OPINIÓN
Los adolescentes tienen informaciones parciales sobre qué hace un economista, su inserción laboral y las perspectivas profesionales
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Hace muchos años, ya no sé cuántos, que en esta época del año recibo personalmente o a través de las redes sociales consultas de alumnos de Educación Secundaria con dudas vocacionales sobre estudiar economía o disciplinas relacionadas. Pese al enorme crecimiento de la profesión desde la mitad del siglo XX en el mundo y durante las últimas tres décadas en Uruguay, los adolescentes tienen informaciones parciales sobre qué hace un economista, su inserción laboral y las perspectivas profesionales.
En países que han enfrentado problemas macroeconómicos recurrentes o intensos debates políticos e ideológicos, sus labores siguen siendo asociadas, quizás por esa inercia, al análisis de la coyuntura macro o a la docencia e investigación o al trabajo en política económica desde organismos públicos, o a la participación en centros de estudios o partidos políticos.
Pero suelo enfatizarles a esos adolescentes que “la economía está en todos lados”. Estamos rodeados de decisiones económicas al tener permanentemente que asignar recursos escasos a fines múltiples, desde lo personal, pasando por lo empresarial, hasta lo estatal-gubernamental (la sociedad en su conjunto). De ahí el foco de la economía en la asignación de recursos: qué producir; cómo producir; para quién producir; cómo distribuir; cuánto y cómo asignar entre consumo presente y futuro (ahorro); y todas las consecuencias sociales, medioambientales y políticas de estos procesos, entre otros grandes temas.
Por todo eso, los roles de los economistas se fueron expandiendo a múltiples ámbitos e interactuando crecientemente con otras ciencias sociales.
Por supuesto que las políticas públicas siguen siendo un campo fértil y estimulante de desarrollo profesional, que trasciende el tradicional diseño y ejecución de políticas macro desde el Ministerio de Economía, el Banco Central u organismos de planificación.
Desde fines de los ’80, con el impulso computacional y el desarrollo de bases de datos, la economía masificó sus contribuciones a muchas otras áreas. Sin ser exhaustivos, cabe destacar los aportes en desarrollo social; pobreza y distribución del ingreso; educación salud y pensiones; infraestructura en general; políticas de competencia; regulaciones sectoriales; evaluaciones de impacto; temas urbanos y ambientales; y muchos otros ligados al comportamiento humano, desde la delincuencia hasta las drogas. Poco de eso se puede abordar hoy solo con “buen juicio”. Casi todo requiere buenas teorías, adecuados modelos y rigurosa evidencia, que la economía debería aportar.
Así, la labor académica, que hace 30 años estaba circunscrita en Uruguay al Banco Central, un par de centros de estudios y algunos trabajos universitarios, tuvo una fuerte expansión en estas décadas, en parte vinculada al aumento de la oferta educación terciaria y la creciente importancia del trabajo científico en la disciplina, incluyendo una mayor conexión con la academia global y nuestra diáspora.
Hoy, una Facultad de Economía moderna está indisolublemente ligada a desarrollar buena investigación, con un grupo de profesores e investigadores full time, concentrados en la docencia y la publicación en revistas indizadas, que promueven a sus mejores alumnos a programas de postgrado. Todo esto debería ser la base para las actividades más tradicionales de extensión, difusión e interacción con la comunidad.
Al menos tres hitos movieron a Uruguay en esa dirección hace tres décadas: los impulsos del Banco Central y Daniel Vaz, la creación del Departamento de Economía de Ciencias Sociales en la Universidad de la República y el nacimiento de universidades privadas. Todo esto potenciado por un fuerte crecimiento de los ingresos y egresos de economistas uruguayos a postgrados en universidades líderes globales.
Pero, junto a la extensión de los ámbitos públicos y académicos, cabe destacar la expansión del desarrollo profesional del economista a las finanzas, el emprendedurismo y la ciencia de datos.
Para desempeñarse en finanzas, ya sea en el sistema financiero, las inversiones o las empresas en general, es clave una buena formación en micro, macro y cada vez más en estadística, que justamente la economía debería aportar. Lo mismo ocurre a la hora de forma un equipo para emprender. Un nuevo proyecto o una start-up necesitan cerca o adentro un economista muy orientado al desarrollo de negocios. Esas opciones han ganado protagonismo en el radar de los egresados, respecto a hace algunas décadas, que casi no estaban disponibles.
Por último, los economistas tienen una enorme oportunidad para insertarse en la expansión de la ciencia de datos por tres razones. Primero, por su papel en los equipos para hacer preguntas incómodas y chequeos de consistencia.
Segundo, por su anclaje en (buena) teoría, modelos derivados de ella y formación econométrica, con lo cual debería advertir problemas estadísticos, correlaciones espurias y causalidades auténticas.
Tercero, porque con la disponibilidad de información casi “en tiempo real”, se facilita la toma más oportuna de decisiones en todos los ámbitos económicos, proceso en el cual el economista podría/debería participar.
En fin, como recientemente ha sugerido la revista británica The Economist, todo esto parece darle un gran impulso a una profesión en fuerte expansión y con bajísimo desempleo, fundamentalmente en las especialidades más dinámicas y orientadas al exterior, en tiempos en que se “naturalizó” la exportación de servicios. Para que alguien con interés en la economía lo aproveche, requiere una buena formación universitaria que contemple esas nuevas, crecientes y globales necesidades relacionadas con la profesión.
Uruguay ha mostrado grandes progresos en las últimas décadas, pero aún tiene mucho por hacer.