OPINIÓN
Hay varias similitudes con lo que ocurría en el mundo hace exactamente cien años.
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Hace exactamente 100 años el mundo también estuvo en recesión y en medio de una pandemia. Desde 1917, ad portas del fin de la Primera Guerra Mundial y hasta 1921, cuando ya estaba controlada “la gripe española”, la economía mundial se contrajo cerca de 3%. Primero estuvo afectada por la caída de la producción de los países europeos y después por el ajuste monetario de la Reserva Federal para frenar la inflación de post guerra.
Por supuesto que hay muchas diferencias con la situación actual, pero también hay algunas similitudes, que quizás ayudan a pensar y especular sobre los tiempos que vienen. Hace un siglo, tras aquella recesión, vinieron “los locos años veinte” o “los felices años veinte”, un período de alto crecimiento y prosperidad que se extendió desde mediados 1921 hasta La Gran Depresión de 1929. ¿Tendremos un déjà vu? ¿Qué características parecidas tiene con el mundo actual?
La primera similitud es en el tipo de shock, pese a que un siglo atrás el daño a la producción fue doble, al combinar los efectos de la guerra con los propios de “la gripe española”. Sin embargo, una vez que ambos impactos fueron quedando atrás y la Fed contuvo el riesgo inflacionario, la actividad global se fue normalizando con el fuerte despliegue de estímulos fiscales y monetarios.
En efecto, por un lado, “los veinte” fueron, en sus inicios, años hereditarios de alto déficit fiscal y endeudamiento público creciente, en algunos casos incluso monetizados en la Alemania hiperinflacionaria o Austria, pero que fueron dando paso a manejos más responsables de las finanzas públicas a medida que la década avanzaba, sobre todo en Estados Unidos.
Y por otro, los principales bancos centrales de la época (el Banco de Inglaterra, la Reserva Federal y el Banco de Francia) validaron condiciones financieras más expansivas, sobre todo en la primera mitad de la década.
Como resultado, la economía mundial tuvo un ciclo de crecimiento alto, sostenido y relativamente estable, que se ubicó en torno a 4,5% promedio en 1922-29, según las estimaciones disponibles.
Uruguay y otros países de América Latina se vieron favorecidos por la mayor demanda global, el rebote gradual de los precios de exportación y la revaluación de la libra esterlina, la moneda del principal socio comercial de la época. Si bien aquel intento británico de volver al patrón oro tuvo mucho de artificial e injustificado dados sus fundamentos, las consecuencias de la sobrevaluación de la libra pueden asimilarse a las que tendría el fortalecimiento del yuan en el ciclo actual. China es hoy el principal socio comercial y la apreciación de su moneda —bien justificada en alto crecimiento y productividad— representa un impulso para nuestros países, luego de un quinquenio de tendencia a la devaluación. He ahí el segundo paralelismo.
Una tercera similitud pasa por la transición en términos del liderazgo económico mundial. Así como hace un siglo se consolidó la transición desde Inglaterra a Estados Unidos en el liderazgo global, estos “veinte” pueden definitivamente confirmar el pasaje desde “el siglo estadounidense” al “siglo chino”. Por eso es tan relevante el rebote que está teniendo el crecimiento de China, su expansión potencial en esta década (¿5-6% por año?) y la revaluación del yuan que conllevan.
En cuarto lugar, está la expansión de los cambios tecnológicos y la aceleración del crecimiento de la productividad global. En “los locos años veinte” se extendió la Segunda Revolución Industrial con la masificación de la electrificación, teléfono, la radio, los autos, los electrodomésticos y las compras a crédito.
En la actualidad, la crisis catalizó claramente la Cuarta Revolución Industrial con la masificación del teletrabajo y un gran impulso adicional a inteligencia artificial, internet de las cosas, teleoperación, robótica, vehículos autónomos y otros desarrollos disruptivos. Todos ellos parecen constituir signos de una nueva prosperidad, tal como ocurrió un siglo atrás.
Es evidente que también existen otras similitudes, algo sombrías, que podrían eclipsar esta optimista perspectiva. Hubo y pueden repetirse un siglo después, impulsos proteccionistas, nacionalistas, populistas o incluso (con visos) totalitarios, que amenazaron las democracias liberales. Aunque la incertidumbre es grande para ser categóricos, la propia recuperación económica y las lecciones aprendidas de “aquellos veinte” podrían atenuar dichos riesgos.
Además, en particular la globalización parece hoy mucho más difícil de revertir por los desarrollos tecnológicos y las dificultades para trabarla, en contraste con un siglo atrás.
También podría plantearse que en “los locos años veinte” estuvieron las causas de la Gran Depresión y una perspectiva de largo plazo irremediablemente sombría. Sin embargo, las mejores teorías y evidencias tienden a refutar dichas hipótesis y adjudicarle a la respuesta de política económica la mayor responsabilidad de aquella crisis.
Con todo, antes de su eventual desenlace, sobre el cual habrá tiempo para especular, habrá que ver cuán prósperos (y “locos”) serán estos años veinte.