El inicio de año, ya sea en charlas con amigos, la playa o alrededor de una parrilla, siempre invita a hacer balances y proyectar lo que viene. En esta columna, analizo lo que dejó el 2024 para Uruguay en el plano económico y lo que espero para 2025.
En 2024 la economía tuvo un desempeño dentro de lo esperado, con una dinámica de menor a mayor a lo largo del año, que se extendería hasta el primer trimestre de 2025, inclusive. El crecimiento promedio del PIB se habría ubicado en torno a 3,5%, superando su tasa potencial estimada en 2,5%. Esto contribuyó a reducir la capacidad ociosa, reflejada en una brecha del PIB cercana a cero y una tasa de desempleo inferior al 8%.
Detrás de este comportamiento estuvo fundamentalmente el fuerte dinamismo de la demanda externa. Se destacó la recuperación en volumen de las exportaciones agroindustriales tras la sequía, así como el menor desvío de consumo hacia Argentina, dado su encarecimiento relativo.
Por su parte, el mercado de trabajo mostró mejoras adicionales en la masa salarial. Se produjo una creación de 35 mil empleos y un incremento de 3% en los salarios reales del sector privado (en el promedio anual). Se consolidó un quinquenio 2020-24 “ganado” en materia laboral, en contraste con un 2015-19 “perdido” marcado por la destrucción de 50 mil empleos.
En materia de precios, se afirmó el nuevo nivel de inflación. Esta cerró el 2024 en 5,49% interanual y por segundo año consecutivo dentro del rango objetivo del Banco Central, aunque con cierto incremento del indicador subyacente en el último trimestre. Esto último respondió al incremento del tipo de cambio nominal desde setiembre, alineado con la tendencia global y de Brasil, y por factores domésticos como cierta salida de capitales y el ciclo político-electoral.
En el terreno fiscal, el déficit estructural (corregido por el ciclo y factores extraordinarios) del GC-BPS habría culminado 2024 algo por encima de 3,5% del PIB. Se dio un deterioro respecto a 2023 debido un menor dinamismo de la recaudación en relación al esperado para la primera mitad del año. En ese contexto, las proyecciones oficiales contemplan un desvío de las metas de la regla fiscal por primera vez desde 2020; si bien ello no afectó el bajo riesgo país ni la alta calificación crediticia (grado inversor).
De este modo, Uruguay enfrentará un inicio de 2025 con una herencia e inercia más positiva que negativa, aunque con riesgos de una desaceleración en la segunda mitad del año. Estos riesgos provienen del contexto externo, la dinámica reciente de la inversión y el consumo privado, y el propio bajo crecimiento potencial.
El contexto extrarregional no presenta “viento a favor”. Estados Unidos ha ampliado su diferencial de crecimiento respecto al resto del mundo desarrollado, China y emergentes, en un ciclo que sigue teniendo muchas similitudes con la segunda mitad de los años ´90. Esto sugiere que no habrá que esperar un dólar débil ni precios de materias primas fortalecidos o una reducción significativa de las tasas de interés. Sin embargo, el comienzo del mandato de Trump podría traer algo de estabilidad inicial antes de concreciones anunciadas en política tributaria, comercial o inmigratoria que ahondarían las perspectivas más complejas para emergentes hacia la segunda mitad del 2025 y los años siguientes.
En la región hay señales mixtas. Argentina será el único impulso positivo para Uruguay, dado una economía que, en el primer semestre, continuaría reactivándose, monetizándose y encareciéndose; apuntalando una buena temporada turística. En el sentido opuesto, Brasil parece consolidar un escenario de neutral a negativo en términos de actividad y precios relativos por sus fragilidades fiscales y la depreciación de su moneda.
A nivel doméstico, se observan señales incipientes de reversión de ciclo. En particular, el flujo negativo de inversión extranjera directa y el mayor superávit (ajuste) del sector privado. De hecho, en esta fase alta del ciclo, el consumo creció proporcionalmente menos que la masa salarial. En la misma línea, la inversión fija no sostuvo su nivel, en parte debido al fin de los grandes proyectos de UPM y el Ferrocarril Central, cayendo en términos del PIB.
Con todo, la economía llegaría hacia mitad de 2025 con crecimiento promedio interanual cercano a 4%, lo cual continuaría favoreciendo un mercado de trabajo con los niveles de participación laboral y empleo más altos en una década y cierta mejora cíclica de los ingresos fiscales. Asimismo, la inflación fluctuaría en torno al 5,5% con incrementos adicionales en la tasa de política monetaria conforme los riesgos al alza de sus expectativas. Ello reforzaría cierta estabilidad inicial del tipo de cambio tras la fuerte corrección previa.
En ese horizonte, tendrá lugar los dos hitos más importantes de la nueva administración de gobierno en 2025: la convocatoria a la undécima ronda de negociación salarial (julio) y la presentación del presupuesto quinquenal (agosto). A lo que podría sumarse el inicio del diálogo por la seguridad social.
La política salarial deberá tener en cuenta que el empleo ha alcanzado niveles históricamente elevados, difíciles de sostener en ausencia de señales de prudencia salarial. Por su parte, la política fiscal deberá equilibrar las demandas de gasto y los compromisos electorales sin recurrir a subas de impuestos que perjudiquen la inversión y el consumo.
En resumen, de no ocurrir eventos inesperados, 2025 promete ser un año “más normal” que los últimos, con un crecimiento promedio en torno al potencial, aunque con diferencias marcadas entre su primera y segunda mitad. La gran clave estará en no asumir como permanente lo transitorio. Ni sobrestimar el impulso actual ni subestimar los riesgos hacia adelante. Las señales de las políticas macro del nuevo gobierno, justo en el pico de actividad, serán determinantes para el clima de negocios, el comportamiento de los activos financieros y la capacidad para amortiguar el ciclo externo en los años posteriores.
-Ignacio Umpiérrez es economista e investigador del Centro de Estudios para el Desarrollo (CED).