Desde hace ya tiempo, hay una creciente preocupación de exportadores y de ejecutivos de empresas que sustituyen importaciones, por la apreciación que ha tenido el peso ante el dólar. Y además, porque el componente salarial de sus costos y de otros que se mueven en función de ajustes por indexación a la inflación, aumentan con frecuencia y cada vez menos pueden ser trasladados al precio final de sus precios. El motivo de la preocupación es, en definitiva, la disminución de su ganancia y porque se estima que si continúa la actual tendencia de dichas variables, más adelante la caída de su capacidad de competencia en el mercado local, en el regional y en el internacional será más aguda, lo que puede llevarles a disminuir su actividad y hasta a interrumpirla.
Competitividad
Desde el punto de vista macroeconómico —no desde el punto de vista del gerenciamiento de la inversión en capital y en trabajo de cada empresa—, la capacidad de competencia o la competitividad se puede medir de varias formas. Una es —como en general se sabe y se hace aunque no sea la más correcta—, asimilándola al resultado de la evolución del tipo de cambio nominal —la cotización del dólar—, ajustada por la de la inflación. Por ejemplo, considerando que en los últimos dos años el tipo de cambio nominal —la cotización del dólar— cayó 12% y la inflación ha sido 18%, ello implica que el tipo de cambio real —y la competitividad— que se define con esas dos variables, ha declinado 24%. Claramente, eso implica un escenario difícil para exportadores y para empresas competidoras de importaciones.
Se deben considerar otras formas más correctas de medir la competitividad de la producción transable. Una de ellas resulta de considerar lo ocurrido con el tipo de cambio nominal y lo sucedido, en igual lapso, con el índice medio de salarios privados, es decir, el precio de los bienes y servicios transables en términos de uno —tal vez el principal—, de sus componentes de costos no transables. En los últimos dos años, ese costo salarial en dólares ha subido 24%, un comportamiento difícil de compensar con inversiones u otros ajustes empresariales, ante la imposibilidad de acomodar los salarios a la baja.
Es posible continuar mencionando otras formas relativamente más completas de medir la competitividad desde el punto de vista macroeconómico, como la que cuando, a la recién mencionada, se la ajusta por la misma relación en los países que son sus socios comerciales. O cuando se considera en fórmulas aún más completas, la evolución de los precios internacionales. Se puede incluir también, al propio Banco Central que publica mensualmente una aproximación a la competitividad al estimar el tipo de cambio real en relación con lo que ocurre en los principales socios comerciales de Uruguay, que excluyendo a Argentina son Brasil, China, Estados Unidos y el conjunto de los de la Eurozona. De acuerdo con la publicación citada, la competitividad de la producción uruguaya, frente a los países citados se ha deteriorado en los últimos dos años y, en algunos casos, significativamente: 28% frente a China; 22% respecto a los países de la Eurozona; 15% frente a Estados Unidos y 8% en relación a Brasil.
En un escenario de caída de precios internacionales que disminuye la capacidad de vender al exterior y de competir con lo importado, manejar los costos internos de insumos y factores de producción no transables es ciertamente difícil. Tomando como ejemplo al componente salarial en las empresas mencionadas —exportadoras y sustituidoras de importaciones—, la mayor competencia exterior con menores precios requiere ajustes salariales por caída del precio del producto final al que los trabajadores contribuyen a elaborar. La oposición sindical aspira a mantener o aumentar salarios lo que, de concretarse va contra la otra aspiración sindical, que es el mantenimiento de los puestos laborales por reducción de actividad. El componente de los costos por los precios de otros bienes y servicios no transables es también difícil de manejar.
Sin explicación
La economía uruguaya se encuentra en una situación que no es explicada por el Banco Central, que es la institución que debería indicar y explicar las razones que están provocando el comportamiento señalado para el tipo de cambio nominal y, en definitiva, también el del tipo de cambio real. Es el Banco Central la institución que maneja la política monetaria, la que revisa frecuentemente para decidir el rumbo a seguir y cuya incidencia no es únicamente sobre el comportamiento de los precios. Su influencia es también relevante sobre el tipo de cambio y es muy significativa entonces, sobre el comportamiento del sector real de la economía, al que los comunicados de la institución no hacen referencia. Al provocar cambios sobre la tasa de interés la política monetaria afecta al ingreso y al gasto en el país; junto con ese efecto, induce también cambios en el comercio de bienes y de servicios, en los movimientos del crédito y de capitales desde y hacia el exterior y, en definitiva, también en sus reservas internacionales.
Es entonces necesario que, ante la fuerte caída de la competitividad y antes que puedan manifestarse más intensamente los efectos adversos que esa caída puede provocar sobre la producción, la autoridad monetaria indique las razones que ve en esa tendencia y los motivos por los cuales seguirá con su actual política antiinflacionaria, o si entiende ahora que hay que modificar la importancia relativa de los objetivos a los que debe apuntar su accionar monetario. Si aún continuando con el objetivo antiinflacionario considera que la fuerte caída del tipo del cambio real puede afectar a la actividad económica, debería dar paso a una política monetaria relativamente menos restrictiva.