OPINIÓN
Asombra escuchar a muchos políticos locales y de la región, referirse con rechazo a una derecha de la que, cada vez más, la izquierda toma para sí sus características principales.
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Desde hace ya más de dos siglos, no se alude más a los conceptos de izquierda y derecha política, los surgidos tras la Revolución Francesa en el Siglo XVIII. Las referencias a una derecha política están más asociadas a las corrientes conservadoras, al liberalismo económico y al capitalismo, para lo que el individualismo es condición necesaria. La izquierda política es, por oposición, la que supuestamente está vinculada al cambio —y no al conservadurismo de cierta situación y del statu quo—; la que pregona al colectivismo, al intervencionismo estatal y a la igualdad social —contra la libertad individual para procurar el beneficio del propio individuo y así el del resto de la sociedad—. La evidencia de las últimas décadas nos ha venido mostrando una evolución de esa izquierda política.
En nuestro país, como antes ocurriera en Europa, esa evolución la tiende a acercar a la derecha y a diferenciarse de ella tan solo en el intervencionismo para repartir ingresos o riquezas de modo de cumplir con su objetivo igualitario, no obstante los resultados insostenibles a los que generalmente llega. Por eso y por lo que veremos cómo su justificativo, es que asombra escuchar a muchos políticos locales y de la región, referirse con rechazo a una derecha de la que, cada vez más, la izquierda toma para sí sus características principales.
El pasado
Hasta no hace mucho tiempo, desde la izquierda se pregonaba el control de precios. Desconociendo las reglas de la oferta y de la demanda en los mercados, se suponía que con ello y aumentando los salarios, el ingreso se redistribuiría adecuadamente entre los miembros de la sociedad. Pero esa combinación no fue eficaz, genera mercados negros e incentiva la mala calidad tanto de productos como de servicios. Ante ello, la izquierda ya no se opone a la libertad de precios en general de los productos y servicios que se transan en la sociedad.También la izquierda se oponía a desgravar importaciones, pues el proteccionismo a la industria nacional se pensaba que favorecía ocupación mayor de trabajadores. Sin embargo, de aquellos aranceles y medidas de efectos equivalentes que impedían todo tipo de compras en el exterior, hoy solo queda el recuerdo y para extender los beneficios del comercio exterior para los consumidores, se propone profundizar en desgravaciones desde dentro y fuera del Mercosur.
Pocos son los que ahora recuerdan la permanente brega que hubo durante mucho tiempo entre los colectivistas que proponían el control de la tasa de interés —fijarle topes—, y los liberales que justificaban la conveniencia de la libertad del costo del crédito. Como pocos son los que recuerdan los controles de cambio y tampoco las permanentes propuestas de la izquierda colectivista de impedir la libertad de las transacciones en monedas extranjeras, libertad defendida por quienes creen desde siempre en el liberalismo económico.
A pesar de que sigue habiendo oposición a la desmonopolización de empresas públicas —particularmente de quienes se benefician por eso—, se conocen hoy los resultados y nadie se opone a ellos, de lo ocurrido con la liberalización del ingreso de empresas privadas al negocio de los seguros.
Abundan recuerdos similares a los señalados. Avanzar en el colectivismo era lo que más se propugnaba y, aunque subsisten algunas propuestas de esa naturaleza, la izquierda ha olvidado o descartado, muchas de ellas.
Capitalismo e igualdad
Uno de los principales objetivos del actual y de los pasados gobiernos es el aumento de la inversión privada. Fomentarla no es otra cosa que avalar al capitalismo, pues en el contexto de la libertad de acción del empresario que invierte está implícita —se propugne o no—, la aceptación de la ganancia del inversor. Nadie invierte si no se le asegura su derecho a recibir el fruto de su inversión. Esto debe verse como el gran paso del colectivismo, desde la izquierda intransigente hacia una posición que antes se veía enteramente como de derecha. Más aún, la evidencia en nuestro país muestra que, para apuntalar al capitalismo y al derecho de propiedad de los inversores, la izquierda ha abandonado la oposición a lo que siempre —y particularmente en 2002—, ha sostenido la posición contraria a sus postulados: que las deudas —del sector público y privado— se deben pagar.
No se continuó más, por ejemplo, con la sugerencia de formar un club de deudores latinoamericanos como en aquellos años, pues como desde siempre se les había indicado, deshonrar la deuda era sumir al país en la miseria que se decía que evitaría el no pago de las obligaciones financieras.
Entonces, ¿cuál es hoy la diferencia entre la izquierda uruguaya y el movimiento tildado derechista en nuestro país? No es ni más ni menos que la diferencia que existe entre la forma cómo cada uno, piensa que se deben nivelar los ingresos de la población. Mientras la izquierda uruguaya confiaba en mejorar la distribución del ingreso con el impuesto a la renta personal, el introducido para financiar a la salud y otros por el estilo, la evidencia hoy es que la suculenta recaudación lograda por esos medios, no se tradujo de manera sustentable en lo deseado. No parece entonces lo lógico y correcto, que se proponga mayor presión tributaria sobre la riqueza y el ingreso. La otra posición, la de la derecha uruguaya, es que, para lograr el objetivo, existen caminos más eficaces y eficientes —desde el punto de vista económico—, que van desde menores trabas impositivas y de otra naturaleza al consumo y a la inversión, mayor libertad en la relaciones laborales y profundización de la libertad de mercados y de comercio de bienes y de servicios.
La izquierda uruguaya se ha movido hacia la derecha pues luego de haber estado negándolas y renegándolas por ser de extrema derecha, son muchas las cosas que ha pasado a reconocer y a aceptar.