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Las complejidades externas que enfrenta el nuevo gobierno

El crecimiento acumulado entre 2022 y 2023 superó todas las proyecciones del FMI hechas en 2022, lo cual demuestra que hay factores nuevos aún no bien comprendidos sobre el funcionamiento del sistema económico.

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Getty Inmages

El transcurso de lo que va del 2024 confirma la sucesión de eventos complejos que dificultan prever con cierto grado de verosimilitud el panorama económico mundial. La época complaciente, signada por el paradigma de la globalización, fue sustituida por una geografía económica fragmentada, conflictos bélicos regionales con desenlace ignoto y cambios de paradigmas en la gestión macroeconómica.

En ese transcurso, Estados Unidos comienza a liderar formas de proteccionismo bajo el manto de políticas de industrialización explícitas y la consolidación dentro o cerca de sus fronteras de cadenas de valor y abastecimiento de insumos claves, por razones de seguridad nacional, dadas las disrupciones producidas durante la pandemia. A eso se suma la idea de que el exceso de globalización debilita su predominancia estratégica, en particular a lo referido a la disponibilidad de insumos para el desarrollo avanzado de la informática y la inteligencia artificial. A contrapelo, China continúa su postura de liderazgo mundial, junto a los movimientos erráticos de Europa y el Reino Unido para no seguir perdiendo posicionamientos en el concierto mundial. Con el agregado de que India surge como nuevo jugador potente, confirmando así un cambio de época, cuyos trazos finales aún no están definidos, pero que mostrarán un panorama muy diferente al del pasado reciente.

En materia económica también hubo resultados inesperados, de acuerdo a las experiencias previas. La brutal expansión monetaria de los bancos centrales más relevantes para combatir la crisis financiera del 2008-9, luego expandida por políticas fiscales extraordinarias para enfrentar las disrupciones provocadas por la pandemia sobre la actividad, generó un rebrote inflacionario inédito que disparó políticas monetarias contractivas, que pronosticaban una relación considerable en los países industrializados con una caída del empleo.

En realidad viene ocurriendo lo contrario, tal como lo señala el economista jefe del FMI, Pierre- Oliver Gourinchas en la presentación del reciente World Economic Outlook al decir que “...a pesar de las numerosas predicciones sombrías el mundo evitó una recesión, el sistema bancario demostró su enorme fortaleza, y la mayoría de las economías emergentes no sufrieron dificultades de financiamiento (sudden stops). Esta realidad positiva fue a pesar de los shocks negativos de la pandemia sobre el nivel de actividad y el aumento del precio de las materias primas, la guerra en Ucrania y el aumento de la inflación”.

El hecho contundente es que el crecimiento acumulado entre 2022 y 2023 superó todas las proyecciones del FMI hechas en 2022, lo cual demuestra que hay factores nuevos aún no bien comprendidos sobre el funcionamiento del sistema económico que se escaparon del ojo de los mejores analistas.

En este contexto, Estados Unidos muestra un desempeño mejor de lo esperado tanto en su nivel de actividad, aumento del empleo y caída de la inflación. China también confirma su capacidad para superar su crisis financiera debida a los excesos de inversión inmobiliaria, al crecer 5.2%, dependiendo menos de su consumo doméstico y más por aumento de las exportaciones. Sobre esas bases se apoya un corto plazo mejor de lo esperado en materia económica.

Sin embargo el telón de fondo muestra riesgos significativos, como el conflicto entre Israel e Irán, cuyo escalamiento puede tener fuerte impacto sobre la economía global. También es una constante, la caída o estancamiento secular de la productividad total de los factores, principalmente en las economías en desarrollo, constituyéndose en un freno para su crecimiento de largo plazo. Porque aquí vale precisar que tener capacidad para superar o absorber shocks negativos no es lo mismo que tener capacidad de crecimiento robusto en el largo plazo, esencial para aumentar el bienestar y erradicar la pobreza. Para esto último, es necesario aumentar la productividad, asignatura pendiente de larga data en las economías en desarrollo, incluida la nuestra. En esta época de cambio tecnológico, la aparición de la Inteligencia Artificial surge como un nuevo instrumento para mejorarla. Estudios empíricos en Estados Unidos, demuestran que su aplicación, particularmente en los servicios, aumenta significativamente la productividad de la mano de obra, en especial aquella con menor capacitación. Si esto fuera generalizable, habría aquí un instrumento nuevo para aumentar en un salto la productividad total de la economía.

Con este entorno global mejor de lo que se esperaba poco tiempo atrás, aunque surcado por riesgos bélicos que pueden revertirlo, nuestro país entra en su periodo electoral rodeado por una cercanía regional compleja. Argentina lidiando con su segunda catástrofe económica en lo que va del siglo, de las manos de una administración que va en la dirección correcta en la resolución de los desequilibrios heredados, con la restricción de contar con apoyo político propio escaso, que es compensado con el prestigio de la figura del Presidente Milei. Es un sendero de acción inestable, pero es todo lo que permiten las circunstancias. Todavía es prematuro discernir resultados finales, aunque sí reconocer que ya se evitó lo peor —hiperinflación— a la espera de traccionar crecimiento

Por su lado, la administración Lula busca fortalecer el crecimiento a través de la expansión fiscal, postergando la consolidación fiscal propuesta hace un año atrás. Es el retorno a formas tradicionales de hacer política en Brasil, donde la necesaria aprobación del Congreso se obtiene a través del canje de prebendas en forma de obra pública a nivel estatal. Es recaer con una estrategia que no ha funcionado para crecer, que aumenta el endeudamiento del Estado y que obliga al Banco Central a aumentar la tasa de interés para controlar la inflación estimulada por la expansión fiscal.

Por tanto de la región no se puede esperar demasiado. Además ambos países no vislumbran estrategias concretas de cómo optimizar su inserción comercial externa, hecho esencial para Uruguay. El corsé que nos impone el Mercosur ha trasvasado la voluntad de romperlo en solitario de varias administraciones

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