el bloqueo a los mercados de capitales por su alto costo de acceso. La evidencia muestra que en el último año, el costo del endeudamiento de los países con rating más bajo —rating C— saltó más de 14 puntos porcentuales. Su resultado es menos crecimiento y posibles crisis de endeudamiento, que abren otros escenarios cuya resolución requiere la participación de la comunidad financiera internacional, tanto pública como privada. En tanto los países en desarrollo con ratings en el “área B”, fueron poco afectados y aquellos con grado de inversión, como Uruguay, tuvieron un achique en sus spreads mejorando sus condiciones de financiamiento.
Esta panorámica incita a varias reflexiones. Se confirma que los shocks negativos inéditos del primer tercio de la década, han erosionado la capacidad de crecimiento futura, que llevará su tiempo revertirlo, pues requiere recuperar equilibrios en el seno de una nueva época que se anuncia. Es desbrozar lo temporal, que resuelve la política económica, a los efectos derivados de cambios estructurales, cuyos acomodamientos requieren horizontes más largos.
Una vez más se confirma que la calidad de la política económica tiene altos dividendos en el mediano plazo, expresados en la fortaleza del crecimiento, la inmunidad que otorga para enfrentar shocks externos y la distensión social que genera facilitando la operativa de la institucionalidad vigente, sobre todo la referida el ejercicio de la política, hecho esencial para el funcionamiento de la democracia. Uruguay supo construir en su último medio siglo de historia, política económica de calidad que se ha convertido en una política de Estado, cuyas bondades confirmó en situaciones de crisis extrema como las de principio de siglo, donde gobiernos de todos los signos del espectro político mantuvieron sus preceptos básicos, que son el seguro para un funcionamiento social sin tensiones y nos permite movilizarnos con cierta comodidad, en un futuro que luce complejo.