OPINIÓN
Como se advirtió de manera reiterada, la economía ha entrado en un estado de postración, donde el bajo crecimiento y la inflación son sus síntomas más visibles.
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Las proyecciones de crecimiento son de forma reiterada corregidas a la baja por analistas y gobierno, en tanto la inflación continúa por encima del rango meta a pesar de todos los esfuerzos para doblegarla. La caída de la inversión privada es una de sus contracaras con el aditamento que la de origen extranjero es negativa.
Es decir, está en retirada. Lo cual implica que los empresarios locales e internacionales no perciben oportunidades nuevas de inversión, y por tanto, las tasas de crecimiento del Producto seguirán cayendo.
Más preocupante es la destrucción de empleo que provoca esta situación, tendencia que ya tiene varios años, que no muestra signos de reversión y cuyo comportamiento ha sido ya analizado extensivamente. Estamos hablando de un número considerable, que ronda en las 45.000 plazas laborales perdidas en los últimos años, todas afincadas en el sector privado. Además, eso fue a pesar del incremento simultáneo de plazas laborales en el sector público, el cual ha actuado como red de contención y generador de empleo. Sin entrar a disputar los pro y contras de esas contrataciones, aunque presumo hubo excesos. Pero lo irrefutable es que se llegó a un límite infranqueable determinado por el desequilibrio fiscal existente, cuya corrección requiere lo contrario: una reducción del empleo público no llenando la totalidad de las vacantes por retiro y fallecimiento. Propuesta varias veces anunciada por el gobierno, pero burlada en reiteración real. Por otro lado, agregar empleo público innecesario degrada en promedio la productividad global del país pues son recursos humanos que aportan valor por debajo de su potencial real. En pocas palabras, la sociedad subutiliza su capital humano que tanto esfuerzo le cuesta formarlo a través del sistema educativo.
Otra dimensión del estancamiento económico es que aumenta el déficit fiscal. Como se ha dicho de forma reiterada, los últimos gobiernos adoptaron políticas que implican gasto público creciente en el tiempo (ej.: flexibilización de la normativa de acceso a la seguridad social, ley de cincuentones, empleo público innecesario) cuyo financiamiento requiere generar recursos fiscales genuinos crecientes. Ello implica tasas permanentes y robustas de crecimiento económico. De lo contrario aumenta el déficit, con su secuela ulterior de efectos negativos.
El gobierno ha tomado nota de la situación, lo que explica toda la saga de eventos que rodean a la probable mega inversión de una tercera planta de celulosa. Desde ya aclaro que una inversión de esas características, que cumpla con las normas de nuestro orden jurídico y las de índole medio ambientales necesarias, es bienvenida.
Pero el tema en cuestión va por otro lado. Del estancamiento no se sale con golpes de timón, que salvan una emergencia, pero no resuelven un problema de largo plazo. Pues es evidente que la economía se aletargó una vez agotado el impacto positivo sobre el nivel de crecimiento económico de UPM 1 y Montes del Plata, a lo que corresponde agregar el efecto de la expansión de la soja.
Fueron impactos por una única vez, provenientes desde el exterior, que aprovecharon de una coyuntura externa excepcional, circunstancias macroeconómicas locales favorables, que no fueron otra cosa que la continuidad de políticas engendradas por gobiernos anteriores y que las últimas administraciones tuvieron el buen tino de mantenerlas. Su repudio a las retenciones a la exportación es un hecho destacable, que implicó doblegar fuerzas internas dentro del propio gobierno que bregaban por su instrumentación.
Hoy nos encontramos en una situación distinta, cuyo eje principal es la percepción empresarial que la rentabilidad esperada no cubre el costo del capital ni los riesgos asumidos.
En realidad, este resultado no es producto del desplome de los mercados internacionales, sino del retorno de una normalidad cuyas características son mejores a las que el país usufructuó durante décadas. Los precios promedio siguen por encima de las medias históricas, y lo más importante, se vende todo lo que se produce.
Estos aspectos conducen a varias reflexiones.
Del aletargamiento económico se sale generando condiciones para fortalecer la tasa de inversión privada. Eso implica mejorar la rentabilidad esperada. Desde Chile, pasando por Argentina y terminando en Brasil somos sustancialmente más caros en casi todo. Eso limita nuestra penetración a esos mercados y nos expone ferozmente a su competencia tanto en el ámbito local como internacional. Vendemos al mismo precio, pero sus costos de producción son menores. Por tanto, el precio de los factores medidos en dólares que entran en la ecuación de costos tendrá que acompasarse a los niveles regionales, lo que incluye salarios, tarifas y carga fiscal. Suponer algo diferente es ilusionismo económico que termina en estancamiento.
Las políticas respectivas, incluyendo las promocionales, deben ser generales, es decir sin discriminar por tamaño de empresa, ni rama de actividad ni tampoco entre su origen, sea local o extranjero.
Desdeñar estos principios básicos es la consolidación del estancamiento.