Hace ya 15 años me interesó conocer cuáles eran las estrategias de las economías asiáticas para salir de los momentos difíciles que, por diversas circunstancias, habían atravesado, para pasar a ser ejemplos de crecimiento económico y estabilidad de precios. Mencionaba en una columna de aquel momento, que ya esas economías estaban en un camino de expansión que las había llevado, o las llevaría, a superar a la situación productiva de nuestro país.
Sudeste asiático
Observé entonces que la estrategia de crecimiento de Japón, a la salida de la Segunda Guerra, se basó en la expansión de las ventas al exterior por la industria de origen local o por inversiones de firmas extranjeras estimuladas por un alto tipo de cambio real. En los años ´50 se desarrollaron actividades de exportación intensivas en mano de obra —textiles y cerámicos, entre otros—, que pasaron a ser comunes en el mundo. Con el alto crecimiento de las ventas al exterior fruto de esa estrategia, se encareció la mano de obra y en los ´60 comienza una etapa de producción de bienes intensivos en capital. Radios, aparatos de música, televisores y otros electrónicos pasan a ser los artículos japoneses que se veían con mayor frecuencia en el mundo. De nuevo, diez años después, en la década de los años ´70, a las referidas manufacturas, por similares causas a las del cambio anterior, se agrega la industria automotriz y las de alta tecnología en las que Japón —que ha pasado a ser la tercera economía mundial—, es uno de los líderes globales. Todas esas etapas estuvieron siempre, acompañadas por un tipo de cambio real relativamente alto que hasta hoy ha estimulado también, la permanente innovación y transformación productiva.
Corea del Sur, Hong Kong, Singapur y Taiwán fueron los herederos de las industrias del sector privado japonés y de los inversores extranjeros que, dejándolas de lado en el país nipón, optaron por pasar allí. En los ´70 comienzan esos países a ocuparse de las manufacturas textiles que han cubierto el mundo hasta mediados de los ´80 y a partir de entonces, de producir los electrónicos —televisores, celulares, insumos de tecnología digital— y en algún caso automóviles de destaque mundial. También en estos países, un alto tipo de cambio real ha sido característica fundamental para el desarrollo de sus industrias y para el crecimiento de sus economías. Ellos han sido representantes del denominado “milagro económico del sudeste asiático”. Algunos de esos países, que hace tan solo cincuenta años se encontraban entre el grupo de los emergentes menos importantes y con alta pobreza, hoy se ubican muy cercanos a los más desarrollados del mundo.
Tras el denominado “milagro asiático” por los llamados “tigres asiáticos” luego del paso delante de su estructura productiva, surgen otras naciones con la misma estrategia para un mismo tipo de desarrollo industrial en los países de esa región, relativamente más pobres, pero sumamente populosos. Desde fines de los años ´80 y a lo largo de los ´90 se desarrollan Malasia, Tailandia, Indonesia y Filipinas. Como en los casos anteriores, la estrategia de crecimiento industrial, con enfoque hacia el mercado externo, se ha basado en un alto tipo de cambio real que también ha atraído a la inversión extranjera directa, lo que ha permitido un crecimiento significativo y a bajísimas tasas de desempleo en los países referidos. Ello los ha enfocado ya en la etapa de la producción industrial de alta mayor tecnología, como computadoras y sus componentes, y otros productos más intensivos en capital y en tecnología. La historia continúa y a estos países siguen, pero aún en su etapa de producción más primaria, Vietnam, Camboya, Bangladesh y Myanmar, que con alto tipo de cambio real son receptores de inversiones directas de capital básicamente del exterior.
He dejado para un destaque especial lo que hoy, tras algo más de 40 años, han pasado a representar China —la segunda economía más grande a nivel global— e India, la sexta, en el crecimiento mundial y en el comercio internacional, con su estrategia de desarrollo económico. También, no obstante su destacable tamaño poblacional, ambos países han aceptado, por un lado, crecer con el desarrollo de la industria exportadora y, por otro, han reconocido la importancia que para ello tiene la persistencia de un alto tipo real de cambio que afecta favorablemente a la inversión local y extranjera directa.
La evidencia común en todas las experiencias repasadas es que el tipo de cambio real alto ha jugado un gran papel para una industrialización exitosa basada en las ventas externas y en las ventas de productos industriales en sus respectivos mercados domésticos.
Nuestro país
Uruguay es una economía chica con mercado pequeño, por lo que su área óptima de comercio es el mundo. Para crecer sostenidamente y superar el obstáculo de un mercado con población escasa y en retroceso, ya nadie duda que debe buscar al exterior como el área a la cual orientar mayoritariamente su producción industrial. Un tipo de cambio real alto es condición necesaria para ello, pero lamentablemente su alta volatilidad intertemporal y su bajo nivel actual resultan de una combinación de políticas macroeconómicas que no ha sido, ni es, compatible con una estrategia de crecimiento basada en la industria de exportación. No podemos, como en los ejemplos anteriores, superar la etapa de las ventas externas intensivas en recursos naturales —agricultura— y en algunos casos de mano de obra. Las intensivas en capital y en tecnología —salvo por algunas excepciones como la incipiente de servicios informáticos— las seguimos dejando para los asiáticos.