El inicio de cada año es quizás el mejor momento de los macroeconomistas. Somos certeros en los balances del año pasado porque ya es historia. Y podemos hacer predicciones categóricas sobre el que empieza porque falta mucho para ser evaluadas. ¿Cuál es el balance de la economía uruguaya en 2023? ¿Cuáles son las herencias para 2024? ¿Qué cabe esperar?
El año pasado la economía uruguaya tuvo un desempeño peor al inicialmente esperado, pero igual fue “de menos a más”. El crecimiento del PIB promedió una cifra cercana a 0,5%, muy por debajo de la expansión potencial (2,8%). Dicha brecha y la desaceleración respeto al bienio previo se explicaron por factores cíclicos, el fuerte (mayor) impacto de la sequía y algún otro efecto puntual. Dentro de su larga incidencia negativa, se intensificó el efecto negativo de Argentina, aunque con consolidación de mayor resiliencia (menor acople) a los problemas estructurales de ese país.
Previsiblemente, el segundo semestre fue mejor al primero. Superada la crisis hídrica, el PIB retomó el crecimiento desde junio con expansiones trimestrales cercanas a 1% que se explicitarán con nitidez en las cifras interanuales de la primera mitad de este año. El mercado laboral, en tanto, mostró mejoras adicionales con la normalización de la masa salarial, que se reflejaron en el incremento adicional del número de ocupados (+39 mil en el promedio anual) y la aceleración de los salarios reales. Con todo, el desempleo no siguió cayendo, sino que promedió 8,4% por un fuerte rebote en la participación laboral.
La desaceleración y la brecha negativa del PIB influyeron en el proceso desinflacionario, junto a la caída de precios externos, la deflación importada desde Argentina y la apreciación del peso. Agregando a eso la baja de los precios de las frutas y verduras, la inflación cerró 2023 en 5,1%, tanto interanual como en el ritmo reciente anualizado de los indicadores subyacentes. En materia fiscal, si bien hubo a lo largo del año un aumento del déficit efectivo, reflejando mayoritariamente factores cíclicos y extraordinarios, algo de eso se revirtió en el último trimestre. Así, el déficit consolidado del sector público habría cerrado 2023 por debajo de 4% del PIB y el estructural cerca de 3%, con el cumplimiento de al menos dos de los tres pilares de la regla. En la perspectiva de calificadoras de riesgo y los precios de los activos, esto se reflejó en la reafirmación del grado inversor, la baja del spread soberano (“riesgo país”) a mínimos históricos, casi 7% del PIB anual de inversión extranjera y la apreciación real del peso uruguayo. A todo ello también contribuyó la aprobación de la reforma de la seguridad social.
Se trata de un balance mixto, con claroscuros en términos de herencias para 2024, en un año que tendríamos luces entre las sombras del que terminó y las que podrían irrumpir en la segunda mitad de la década desde el mundo, como he planteado en columnas anteriores.
Así, con esas herencias heterogéneas, la economía uruguaya enfrentaría un entorno extrarregional menos desfavorable, menor desimpulso desde Argentina y cierto empuje extendido desde Brasil. A ello se sumarían los efectos por una vez de la reversión de la sequía, la plena producción de UPM II y el reinicio de la refinería de Ancap. El rebote del PIB este año compensaría la desaceleración del pasado para dejar el promedio del bienio cerca del crecimiento potencial. Estructuralmente, en términos de tendencia, 2023 no fue tan malo, ni 2024 sería tan bueno.
El contexto global sería (transitoriamente) menos desfavorable por cierta reaceleración del crecimiento mundial, la estabilidad/debilidad global del dólar, precios de exportación algo mejores y condiciones financieras menos restrictivas. Sigue siendo “el respiro” antes del “ahogo” que podría venir en la segunda parte de la década, dependiendo el resultado de los comicios de Estados Unidos. Si en 2023 había que seguir prioritariamente a la Fed, este hay que monitorear las chances electorales de Trump y los potenciales efectos negativos para emergentes de las políticas que reivindicaría.
Desde la región, el cambio más relevante es el rápido y elevado encarecimiento en dólares que Argentina está teniendo y que se acentuaría en el corto plazo. Por eso, dejará de ser un fuerte viento en contra.
Por su parte, desde Brasil, Uruguay absorbería “más de lo mismo” en términos de crecimiento y precios relativos, con el real apreciado y a merced de las principales paridades mundiales. Seguirá siendo una brisa algo favorable.
La reactivación extendida de la economía uruguaya que todo ello traería aparejado, con rebote sobre todo de las exportaciones, favorecería tanto el mercado laboral como la recuperación cíclica de la recaudación fiscal. Con todo, la dinámica de los salarios reales limitaría las mejoras en uno como en otro. Seguiríamos observando crecimiento real en la masa salarial, pero con menor dinamismo de la ocupación y desempleo relativamente estable. En materia fiscal, la regla e institucionalidad desarrollada ha reducido la prociclicidad y los riesgos de insostenibilidad de las finanzas públicas, pero en 2024 enfrenta su tercer gran desafío: la expansividad y discrecionalidad en ciclos electorales.
Por último, la inflación fluctuaría en la parte alta del rango de tolerancia y el tipo de cambio real seguiría apreciado en términos reales, aunque eso podría reflejar una transición hacia un escenario de ajustes al alza en el resto de la década, dependiendo de las políticas del Banco Central y el nuevo entorno externo.
En fin, lo dicho, la economía uruguaya vería luces en 2024 entre las sombras de 2023 y las que podría proyectar el mundo desde 2025.