Lo transitorio y lo permanente: la crisis de TrumpArancel

Si la globalización y la apertura externa generaron en Estados Unidos cierto malestar en algunos rubros económicos y segmentos de la población, mucho más van a generar el nacionalismo y el proteccionismo.

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El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, sostiene una gráfica mientras pronuncia un discurso sobre aranceles recíprocos
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, sostiene una gráfica mientras habla sobre aranceles recíprocos.
Foto: AFP

La crisis de Trump y los aranceles no es un cisne negro. Si bien se perfila como un evento de impacto extremo para Estados Unidos y la economía mundial, no era imposible de prever, ni parece rara. No tenía baja probabilidad de ocurrencia. Es una crisis autoinfligida, largamente anunciada, con varias consecuencias anticipadas.

Era previsible por varias razones. Trump ya había impulsado “una guerra comercial 1.0” en su primer mandato, aunque solo por dos años, hasta que irrumpió la pandemia en 2020. Y a este segundo gobierno llegó envalentonado por el categórico triunfo electoral.

Aunque podían considerarse solo amenazas para negociar, tanto él como su entorno cercano parecen convencidos de los beneficios del proteccionismo, al menos hasta que sean más evidentes los efectos negativos sobre la propia economía estadounidense. Ya las caídas de los precios de los activos financieros los anticipan.

Por eso, los aumentos de aranceles y otras medidas proteccionistas se le volverán un bumerang. Aun cuando ciertos aspectos del diagnóstico de Trump pueden ser correctos, estas políticas van a exacerbar los problemas de la economía estadounidense. Si le preocupa por razones de sostenibilidad el déficit comercial agregado de Estados Unidos, debe atacar sus causas últimas, no los síntomas. No se logra reducir la fiebre de una infección bacterial con analgésicos, en vez de antibióticos.

La causa última del déficit comercial general, y en parte del bilateral con China, es el exceso de gasto de la economía norteamericana respecto a su ingreso. Se trata de una causa interna más que externa: el déficit comercial es la contrapartida del déficit fiscal y del bajo ahorro nacional. Tiene, en cierto sentido, “déficits gemelos”.

En contrapartida, en China el desbalance y su origen son los inversos. Ha registrado sistemáticamente superávit comercial porque gasta menos que lo producido, no por algunas prácticas anticompetitivas o predatorias que efectivamente no le faltan. En última instancia, China tiene una altísima tasa de ahorro nacional derivada de niveles bajos (y reprimidos) de consumo privado. Tan alta que no solo puede financiar la inversión interna, sino que además exporta ahorro al resto del mundo, tanto para comprar bonos del Tesoro de Estados Unidos como para invertir directamente en otros países.

Parte de esos desbalances ni siquiera sería óptimo corregirlos. Han incrementado el bienestar en ambos países vía sus especializaciones productivas y el aprovechamiento de las respectivas ventajas comparativas. Por el nivel de desarrollo relativo y otras condiciones, ha sido natural que China se haya concentrado en la producción de manufacturas y Estados Unidos en servicios. Es una situación de equilibrio.

Y otra parte de los desbalances no se corrige con alzas de aranceles, ni con otras trabas al comercio de bienes. Hay suficiente teoría y evidencia económica, sobre todo a partir de prácticas similares hacia mitad del siglo XX, de los grandes daños y costos de esas políticas.

Si Trump quiere bajar los déficits comerciales debe reducir el desequilibrio fiscal, estimular el ahorro privado y promover el aumento de la productividad y el PIB potencial de Estados Unidos. Para todo eso son muy contraproducentes el proteccionismo y el desvío de importaciones hacia fuentes menos eficientes.

De ahí que esta crisis tendrá consecuencias transitorias y permanentes en Estados Unidos y el resto del mundo.

En el corto plazo, una recesión de la economía norteamericana aparece como altamente probable. En la actividad impactarán la altísima incertidumbre, la pérdida de riqueza bursátil, los mayores costos de financiamiento, el deterioro del clima de negocios y las propias medidas arancelarias. Se deprimirá el comercio y el PIB global, al menos en 2025-26. Estados Unidos y China son los grandes motores de la economía mundial y ahora ambos estarán en serios problemas.

Pero si se consolida un mundo menos globalizado, estructuralmente más cerrado, también habrá efectos negativos permanentes sobre el nivel de PIB y su tasa de crecimiento potencial. El proteccionismo es un juego de suma negativa, como ya quedó evidenciado en varias etapas del siglo XX. Todos los países pierden, algunos más que otros, pero ninguno se salva. Por eso, si la globalización y la apertura externa generaron en Estados Unidos cierto malestar en algunos rubros económicos y segmentos de la población, mucho más van a generar el nacionalismo y el proteccionismo.

La gran pregunta es cómo Trump reaccionará a las caídas de las bolsas (uno de sus termómetros favoritos) y a la incipiente baja de popularidad. En la historia hay, al menos, dos tipos de reacciones.

Una es la negociación como pareció sugerir la semana pasada. La duda es si está dispuesto a extenderla a China. La otra, más escalofriante por los paralelismos con los años ’30, es alguna iniciativa bélica para ganar aprobación y unidad interna ante “un enemigo externo”. Esto es propio de autocracias (y “narcisocracias”) en problemas.

En lo inmediato y económico, lo más peligroso es la reacción con políticas expansivas de demanda a daños autoinfligidos en la oferta. Son candidatos un mayor impulso fiscal y crecientes presiones sobre la Reserva Federal para que baje la tasa de interés. Eso también sería intentar neutralizar una mala política con otra mala política. Como subir los aranceles para enfrentar el déficit comercial y ciertas prácticas anticompetitivas de China. Como el proteccionismo nacionalista en vez de facilitar la reconversión de ciertos rubros económicos y segmentos de la población.

En fin, un cúmulo de malas políticas que confirman sombrías perspectivas globales para esta segunda mitad de la década.

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