OPINIÓN
Es necesario llamar a una iniciativa sanitaria a nivel global para buscar efectivizar la disponibilidad de vacunas como un bien público global.
Este contenido es exclusivo para suscriptores
La dispersión de las pestes constata una forma de globalización que trasciende fronteras, razas y condiciones sociales. Recuerda la vulnerabilidad de la especie humana, los estragos sociales a los que se agregan los económicos y también, aunque parezca absurdo, la aceleración en la adopción de cambios tecnológicos en modos de producción diversos, ante la caída dramática de la oferta de mano de obra.
La historia está llena de ejemplos que, por su irrupción, marcan el declinar de imperios y el nacimiento de épocas nuevas. Fue así como las grandes pandemias que azotaron al medioevo europeo obligaron a cambios profundos en las prácticas agrícolas hasta ese momento intensivas en mano de obra, modificando formas de propiedad o el uso de la tierra, todo lo cual implicó cambios en las estructuras y comportamientos de la sociedad.
También fueron un acicate para la ciencia, buscando entender las causas del flagelo, su prevención y su cura. Y fue bajo este impulso que la ciencia incursionó en el mundo de la inmunización y la valoración de las vacunas como instrumento de prevención sanitario básico.
La invención de las vacunas quizás sea uno de los primeros ejemplos de la creación de un bien público de carácter global, pues su aplicación masiva asegura el logro de una inmunidad de rebaño planetaria. Un hecho que dio, como resultado, la erradicación de pandemias como la viruela, la polio y además, mantener a raya a tantas otras.
Como recuerdo de su vulnerabilidad biológica, la humanidad se encuentra nuevamente acorralada por la dispersión de un virus, cuando creía que estas cosas eran cosas de un pasado sin retorno. Lo cierto es que, a pesar de los avances científicos que alimentaron un sentimiento de invulnerabilidad para enfrentar hechos como los actuales, están presentes hechos ancestrales como la incertidumbre traducida en desasosiego social, el dolor por la pérdida de vidas y altos costos económicos con impacto asimétrico a lo largo del mundo, que en muchos casos exacerban la inestabilidad política. A su vez, una cosa son los impactos de la pandemia en el mundo industrializado y, de otra profundidad, son los que se manifiestan en el mundo de los países en desarrollo.
Lo que en estos días ocurre en la India y en casi toda América Latina testimonia una realidad donde los costos sociales y económicos se concentran en lugares donde reinan el hacinamiento, la pobreza y el manejo equivocado de las políticas sanitarias. Y por sobre todas las cosas, muestra la importancia que tienen la falta de vacunas para lograr rápidamente el efecto de inmunización de rebaño que permitió erradicar otras pandemias letales.
En definitiva, estamos ante un fenómeno de alcance global que requiere un enfoque global y soluciones también globales, similares a los intentos de controlar el cambio climático. Con la diferencia que las pandemias vienen sin preaviso y sus efectos son instantáneos y muy profundos.
Ya aparecieron algunos elementos de lo que será el nuevo futuro con la exigencia de pasaportes sanitarios para el tránsito de personas, la inclusión obligatoria de protocolos sanitarios para la ejecución de actividades tanto productivas como recreativas y otras de efecto equivalente. De todos modos, son paliativos que no se corresponden con la potencia de programas de vacunación globales, que por experiencia ya se sabe que son la solución definitiva
Por consiguiente, se debe considerar al desarrollo de las vacunas en todas sus fases —investigación, desarrollo, fabricación y acceso— como un bien público de carácter global.
Hoy nos encontramos con que la fase de investigación, los insumos para su producción y su última fase de procesamiento y envasado están concentrados en pocos países, lo que implica una forma nueva de dependencia sanitaria que va en desmedro de los países menos desarrollados, que a su vez son los más perjudicados.
Así, presenciamos una carrera por las vacunas acicateada por su oferta escasa que a su vez exacerba desde conductas nacionalistas mezquinas hasta hechos geopolíticos, que deben avergonzarnos.
Esto obliga urgentemente a reflexionar sobre el diseño de mecanismos que resuelvan un problema que tiene solución, y que puede ser recurrente.
No será a través de burocracias ineficaces como la Organización Mundial de la Salud, sino buscando que la comunidad internacional canalice recursos hacia centros de investigación privados o semi públicos para desarrollo de vacunas nuevas, encuadradas en regímenes de patentes, que aseguren el acceso a todos los países, independientemente de su grado de desarrollo, junto a la posibilidad de fabricarlas desconcentradamente como forma de asegurar su rápida distribución y evitar las limitaciones a su acceso por cuestiones políticas o de nacionalismo.
Para lograrlo, es necesario llamar a una iniciativa sanitaria a nivel global para buscar efectivizar la disponibilidad de vacunas como un bien público global.
Transitando por ese camino, y aunque parezca una quimera, podría tomarse como un puntal de arranque usar la capacidad instalada existente del Instituto Butantan, o nuestro Instituto Pasteur, junto a otros similares en Argentina, para crear un polo para el desarrollo de vacunas que cubra desde la fase de la investigación básica hasta la etapa de fabricación masiva de desarrollos propios o bajo licencia. Nuestra región está madura para el desarrollo de un gran polo de esas características.
Nosotros y el mundo lo necesitan. Y sería una forma de ayudar a compensar los estragos producidos por la pandemia.