La recuperación pos pandemia a nivel global ha sido parcial, incompleta y amplificó la desigualdad, según el PNUD

Si se ajusta el Indice de Desarrollo Humano en base a cuestiones ambientales –lo que denominamos presiones planetarias- Uruguay sube 21 puestos en el ranking de desarrollo.

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Dr. En Economía Heriberto Tapia, Jefe de Investigación del Informe de Desarrollo Humano de PNUD.

El programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) divulgó su último informe sobre el desarrollo humano, donde advierte sobre un retroceso en los últimos años de los avances logrados con anterioridad con relación a la desigualdad a nivel global. Heriberto Tapia, funcionario chileno, doctor en Economía (Columbia), Jefe de Investigación de dicho informe de PNUD, advierte que la recuperación de la pandemia, asumida en forma desigual por los países, exacerbó las diferencias. Señala la necesidad de acciones colectivas, ubica la polarización política como una amenaza y destaca el perfil de Uruguay en el contexto internacional. A continuación, un resumen de la entrevista.

—El reciente informe sobre Desarrollo Humano advierte que “el progreso desigual hacia el desarrollo va dejando atrás a las personas en condición de pobreza, incrementando la desigualdad, lo que aviva la polarización política”. ¿Cuál es el sustento para estas advertencias?

—Primero que nada, hemos constatado el aumento de ciertas desigualdades. En las últimas dos décadas anteriores a la pandemia, se había logrado un avance a nivel global en relación con la desigualdad y los países con mayores dificultades habían reducido en parte la brecha con los países líderes. Insuficiente ese avance, si, pero al menos existía una respuesta en términos del desarrollo que nos generaba cierta esperanza. Lamentablemente, con la pandemia, prácticamente todos los países del mundo fueron afectados. Más del 90% de los países sufrieron una reducción de su desarrollo humano medido por el IDH en el 2020 y el 2021. Luego de esa caída, vino la recuperación, pero en forma muy desigual. Mientras que en los países de la OCDE, dentro de aquellos que sufrieron una reducción, a esta altura ya todos se han recuperado por encima de los niveles del año 2019, en el caso de los países menos desarrollados —el grupo que debería ser la prioridad de la comunidad internacional— alrededor de la mitad de aquellos que sufrieron una caída no han logrado recuperar sus niveles de 2019 aún, que ya eran muy bajos. Esta es una señal de alarma, porque hay algo que no está funcionando bien y además es consistente con otras alarmas que ya venían sonando en los últimos años.

—¿A qué se refiere?

—Por ejemplo, en cuanto a la distribución de vacunas anti Covid hubo una diferencia enorme entre los países desarrollados y los países más pobres; también, los programas de emergencia que fueron capaces de implementar los países más ricos, eran muy distintos los programas de emergencia de los países más pobres. Esto, en un contexto donde el mundo parece estar entrando en una etapa donde, estos shocks globales van a ser más frecuentes. Ayer fue una pandemia, pero tenemos el cambio climático que está empezando a causar estragos, hay también choques geopolíticos, y la capacidad de responder a estas situaciones va a ser más y más importante. Ante ello, la desigualdad seguramente resulta más significativa aún.

—¿Y de qué forma esto repercute en la polarización política?

—En los últimos años la polarización ha ido creciendo en la mayoría de los países del mundo. Nuestro diagnóstico es que una parte de este fenómeno tiene que ver con un descalce en las políticas que los países son capaces de implementar, porque frente a un ambiente mucho más volátil, la estructura de políticas nacionales no está dando las respuestas para poder proteger a las personas. Entonces, no solamente en los países más pobres, sino también en los países de ingreso medio y también en los de ingreso alto, las personas se están sintiendo más vulnerables, e incluso aquellos que antes pensaban que por tener mayores ingresos estaban protegidos frente a esta incertidumbre, ahora se dan cuenta que no es así. Y como no hemos sido capaces de generar a nivel internacional mecanismos que nos protejan a todos conjuntamente, entonces los problemas a nivel nacional se trasladan a acciones como el proteccionismo, los migrantes pasan a ser un problema, que le vaya bien a un país vecino puede ser visto como una amenaza, y eso precisamente nos aleja todavía más de poder encontrar soluciones comunes, que son las que necesitamos.

—En el informe anterior (2022) advertían sobre la falta de respuestas, ¿hoy constatan que esa mirada era acertada?

—Efectivamente, ha sido una triste confirmación. Desde 2019 venimos trabajando en entender de una manera más sistemática las desigualdades. Lo que nos preocupa es que este repunte de algunas desigualdades no es algo que se acaba con la recuperación de la pandemia. Necesitamos avanzar más en la capacidad de respuesta de los distintos países, porque los choques van a seguir repitiéndose.

—El informe dice que la recuperación en cuanto al ingreso per cápita, la educación y la esperanza de vida han sido “parcial, incompleta y desigual”…

—Primero que nada, la recuperación nunca va a ser completa. Estos choques dejan huellas. El incremento de muertes por la pandemia o las horas de escuela que no se dieron, son huellas que son difíciles de recuperar. Otras consecuencias de estos choques también van a tener efectos en el tiempo. Todo en medio de una gran desigualdad. Constatamos que estamos yendo en una dirección indeseada y eso es un motivo para reaccionar. Y el punto clave es que la reacción tiene que estar a muchos niveles, también a nivel global. Porque en muchos de estos problemas, ningún país, ninguna gran corporación ni ningún supermillonario puede solucionar trabajando de forma aislada.

—El retroceso que ocurrió durante la pandemia y que en parte no se recuperó, ¿puede expresarse cuantitativamente?

—A nivel global estamos hablando de un retroceso del orden de ocho años; es decir, casi una década de progreso perdido en términos de reducir la desigualdad entre los países más avanzados —que podemos agrupar en OCDE— y los menos desarrollados.
Lamentablemente no tenemos en este informe global la capacidad de ir en detalle a lo que está ocurriendo en los países, sin embargo estamos desarrollando otros indicadores, por ejemplo a nivel de la evolución de la pobreza multidimensional, que nos permitirá una mirada más fina en poco tiempo.

—¿Cuál es su lectura de la evolución de Uruguay en los indicadores incluidos en el IDH?

—Uruguay en este contexto de crisis significativa tuvo una caída importante en su índice de desarrollo humano; los primeros efectos fueron en el 2020, pero se consolidó la caída en 2021. Al año siguiente, 2022, tuvo una recuperación muy significativa que destaca en el contexto latinoamericano y en el contexto global. Eso ha llevado a que Uruguay esté mejorando en el ranking mundial. Si vamos a una mirada más fina, más allá del promedio vemos, por ejemplo, qué a nivel de la economía hay trabajo por hacer aún para lograr una recuperación más amplia; o cuando vemos qué pasa con el indicador de esperanza de vida al nacer, que en general es muy bueno pero tiene espacio para mayor recuperación. Uruguay es el país menos desigual en la región, pero eso no debe ser excusa para no seguir avanzando frente a desigualdades que deberían eliminarse. Destaco el caso de la desigualdad de género, donde en términos de la educación, que es muy significativo. Las mujeres adultas o las niñas en Uruguay están más educadas que los hombres y los niños, respectivamente. Pero el problema en términos de la desigualdad de género viene más bien por el hecho de que hay brechas muy importantes en términos del empoderamiento económico y los ingresos, así como representación política. Y también quisiera mencionar que en el caso de Uruguay hay un área donde se han hecho las cosas relativamente bien a la luz de los datos, que es el tema medioambiental.

—¿En qué basan esa valoración del tema medio ambiente?

—Desde el año 2020 tenemos un indicador que es el índice de desarrollo humano ajustado por presiones planetarias, que corrige el índice de desarrollo humano por las presiones que los países ejercen sobre el planeta, por ejemplo, en emisiones de CO2. Qué tanto nuestro consumo tiene efectos sobre la extracción de recursos naturales.
Si tomamos el índice de desarrollo humano ajustado por presiones planetarias y lo comparamos con el índice de desarrollo humano no ajustado, Uruguay sube 21 lugares en el ranking, del actual puesto 52° que ya es bueno. Y mientras el IDH convencional, como decíamos antes, tuvo una caída en los años de pandemia y se recuperó, el índice ajustado por presiones planetarias también cayó, pero luego no creció.
Es una buena señal y consistente con algunas de las transformaciones que hemos visto, por ejemplo en términos de matriz energética y otros instrumentos de políticas públicas, como por ejemplo la emisión de bonos indexados a indicadores de cambio climático.

—¿Qué referencia le deja el indicador referente a educación en Uruguay?

—En general, Uruguay tiene buenos indicadores en relación con la región, aunque eso no es suficiente. Hay un indicador que representa la escolaridad promedio de la población adulta, y otro que representa lo que denominamos escolaridad esperada de la población más joven. Este último es alto, 17,4 años, pero el otro es bastante más bajo, 9,1. Es el más difícil de modificar, porque es un fenómeno vinculado a personas que ya tuvieron su etapa de escolarización. Allí, son clave las políticas de recapacitación, particularmente en un contexto de cambios tecnológicos a nivel global.
Con respecto a la población más joven, algo que no capturamos en nuestro indicador es qué es lo que ocurre con la calidad de la educación y con la capacidad de los escolares que están hoy en el sistema educativo para responder a la nueva demanda del mundo laboral. Ese es un análisis en el que seguramente trabaja en forma permanente las autoridades del país.

—A la hora de intentar revertir la consolidación de la desigualdad a nivel global, el informe recomienda “una nueva generación de bienes públicos globales”. ¿De qué se trata?

—Hay muchas áreas donde se requiere acción global y hemos planteado alguna que nos parecen significativas. Dentro de estas, ciertamente el cambio climático debe ser central. La estabilidad climática, a medida que nos enfrentamos a los retos sin antecedentes del Antropoceno. Para ello necesitamos bienes públicos, que llamamos planetarios, que nos permitan actuar sobre la pérdida de biodiversidad, por ejemplo.
En esa área tenemos la obligación de lograr ciertos objetivos, como reducir las emisiones, pero también ayudar con la adaptación a países que tienen menos capacidad, porque si algunos países entran en crisis por causa del cambio climático, eso será un problema de todos.
También tenemos el tema digital. El mundo está cambiando muy rápidamente y hay dimensiones de nuestras vidas que ya están siendo determinadas por la nueva tecnología. Debemos procurar que esas innovaciones lleven al aumento del desarrollo humano, controlando posibles efectos indeseados. Se deberían establecer mecanismos que nos permitan, por ejemplo, tener una regulación para que no ocurran efectos indeseados de las innovaciones tecnológicas, o mecanismos que nos permitan dar acceso a ciertas innovaciones a toda la población mundial, como forma de minimizar desigualdades.

—Un tercer punto que plantean es el del financiamiento...

—Así es. Tenemos un sistema de cooperación internacional que no ha sido capaz de crecer a la par con estas interdependencias. Y por lo tanto, estamos proponiendo que haya un aumento fuerte de los mecanismos de cooperación. Por una parte, tenemos que mantener y fortalecer la cooperación para los países que están con mayores problemas de desarrollo. También hay que mantener y aumentar la cooperación para aquellos países que están enfrentando situaciones críticas humanitarias. Sin embargo, también hay que reconocer que en un mundo que cambia mucho, no podemos seguir reaccionando solamente sobre problemas que ya tenemos. Tenemos que ser capaces de anticiparnos, y por eso estamos llamando a generar una tercera vía de cooperación internacional, más orientada al futuro, a la generación de bienes públicos globales y que nos permita unirnos en cosas que, de todas maneras, nos afectan a todos.
El último punto, apunta a reducir la polarización política, algo de lo que ya hablamos antes. Sociedades que ven que sus problemas y sus inseguridades no son atendidos. Siguen apostando por la democracia como un valor, sin embargo a veces expresan interés por líderes que en nuestra opinión pueden ser una amenaza para la democracia. Entendemos que allí hay una aparente paradoja, y que es necesario actuar para generar un ambiente de superación esa polarización política. Mejorar los espacios de deliberación e implementar nuevos mecanismos de información, lo que nos demostrará, muchas veces, que no estamos tan lejos unos de otros en lo que pensamos y deseamos.

 

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