TEMA DE ANÁLISIS
Leve mejora de las expectativas de las familias, aunque sin volver a los valores previos a la invasión rusa en Ucrania.
Primero fue la pandemia con sus efectos extraordinarios; luego el shock de oferta provocado por la guerra, que impulsó encarecimientos notorios en alimentos y combustibles y, más recientemente, el endurecimiento de las políticas monetarias de los bancos centrales, todo lo cual ha afectado negativamente las perspectivas de la actividad económica global. Así, los últimos años se caracterizan por golpes sucesivos significativos, que no permiten que la economía mundial se consolide en una senda de crecimiento sostenido. ¿Haber superado el colosal shock que implicó la pandemia alcanza para que los recientes impactos negativos sean visualizados como “menores” y sin mayores consecuencias sobre la actividad? ¿O, por el contrario, la guerra y la desaceleración global, son un nuevo shock que afectará en forma significativa el humor de los consumidores y a los sectores relacionados?
Para empezar, los precios de nuestros principales productos de exportación han cedido en los últimos meses luego de los máximos observados a posteriori del inicio de la guerra. En efecto, los precios de los commodities, tras aumentar en forma sostenida en abril, vienen desinflándose desde julio. Así, el índice de precios de commodities alimenticios de la FAO, tras alcanzar un máximo de 159 en marzo, al inicio de la guerra, ha caído 14,5%, hasta 136 en setiembre (gráfico 1). Si bien los precios todavía se mantienen algo por encima de los valores de un año atrás, han perdido lo ganado a partir de la guerra. Esta reversión motivará cierto alivio para el presupuesto de las familias aunque, como veremos más adelante, no se ha traducido por ahora en actitudes más desinhibidas para el consumo de bienes de la canasta básica. Y a pesar que constituirán cierta mejora para el consumidor, la caída de precios generará presiones recesivas para buena parte de nuestra producción agroindustrial y exportadora. De hecho, las estadísticas más recientes de comercio exterior mostraron retrocesos de las ventas al exterior (con una leve caída en setiembre y descenso de 6% en octubre), cuando dicho componente de la demanda agregada crecía a tasas excepcionales en los primeros trimestres del año (mayores al 30% interanual). Menores precios y también reducción de volúmenes exportados explican la pérdida de dinamismo.
Las perspectivas de actividad de las principales economías mundiales han mostrado una clara reducción desde principios de año. En efecto, el crecimiento global esperado para 2022 era de 4,4% en enero, antes del comienzo de la guerra, un registro que el FMI, en sus World Economic Outlook bajó sucesivamente hasta 3,2% en octubre. Se destacan, por su relevancia para nuestro país, los descensos de China (4,8% a 3,2%), EEUU (4% a 1,6%) y Zona Euro (3,9% a 3,1%) y, por el contrario, la mejora de Brasil (desde 0,3% a 2,8%), como se observa en el gráfico 2. Además, también es desfavorable para nuestras perspectivas de actividad la suba de tasas de interés que están propiciando los bancos centrales (la Fed subió su tasa de referencia 0,75% adicional la semana pasada, llevándola a 3,75%-4%), lo que desincentiva la llegada de inversiones a nuestro país y encarece el servicio de deuda. Todos los cambios reseñados (excepto, quizás, el mayor crecimiento esperado para Brasil) implican, a la corta o a la larga, menor actividad económica en nuestro país y afectación de ingresos para nuestra población.
En Uruguay, el dinamismo del mercado laboral, que había sido notorio durante el año pasado, ha perdido impulso e incluso ha mostrado retrocesos. En efecto, la tasa de empleo desestacionalizada, que había llegado a un máximo post pandemia en marzo de este año (57,3%) se mantuvo estable en los meses posteriores pero mostró una caída de cierta importancia, a 56,8%-56,9%, en los registros de agosto y setiembre (gráfico 3). Además, hemos visto recientemente un aumento de las expectativas de desempleo y una caída de las expectativas de ingresos de las familias, que anticipan aumentos adicionales de la tasa de desempleo y caídas de la tasa de empleo para los próximos meses.
En esta línea, los consumidores han ajustado sus expectativas, en particular aquellas asociadas a decisiones de gasto, de forma de reflejar el deterioro del contexto externo. A continuación repasamos algunos ejemplos. Nuestro índice de condiciones económicas de corto plazo, en base a respuestas de consumidores, que había alcanzado un máximo de 45 puntos en febrero, retrocedió en los meses posteriores hasta alcanzar un mínimo (desde mediados de 2021) de 34 puntos en mayo, para luego recuperarse con ciertos altibajos hasta 40 puntos en octubre (gráfico 4). La propensión a reducir sensiblemente gastos en el hogar, que se había moderado a principios de año, aumentó en forma notoria en octubre y llegó a un 61% de los encuestados, de los registros más altos de la serie (gráfico 5).
En esa dirección, las propensiones al consumo de corto plazo (próximos 3 meses) alcanzaron en general un mínimo post pandemia en el segundo trimestre y, si bien luego se recuperaron, se mantienen por debajo de los registros de fines del año pasado. En lo que respecta al consumo de bienes de la canasta básica, los consumidores se mantienen muy atentos a los precios, a tal punto que los registros de octubre se volvieron a ubicar muy cerca de los máximos de la serie (gráfico 6). Así, el indicador señaliza que los efectos de los encarecimientos del segundo trimestre perduran, ya sea explícitamente en las góndolas o a partir de lo que percibe el consumidor. Mientras tanto, las persistentes subas de combustibles motivaron, como aventuramos en nuestra nota de marzo, estrategias generalizadas de ajuste del gasto. Así, casi un 70% de los encuestados con auto, o bien redujeron el uso del automóvil, o bien ajustaron otros consumos para mantener el gasto en combustible para el vehículo o realizaron una combinación de las dos medidas.
En suma, el deterioro del contexto externo de los últimos meses no será inocuo para la actividad económica en general y afectará el consumo de las familias, en línea con lo que analizamos en nuestra nota de junio. De hecho, si bien los diversos indicadores de expectativas han mostrado una mejoría respecto a los bajos registros posteriores a la invasión de Ucrania, no han recuperado todo el terreno perdido desde el mejor momento post pandemia (fines de 2021, principios de este año). Ahora nos encontramos, en términos de expectativas y propensiones al consumo, en una situación intermedia entre los “altos” valores previos a la guerra y los “bajos” registros de los meses posteriores a la invasión, algo que parece consistente con el deterioro del contexto externo. Así, los consumidores parecen haber incorporado que el nuevo escenario post-invasión es en parte permanente y no volverán, sin mediar innovaciones de importancia, al buen humor que mostraban a principios de año.
(*) Alejandro Cavallo, Director de Consultoría Económica de Equipos Consultores.