La contundente victoria de Donald Trumpconfirma una inclinación del eje ideológico sobre el cual rotará el mundo hacia la derecha, integrado por aristas diversas, como populismo enmarcado en el descontento nutrido por el relegamiento de mejoras de su bienestar. Hecho que se fue llevando lentamente y acelerándose después de la crisis financiera del 2008, donde se pudo consolidar el sistema financiero con políticas monetarias y fiscales extraordinarias, pero no restañar las heridas sobre el cuerpo social más afectado.
A eso se agregó la paulatina pero constante “Orientalización” del funcionamiento del mundo impulsado por China, donde en su primera etapa generó una complementariedad perfecta entre Estados Unidos y China, al financiarle al primero su boom de consumo e inversión y al segundo posibilitar su enorme boom exportador y permitirle así erradicar de la pobreza a más de 600 millones de personas. Este proceso, que en la superficie parece un juego de suma cero, fue consolidando poder económico y político a una nación que estaba a la espera de recuperar una posición que tuvo y que en el siglo XX fue frenada por guerras y la cual le llegó su hora de recuperarla.
Para Occidente, marca el fin de la globalización y junto a ella el del multilateralismo, producto de una posguerra harta de conflictos y hambrienta de solucionarlos a través de la negociación. Se abre entonces una etapa que no será obviamente otro “fin de la historia”, sino nada más que una actualización de una realidad impulsada por hechos que se venían leudando de antemano.
Sin duda, se abre otra época en la resolución de los conflictos bilaterales, donde la presión del más fuerte será más manifiesta, hecho que coloca en desventaja a las naciones más pequeñas. Decir que se armara una nueva arquitectura multinacional que sustituya a la actual aún es prematuro saberlo, pero, al menos, será modificada la realidad.
La contención geopolítica y economía de China será una de sus aristas principales de la política exterior de la administración Trump. Sin especificidades, el instrumental es variado, donde lo arancelario es uno de sus puntales. Con advertencias que sus efectos pueden ser más dañinos que beneficiosos, pero es un compromiso de campaña.
Los mercados han reaccionado positivamente, mostrando que se sienten cómodos ante la estrategia. Europa siente y sentirá la presión del fortalecimiento del dólar, donde ya pronostican una paridad entre el dólar y el euro en un futuro cercano, mostrando así la asimetría en el potencial de ambos espacios económicos, y obligando a Europa a ajustar sus políticas monetarias y fiscales con impactos sobre la inflación futura. También aplica presión a la política cambiaria de China, donde su tipo de cambio cayó como el resto de las otras monedas relevantes. Para el precio de las materias primas y alimentos implica una reducción en sus cotizaciones, cuyo correlato obvio en sus exportadores es el debilitamiento de la cotización de su moneda.
Pero la gran pregunta que resta es dónde está posicionada América Latina, salvo México, en el imaginario de la administración Trump. Es de presumir que representa poco, salvo que haya algún punto irritante provocado por alguna irrupción de China en temas de significado estratégico que entiende atenta contra Estados Unidos. Por encima de estos impactos iniciales, el fondo de la cuestión es que el descontento de quienes se sienten relegados ha logrado un resultado histórico no esperado que trasciende lo meramente económico, para adentrarse en una situación ideológica de donde están centrados hoy, los intereses principales de los ciudadanos, que por razones distintas han quedado postergados de la enorme bonanza que cosechó el mundo en las últimas décadas. De esta forma, se ha ido relegando la prioridad a otros derechos, dándole entrada a temas que para algunos son la inseguridad, para otros invasiones territoriales y su rémora de migraciones, para culminar con la conflagración de conflictos basados en la intolerancia y el odio donde el conflicto en Medio Oriente es su ejemplo más notorio.
América Latina está inserta en una encrucijada nueva. Hasta ahora no ha logrado posicionarse en el centro de la arena mundial, salvo la de ser un proveedor cada vez más relevante de energía, alimentos y minerales. Pero eso ha mostrado que no basta, pues tiene pendiente una deuda social acuciante. Y ese es su gran desafío por delante en este mundo nuevo, ya anunciado, y que se va plasmando a los tropezones.
Para Uruguay, optimizar su posicionamiento en esta nueva realidad es un desafío de envergadura. Por lo cual hacer valer sus atributos como la de poseer una institucionalidad vigorosa, la vigencia del imperio de la ley, la educación como palanca esencial del crecimiento, su vocación por la apertura comercial y un sentido de comunidad, que más allá de los enfoques diferentes, son cauterizadores de la aparición de grietas sociales. Así nos leudamos como Nación y en ese rumbo debemos continuar. Otras naciones pequeñas, en entornos geográficos lo han logrado, por lo cual no tenemos excusa.