La hora de la política para potenciar el crecimiento

Estamos atrasados en materia de innovación, tanto en su generación como adopción, respecto a la comparativa mundial.

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Los precandidatos por la puja presidencial tienen, como preocupación común, cómo reactivar el crecimiento económico estancado desde hace una década. Un guarismo que en promedio ronda en el 1,2% anual, la mitad del crecimiento potencial estimado, con alta volatilidad explicada por su sensibilidad al ciclo y shocks externos.

Con esta realidad todos los candidatos saben, o al menos así se espera, que toda mejora permanente del bienestar general, incluida la disminución de la pobreza, son imposibles si no se logra aumentar la tasa del crecimiento económico de manera sostenible. Ello significa no hacerlo con medidas extraordinarias de expansión del gasto público financiadas con endeudamiento. Estas acciones deben reservarse como respuesta a shocks negativos inéditos como lo fue el ocasionado por la pandemia.

Aunque luce reiterativo, crecer más, de manera sostenible, es crear un entorno operativo que promueva el aumento de la productividad general de todos los factores de producción. Con esto será posible competir mejor en los mercados externos, aumentar los niveles salariales, demandar mayor empleo de calidad y fortalecer la rentabilidad empresarial de manera tal de encender una espiral ascendente de mayor inversión que retroalimenta el crecimiento. Esa es la ruta seguida por países similares a Uruguay que lograron hace décadas pegar ese salto para convertirse hoy en economías de ingreso alto y excelentes indicadores sociales.

Vale advertir que ese proceso requiere de plazos que excedan los del ciclo político, que da lugar a propuestas cortoplacistas de resultados inmediatos pero efímeros. Una forma de iluminar en dónde Uruguay está ubicado en la comparativa internacional respecto a las condiciones que potencian o traban su productividad, es analizar el Índice Global de Innovación del 2023 preparado por Organización Mundial de la Propiedad Intelectual. Además de medir la posición relativa de Uruguay con 132 países, el índice mide a nivel de cada país dos universos complementarios: uno refiere a los llamados “insumos innovadores” que son los que posibilitan la creatividad. Aquí están incluidos los aspectos regulatorios, el imperio de la ley, los niveles educativos, la inversión en investigación y desarrollo, la calidad y la potencia de la oferta energética, la infraestructura y la sofisticación del mercado. Por el lado de la generación de innovación figura la creación de conocimiento, propiedad intelectual, patentes, productividad del trabajo, exportaciones con alto contenido tecnológico, y marcas registradas.

Como primera aproximación, el índice muestra que América Latina está a media tabla en la comparación internacional de 132 países, liderado por Brasil (49), seguido por Chile (52), México (58) y Uruguay (63). Es decir, estamos cuartos en una región superada por otras regiones integradas por países con ingresos similares, que pocas décadas atrás estaban por debajo de nosotros (Corea, China). Poniendo la lupa sobre el indicador referido a nuestro país, en el universo de los inputs tecnológicos la posición es 56, explicado por la calidad institucional (31) donde refinando más la estabilidad institucional para hacer negocios nos ubica en la posición 10 en el ranking mundial. Sin embargo el marco regulatorio nos retrotrae a la posición 49. En Capital Humano e Investigación caemos al puesto 83, explicado por la oferta insuficiente de egresados en ciencia e ingeniería (99), egresados de secundaria (77) hecho que no es compensado por el buen indicador en educación primaria (21). En Infraestructura, el indicador (57) casi coincide con el indicador global del país (63), aunque vale destacar que en su composición, el manejo ambiental muestra un desempeño mejor (48) que la logística (60) y la formación de capital bruto para fondear infraestructura (108).

En lo referente a la sofisticación del mercado descendemos al puesto (86) explicado por los altos aranceles, escasa diversificación industrial y escala de mercado pequeña.

Yendo al otro universo (el de los resultados explicados por la adopción práctica de nuevos procesos o productos), como vimos, retrocedemos al lugar 73. Hecho explicado por la escasa generación de conocimiento, en particular por la falta de patentes originales respecto al PIB (90), el escaso impacto del conocimiento generado (96) sobre el crecimiento de la productividad del trabajo y las pocas manufacturas de alto contenido tecnológico.

Esta apertura muestra dos hechos relevantes; en primer lugar, que estamos atrasados en materia de innovación tanto en su generación como adopción respecto a la comparativa mundial. Segundo, que tenemos mejor capacidad para generar insumos tecnológicos disponibles que como usuarios de ellos bajo la forma de mejoras tecnológicas en la gestión de las empresas, en aumentos de la productividad del trabajo y en la sofisticación de la matriz productiva del país.

Este pantallazo demuestra la necesidad de grandes propuestas de reformas a nivel microeconómico, que van desde la revisión de aspectos arancelarios, de modernización de marcos regulatorios, pasando por la modernización de los mercados laborales, la facilitación del entrenamiento de mano de obra a nivel de empresas, el potenciamiento de la educación en todos sus niveles, el acompasamiento de la calidad de la infraestructura, y el fortalecimiento de la investigación complementaria con las necesidades del sector público y privado.

Desde aquí, aparecen sugeridos un abanico amplio de reformas que son condiciones necesarias para fortalecer una senda de crecimiento robusta.

Esperamos que por su importancia los programas de gobierno las incluyan. No hacerlo sería otra oportunidad perdida que como sociedad no nos merecemos.

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