OPINIÓN
La falta de gestión y el confundir la inversión en recuperar lo perdido por la depreciación como un desperdicio, es parte de nuestra idiosincrasia.
Hay libros que nos eligen y cobran sentido con el tiempo. Por una casualidad, me crucé hace unos meses con un texto de Zygmunt Bauman, en el cual el sociólogo desarrolla el concepto de amor líquido (1). La tesis central es que en la sociedad postmoderna más que relaciones, se establecen vínculos.
Las habilidades y esfuerzos se vuelcan en crear lazos suficientemente libres como para evitar sentirse atados, pero suficientemente fuertes como para proveer algún sentido de seguridad (que muchas se sustituye mediante amistades). El esfuerzo es constante: de un destinatario de mensajes y de una relación a otra, buscando sensaciones que el último intercambio ya nos dejó de generar. El esfuerzo no está en la construcción y mejora de algo ya existente. De hecho, trabajar esos aspectos carece de sentido, ya que haría mas difícil deshacer vínculos y potencialmente desaprovecharíamos oportunidades, privándonos de sentir aquello a lo que ya nos hemos acostumbrados: las oxitocinas y endorfinas del comienzo.
Si bien el foco son las relaciones humanas y esa forma de percibirlas, Bauman las identifica mayormente con millennials, los uruguayos, en general y desde hace tiempo, nos comportamos en forma similar en cómo encaramos otros aspectos importantes de nuestra vida en sociedad. Como las decisiones de pareja, los efectos no son inocuos.
Hace un mes volví a Montevideo. Como siempre suelo hacer, camino la ciudad con ojos de turista. Es linda Montevideo. Como Chicago o Busán, tiene una marcada personalidad. Gris, pero con sus propios matices. Luego, pienso que quizá no sea linda gracias a las más recientes generaciones sino a pesar de éstas. Basta observar alrededor y ver que relativamente poco de lo que identifica nuestra capital, se llevó a cabo en los últimos 40 o 50 años.
Con detenimiento, se puede hasta notar un dejo de decadencia en lo que otrora fue una ejemplar ciudad. Generaciones sustancialmente más pobres construyeron una gran metrópolis. En un momento, esas generaciones sacrificaron su bienestar con tal de que quizá ellos, pero seguramente quienes vendrían, pudieran disfrutar mayores niveles de consumo y ocio. Como digo Montevideo, podría haber dicho nuestra infraestructura o incluso nuestras instituciones. De hecho, gran parte de nuestra institucionalidad, no la construimos nosotros: la construyeron nuestros padres o quizá nuestros abuelos; nosotros la disfrutamos.
Con las instituciones, como con nuestra infraestructura, dejamos que la depreciación siga su curso y preferimos lo que nos genera la inmediatez de un corte de cinta a mantenimientos y/o a reformas que, aunque en neto positivas, en el corto plazo acarrean costos sin resultados visibles; aún cuando las alternativas sean entre el corte de cinta del cantero de una plaza y la reforma alcance a la educación o al estado. No todos tendremos la forma de relacionarnos que según Bauman caracteriza mayormente a millennials, pero en muchas dimensiones de nuestras vidas, nos comportamos con igual superficialidad e impaciencia.
La mayoría de los seres humanos evitamos postergar lo bueno, así como enfrentar costos de transiciones dolorosas. La vida no es eterna y solo después de una costosa siembra llegarán los frutos de las reformas. Lo llamativo es que las generaciones mas jóvenes, con más tiempo para disfrutar la cosecha, quizá estén menos dispuestas a posponer su bienestar. Con nuestra estructura demográfica, esa impaciencia hará aún más difícil llevar a cabo reformas costosas pero necesarias.
La tecnología ha inducido muchos cambios en nuestro comportamiento. Entre éstos, al reducir el tiempo necesario para acceder a lo que deseamos, nos hizo menos pacientes. Mediante el consumismo, también inculcamos en los más pequeños esa costumbre por satisfacciones inmediatas pero efímeras: ¿se aburrió del juguete anterior? Pues a buscarle uno nuevo.
El hábito de la inmediatez en muchos aspectos no contribuye a encauzar cambios costosos pero necesarios para transportarnos a niveles más altos de calidad de vida. Acaso sin percibirlo, para evitar esos esfuerzos, nos concentramos en diagnósticos y propuestas que, por no explicitar como lograrán ser aprobadas, pecan de poco pragmáticas. Educación, salud, productividad, estado; usted elija. Sabemos lo que necesitamos, menos como implementarlo.
Reflejando nuestras preferencias por lo inmediato, en las urnas premiamos a políticos que nos dan lo que queremos: muchas veces cortes de cinta de dudosa significancia. Impacientes para cambios cuyos resultados positivos tardan más de un periodo de gobierno en llegar, posiblemente castigaríamos a políticos que impulsen transformaciones que, aunque dolorosas durante la transición, son ineludibles para mejorar las oportunidades futuras (nuestras y de nuestra descendencia). Después, como si nuestros representantes fueran elegidos por habitantes de Ganímedes, los criticamos porque no hacen lo que en realidad los dejaría sin empleo.
Más que diagnósticos y debates, lo que nos urge es pensar mecanismos que faciliten y disminuyan los costos para quienes decidan llevar a cabo estas reformas. Ya pasamos demasiado tiempo explorando el “qué”; pongamos el esfuerzo en el “cómo”. Sin eso, seguiremos haciendo lo mismo, a la espera de resultados diferentes.
“Esta habitación es Uruguay: construimos cosas lindas y no hacemos nada hasta que se vuelven feas”. Palabras más, palabras menos, me dijo una amiga al ver un apartamento con potencial, venido a menos. Como otras veces, pensé que tenia razón. Uruguay es muchas cosas, pero la falta de gestión y el confundir la inversión en recuperar lo perdido por la depreciación como un desperdicio, también es parte de nuestra idiosincrasia. El evitar los esfuerzos necesarios por ir a lugares que sabemos con razonable certeza serán mejores, quizá no sea tan millennial como el “posta” y si tan uruguayo como un chivito.
Puede que mi amiga tuviese razón y que así seamos. Pero mirando alrededor, parecería ser que así nos hemos vuelto. Cualquiera sea el motivo, nos deja por debajo de nuestro potencial. Quizá Bauman, de haber crecido en estas tierras, no se hubiera enfocado solamente en las relaciones humanas.
(1) Amor líquido: Sobre la fragilidad de los vínculos humanos.
(*) Columnista invitado. Profesor Asociado en Robert Day School of Economics and Finance (Claremont McKenna College, CA)