Luis Custodio
Argentina se ha convertido en un gran dolor de cabeza para los industriales uruguayos. El consumo que cruza de orilla, el contrabando, los productos de ese país que predominan en las góndolas de los supermercados y las enormes dificultades para colocar la producción nacional en suelo argentino, amenazan a muchas empresas locales.
El presidente de la Cámara de Industrias Fernando Pache califica de “pandemia fronteriza” el fenómeno que se da especialmente en el Litoral y reclama una política de “cero kilo”. Además, asegura que existen resortes legales para proteger a la industria local de las importaciones argentinas subsidiadas y se lamenta del “cuerpo a cuerpo” que deben hacer para concretar las exportaciones al vecino país. Dice que han planteado sus problemas al gobierno en reiteradas ocasiones y la respuesta es siempre la misma: “lo vamos a estudiar” y después, “no pasa nada”.
De cara a una nueva ronda de Consejos de Salarios advierte que esperan “una postura sensata y realista” de los sindicatos, ante varios subsectores que atraviesan dificultades extremas de competitividad y problemas de mercado que amenazan su supervivencia. Apunta a revisar acuerdos vigentes y a que los sindicatos “no tiren mucho de la piola”. A continuación, un resumen de la entrevista.
—Las expectativas de los industriales muestran un deterioro en los últimos meses, tanto respecto del mercado interno como el externo, la evolución de la empresa y la economía en general. ¿Hay un sentimiento pesimista en el sector?
—Más que un sentimiento pesimista, lo que hay es una mirada realista. Es lo que vemos alrededor, el precio de los commodities que exportamos, el atraso cambiario gigante que tenemos, que nos encarece todos nuestros costos, desde los combustibles de uso industrial como el fueloil o el gasoil, hasta la mano de obra. Hay muchos elementos que justifican esa mirada desde el sector, con preocupación. Tenemos un importante enlentecimiento en la comercialización de exportaciones, porque perdemos competitividad claramente, en un contexto general complicado a partir de la guerra Rusia-Ucrania.
—¿El rubro costos lo ubica como la principal preocupación del sector?
—Es que cada día buscamos cómo podemos optimizar nuestros costos. Y vemos con preocupación que cada vez más se nos hace difícil poder acompasarlos a la realidad, porque ya no hay mucho más de dónde apretar.
—La actividad industrial tuvo buenos resultados en 2021, con el rebote de la pandemia; pero en 2022 el crecimiento de la producción fue mucho más modesto y el inicio de 2023 está en el mismo nivel. ¿Cómo sigue?
—En 2022, el primer semestre fue bueno, caímos en el segundo semestre y esa realidad se arrastra a los primeros meses de este año, es verdad. Para 2023, si bien la industria es muy heterogénea, vamos a ver un sector reducido en valores y volúmenes respecto al año anterior. Creceremos en el entorno de 1,5%, la mitad que el año pasado. A veces, cuando se miran las exportaciones algunos se marean. Se observa que crecemos fuerte precio en precios, pero en volumen la situación puede ser distinta. Hoy el panorama es, menores precios y menor demanda.
Capaz que un nuevo impulso de China puede mejorar esos números desde las exportaciones, pero el mercado interno también está difícil. Basta con ver la forma en que nos está pegando la pandemia fronteriza…
—¿Se refiere al tipo de cambio en Argentina y la invasión de productos de ese origen en nuestro país?
—Totalmente, que están golpeando muy duro a la producción local. En el litoral tenemos entre 30% y 40% de caída de la comercialización de productos nacionales en relación con los resultados de 2020, que fueron muy buenos y demostraron cómo la industria local pueda satisfacer las necesidades de los consumidores en muchos rubros.
—Pero esa realidad de 2020, con fronteras cerradas, tampoco era real…
—Es cierto, pero nos demostró que tenemos con qué cubrir la demanda. Ni aquello ni hoy, quizás un punto intermedio, donde el producto nacional compita con otras condiciones. Así es imposible. Lo que perdemos es tremendo y lo peor, es que puede agravarse más aún. Y no pega solo en el Litoral. Los uruguayos viajan desde todo el país a aprovechar las ventajas del tipo de cambio y consumen allá, sino que los productos argentinos inundan hasta las ferias montevideanas…
—¿Perciben que hay más contrabando?
—Vemos una masificación del contrabando desde Argentina. No sabemos exactamente cómo se da, si hay organizaciones detrás, cómo entran, si se está fiscalizando de manera correcta, lo cierto es que cada vez es mayor. Nosotros bregamos por el cero kilo.
—¿Considera posible un control de esas características?
—Toda medida es buena, si por ejemplo bajan el Imesi de los combustibles, es mejor que nada. Pero no alcanza. No puede haber tolerancia con el contrabando. Porque incluso si se tolera determinada cantidad de mercadería, ¿cómo hacemos para controlar tickets para revisar los montos, cuando los pasos de frontera tienen colas de vehículos? Eso no va a ocurrir. Podrá decirse que la tolerancia en la frontera permite que mucha gente pueda hacer rendir un poco más sus ingresos, pero en realidad perdemos todos. ¡Cero kilo!
—¿Lo plantearon de esa forma al gobierno?
—Lo hablamos con el director de Aduanas. También en Presidencia. Todo el mundo nos recibe muy bien en el gobierno, pero hasta ahora, no hay cambios. Y eso traerá más consecuencias negativas…
—¿A qué se refiere, concretamente?
—De a poquito se va a ir notando una pérdida de puestos de trabajos de cierta calidad, que a veces no se ven en las estadísticas del BPS. Es cierto que aumentan los cotizantes, pero hay muchos trabajos de categoría industrial, de mano de obra con calificación que desaparecen dado que las empresas disminuyen su producción. Esos empleos, son sustituidos en la estadística por trabajos, muchas veces, de menor calidad, de baja calificación. Entonces, perdemos un tornero especializado con 15 años de trabajo técnico y lo sustituimos por un puesto de trabajo en un depósito o una agencia de seguridad. Al país eso no le hace bien.
—Además del contrabando, los productos argentinos están también en las góndolas de los supermercados…
—Es cierto. Dadas las diferencias, llegan con buenos precios en lácteos, panificados, galletería y muchos rubros más y la competencia se siente muy fuerte, las empresas sufren ese impacto. Lo vemos hace tiempo con bastante tristeza, porque no hay medida ninguna por parte del Poder Ejecutivo para cubrirnos de los efectos de la importación argentina.
—¿Qué medidas esperaban?
—Hay herramientas previstas de cobertura arancelaria para situaciones de este tipo que nos podrían ayudar. Son derechos específicos. Derivan de situaciones particulares. Por ejemplo, cuando alguno de los miembros del Mercosur tiene alguna subvención de algún tipo en la cadena de valor, por ejemplo de los farináceos, entonces automáticamente Uruguay tiene derecho a cubrirse aplicando un derecho específico. Argentina tiene una subvención especial para el trigo y la harina. Ante eso, podemos tener una medida específica que nos proteja en el capítulo arancelario 19, que es el de los panificados, galletería y pastas secas. Se aplicaba durante el gobierno de Tabaré Vázquez; cuando asumió Mauricio Macri en Argentina, pidió su eliminación a cambio de quitar las subvenciones y el gobierno uruguayo lo hizo. Pero luego volvieron aquellas viejas prácticas y quedamos desprotegidos.
—¿Solicitaron retomar aquellas medidas?
—Le hemos pedido al gobierno actual en reiteradas oportunidades. Permanentemente. Hay una frase que se nos dice: “lo vamos a estudiar”. Pero no pasa nada.
—Ese panorama pega en el empleo del sector, pero también en la inversión…
—No hay duda. Hay algunos sectores, especialmente, muy golpeados. Ocurre en varios rubros de la alimentación, por ejemplo.
—Respecto del intercambio comercial con Argentina, hay efectos negativos también sobre los exportadores hacia el vecino país. ¿Cómo están afectando esas medidas restrictivas?
—Muy mal. Las exportaciones a Argentina dependen del famoso SIRA (Sistema de Importaciones de la República Argentina), cuando salen están absolutamente digitadas, relacionadas con lo que prevé el Banco Central respecto de los fondos que necesita. Para el exportador, son una incógnita permanente. Por un lado, pueden demorar entre 60 y 80 días, donde todo puede cambiar. El producto, al final de ese período, puede valer la mitad o el doble. Si no le favorece, el empresario argentino nos responde “no salió la SIRA” y nos quedamos sin el negocio. Lo otro, cuando sale, lo hacen con una condición de pago. Y si esa condición de pago no le sirve al uruguayo y prefiere no arriesgarse, otra vez el negocio se cae.
—¿Qué se puede hacer en la práctica para minimizar los riesgos?
—Los socios exportadores avisan en nuestra cámara y nosotros presentamos el reclamo al importador argentino, que generalmente dice que “no sale al SIRA”. Ahí empieza un periplo, vía Cancillería, a través de la embajada, que reclama ante los organismos competentes en el vecino país. En paralelo, tratamos de hacer contactos directos y convencer a los organismos argentinos que el producto que ingresa no va a competir con su producción, sino que es complementario y muchas veces un insumo para su propia producción. Pero todo es así, gestión tras gestión, caso a caso. A ve es, terminamos viajando a Bue os Aires por un rato para destrabar una gestión. Cuerpo a cuerpo. Desde el 20 del mes de febrero al 20 de abril, llevamos liberados unos 19 millones de dólares de mercaderías uruguayas a través de estas gestiones. Es agotador, pero es la vía que tenemos, en un supuesto mercado común…
Un camino que nosotros presentamos en el gobierno, en el que trabajamos desde julio del año pasado, es el contrato entre los dos países y bancos centrales para el Sistema en Moneda Local, concretamente, el pago en moneda local, que puede ser muy bueno para nuestras empresas.
—Pero no se ha puesto en marcha todavía…
—Lamentablemente habíamos avanzado en un preacuerdo público-privado en ambos países, con los industriales, ministerios de economía y bancos centrales. En Uruguay, supuestamente habíamos tenido un visto bueno para llevar esto adelante, en volúmenes acotados, pero que permitieran la distribución de estos intercambios en moneda local en empresas que exportan por montos no muy grandes. Pero no avanzó, falta el acuerdo entre gobiernos.
Acá empezó con mucho calor y cariño, pero se fue enfriando. No sé si no estará relacionado con la crisis argentina que se ahonda y el temor desde Uruguay de iniciar un mecanismo nuevo con un socio que está muy enfermo…
—Un dólar a 39 pesos es un problema para el sector...
—Si vale 39 es un problema, pero vale entre 37 y 38 y eso es peor. El dólar al que nosotros apuntamos es de 45 pesos, y de ahí para arriba. Es muy difícil ser competitivos así, la rentabilidad cayó fuerte y sin rentabilidad no hay inversión.
Desearíamos además tener la oportunidad de contar con un combustible en mejores precios, pero hasta ahora no ha sido posible. Otra cuestión que planteamos es una política de compras públicas nacional, donde la industria local tenga mayores oportunidades, pero en los hechos no se avanza. Todo esto se enmarca en el reclamo de una política industrial, como ha habido con otros sectores de actividad.
—¿Qué debería incluir de base a una política industrial?
—Deberíamos tener costos energéticos competitivos con la región, insisto porque es un tema clave. Y además, tener acuerdos laborales realistas, ya que los beneficios que se han conquistado por parte de los trabajadores en los últimos 15 años son impagables. Y todavía hay quienes plantean reducir la jornada laboral con los mismos salarios. Maravilloso.
—Estamos a las puertas de una nueva ronda de negociación colectiva. ¿Qué esperan?
—Si todas las partes actúan con sensatez, no va a ser conflictiva. Sentido común, ninguna de las dos partes tenemos la vaca atada, en un sector donde cierran algunas empresas, todas pierden rentabilidad y el empleo cae…
—¿Y qué sería sentido común en este caso?
—Darse cuenta cómo está el sector. Que hay algunas ramas de la industria que están muy mal. Las condiciones actuales no se pueden mantener…
—Entonces usted plantea a revisar acuerdos vigentes...
—Sería lo lógico. Hay que hacer una reestructura conversada, lógica y sensata, para no tener la necesidad de pedir un descuelgue o reducir el empleo. Es difícil mantener un esquema como el actual. Veamos las inversiones, lo poco que se invierte es en tecnologías que van llevando a que, lo que antes hacían tres trabajadores, hoy lo hace la máquina. Si los sindicatos no ven eso y siguen tirando de la piola… basta con ver cuántas empresas del rubro cierran. Cerró el Maestro Cubano, cerró Fleischman, entre otras. Y la particularidad es que cierran la planta de producción, no la distribución. ¿Por qué? Porque aquellos que tienen una marca fuerte, sustituyen producto nacional por el importado y les va mucho mejor. A la industria la tenemos que cuidar entre todos, los trabajadores lo tienen que entender.