OPINIÓN
Mercado joven, consumo selectivo y pujante clase media, características de un mercado poco explorado para los países lartinoamericanos.
La pandemia ha asolado Latinoamérica. Aunque cada país se enfrenta a realidades distintas y afronta esta crisis con mayor o menor acierto, esta situación ha tensionado la capacidad de los estados para generar ingresos con el riesgo de entrar en una peligrosa espiral de aumento de la desigualdad, impago de deuda y desestabilidad política generalizada.
La vacuna trae esperanza, pero el fin de la pandemia no supondrá el fin de los problemas estructurales que se venían arrastrando y que esta situación ha aumentado. Hacen falta nuevas ideas, abrir nuevos mercados, explorar alianzas.
La internacionalización de las empresas de un país debe ser parte de una estrategia alentada y apoyada por sus autoridades. España optó por la internacionalización de sus empresas hacia América Latina en los años ´90, superando entre 1993 y 2015 una inversión bruta acumulada por sus empresas por valor de 207.000 millones de euros, equivalente al 20% de su PIB nacional.
Lo mismo podríamos decir de las inversiones de China en África, que pasaron de los 75 millones de dólares en 2003 a los 2.7 billones en 2019.
Son sólo dos ejemplos, pero revela cómo es posible hacer una política de país dirigida hacia un mercado determinado. Evidentemente esto no asegura el éxito de la aventura, pero lo que seguro que no trae el éxito es no hacer nada.
Latinoamérica tiene un potencial exportador muy fuerte, que en 2020 ha sufrido una gran contracción, la mayor desde la anterior crisis financiera de 2008. Por ello tal vez sea el mejor momento para atender las oportunidades que supone la llamada economía islámica.
La economía islámica es un fenómeno en expansión, que trata de dar respuesta a las demandas de los 1.600 millones de musulmanes en el mundo, probablemente más del 20% de la población mundial, que demandan bienes y servicios acordes con su Fe. Estamos hablando de alimentación, de moda, de turismo, de cosmética o de servicios financieros.
Todos estos segmentos deben regirse por unas normas o especificidades concretas, que no incurran en alguna de las prohibiciones que establece el Islam, es decir, aquello que se considera Haram o pecaminoso, y que por tanto está prohibido, como el alcohol, el juego, el porcino o la existencia de intereses en el sistema financiero.
El informe denominado “State of the Global Islamic Economy report 2020/2021” que edita Dinar Standard, arroja datos muy relevantes para tener una visión global de la economía islámica y de las cifras que se manejan. Solo en 2019, antes de la parálisis provocada por la pandemia, el valor de los activos financieros islámicos registró un aumento del 14%, desde los 2.52 billones de dólares hasta los 2.88 billones, estimando que en 2024 lleguen a los 3.69 billones. Pero lo más relevante sean probablemente las cifras que hacen referencia al gasto que los musulmanes en su conjunto hicieron en 2019 teniendo en consideración su Fe. El informe calcula que fueron 2.02 billones de dólares. Estamos hablando de gasto en alimentación, productos farmacéuticos, moda o viajes, estimando que a partir de la segunda mitad de 2021 se producirá una recuperación en todos los segmentos, salvo el de los viajes probablemente.
La cuestión es que alguno de estos mercados, por ejemplo, los del Golfo Arábigo, que engloban países como Arabia Saudita, Irán, Qatar o Kuwait, no pueden producir la mayoría de los alimentos que necesitan por su situación geográfica, por lo tanto, necesitan importarlos bajo una serie de normas y certificados acordes con sus estándares sanitarios y religiosos. La oportunidad es obvia para países exportadores de alimentos como lo son la mayoría de países latinoamericanos.
Otra cuestión interesante a tener en cuenta es la demografía de la mayoría de los países musulmanes, especialmente en Oriente Medio y el Sudeste Asiático. Se trata en general de países con una población muy joven, con modelos de familia tradicionales que fomentan el aumento de la natalidad y con una pujante clase media. Todos estos factores unidos a la importancia de la religión hacen que deba de tenerse en cuenta y al menos entender dicho elemento a la hora de plantear estrategias comerciales a largo plazo en estas regiones.
Lo cierto es que no son mercados fáciles y es necesario un plan a medio y largo plazo para establecer los contactos comerciales necesarios, garantizar una confianza fundamental con los interlocutores de la región, así como lidiar con la burocracia específica del país.
A partir de octubre de este año y hasta marzo de 2021, Dubái organiza la Expo 2020, que fue retrasada por razones obvias debido a la pandemia y que será la primera exposición que se celebra en la región de Oriente Medio, África y Asia Meridional, con muchas razones para ser considerada una de las exposiciones más importantes de la historia. Es por tanto una buena oportunidad y un buen comienzo para conocer esa región y explorar oportunidades.
(*) Gonzalo Rodríguez Marín, es coordinador del Centro Hispano-Saudí de economía y Finanzas Islámicas del IE Business School.