Los países de la región que experimenten procesos de modernización acelerada, con notorios cambios en sus condiciones de vida, como le ocurrió a Chile, es inevitable que deriven en convulsiones sociales. Así lo advirtió Carlos Peña, uno de los intelectuales más destacados de Chile en la actualidad. Peña es Rector de la Universidad Diego Portales, columnista reconocido y autor de varios ensayos sobre la realidad política y social de su país. Sostiene que en Chile hubo “un cambio de clivaje” en la política, donde las preferencias políticas se independizaron de la condición social de los votantes. El electorado actual es volátil, asegura, pero advierte que a pesar del triunfo de posiciones de derecha en la reciente elección de constituyentes, “no hay un giro a la derecha en el país”. Augura que en su país emergerá una nueva Constitución “no muy diferente a la actual” y que Boric tendrá “una agenda más socialdemócrata” para el resto de su mandato. A nivel regional, pondera los partidos fuertes y reclama a las élites “defender los partidos” para evitar la aparición de “líderes mesiánicos” sustentados en minorías. A continuación, un resumen de la entrevista.
—¿Cuál sería la explicación que podemos ensayar acerca de los vaivenes que han se han dado en las preferencias políticas de Chile?
—Deberíamos vincularla con el proceso de modernización que el país experimentó en las tres últimas décadas. Si se revisa lo que ha ocurrido con las condiciones materiales de los chilenos en 30 años, lo que se advierte es que se ha experimentado un cambio gigantesco.
Mientras en el año 1989, más del 50% de los chilenos vivía bajo la línea de la pobreza, en 2019, cuando sobreviene la revuelta, la cifra de pobres era de apenas 8 o 9%, y la pobreza absoluta no alcanzaba el 2%. Entonces, si uno mira nada más esta cifra, lo que advierte es que en Chile, hasta el año 2019, el fenómeno más sorprendente, más relevante, el de mayor impacto para cualquier observador externo, era el cambio en las condiciones materiales de vida. Un cambio, en mi opinión, que produjo la aparición de una gigantesca capa media, no clase media en el sentido mesocrático uruguayo, sino un grupo con pasado proletario, que accedió muy rápidamente al consumo. Estos grupos prácticamente alcanzan, según datos del PNUD, al 60-65% de los chilenos, un dato totalmente sorprendente. Junto a ello, hay otro factor: el generacional. La generación que hoy día está en el poder, que nació a fines de los años ´80, comienzo de los ´90, creció y se formó, cuando las agencias socializadoras, como la familia, el barrio, los partidos políticos o la iglesia, estaban en crisis. Por tanto, es una generación que padece una cierta anomia. Si mezclamos esos factores, lo que tenemos es un cambio radical de lo que podríamos llamar, el sujeto político…
— Profundicemos ese concepto…
—El sujeto político en Chile es un tipo de actor social muy variable, impredecible, que no tiene conciencia de clase, que más bien tiene una conciencia de status, mantiene una especie de auto percepción a partir de su capacidad de consumo, junto a una generación joven, anómica, carente de orientación normativa, aferrada a sus propias convicciones más íntimas. Creo que este fenómeno es el que produce en buena parte, lo que presenciamos en 2019. Por otra parte tenemos lo que se ha llamado la paradoja del bienestar. Es decir, las sociedades se vuelven convulsas, se conmocionan, muy conflictivas, cuando están mejor. Ya lo decía Tocqueville en el siglo XIX. Entonces, este cambio de expectativas es lo que ha ocurrido en Chile. Y todo esto se traduce en un incremento en la vivencia de la desigualdad. Chile no es un país más desigual, es un país que tiene niveles relativos de mayor igualdad que hace 30 años, sin dudas…
— Pero se percibe más desigual…
— Así es. Hay una mayor vivencia de la desigualdad como consecuencia del bienestar. Todo esto ha producido lo que yo llamaría un cambio de clivaje en la política chilena. Esa línea divisoria de las preferencias políticas, siempre se creyó que, particularmente en América Latina, tenía que ver con la posición de la estructura social; obreros de bajos ingresos, las clases populares, votan por la izquierda, mientras que los burgueses por la derecha. Pero nada de eso ocurrió ahora, donde el clivaje se independizó de la estructura social. Las preferencias están liberadas de la estructura social, y entonces las personas hoy día tienen preferencias volátiles que dependen de factores más bien coyunturales y sobre todo de la percepción de status. Entiendo que esto ha influido notoriamente en la experiencia chilena reciente.
— Este no es un fenómeno aislado de Chile…
— Así es. Creo yo, para la experiencia comparada, particularmente regional, que si es cierto lo que observo, los países de la región que experimenten procesos de modernización acelerada, como le ocurrió a Chile, es inevitable que experimenten convulsiones de esa índole. Algo vimos de eso en San Pablo y en Bogotá. Sectores modernizados, con mejora de las condiciones materiales, donde las personas cambian su percepción de clase por una percepción de estatus. Surgen nuevas generaciones, más bien anómicas, cambia el clivaje de la política y vemos fenómenos como el de Chile.
— Los cambios que se produjeron en la sociedad chilena estos tres años, ¿qué grado de profundidad tienen?
—Creo que hay cambios culturales muy profundos. Una sociedad que mejora las condiciones materiales de la existencia, aumenta el nivel de consumo, los niveles de urbanización, etc., cambia también su estructura de valores, sus percepciones culturales. Las personas se ven a sí mismas de manera distinta, se debilita lo que llamaríamos la conciencia de clase.
Hay una sociedad más preocupada por valores postmaterialistas; medio ambiente, diversidad sexual, la no discriminación, una mayor sensibilidad hacia el mundo animal, entre otros temas. Son cambios que vuelven todo más impredecible. Habrá que mirar de otra manera la sociedad, donde las personas tienden a ver su existencia como una trayectoria más individualizada y, es probable que eso debería cambiar la manera que tenemos de comprender los fenómenos sociales.
— A los liderazgos políticos que no comprendan estos fenómenos se le va a hacer muy difícil conectar con la sociedad…
— Claro, pensemos que, hasta hace 20 o 30 años, la política era vista como algo inspirador, global, con sentido histórico. Esa manera de concebir la política ha cambiado. Es probable que las nuevas generaciones sigan alimentando, en parte al menos, esta manera de concebirla, pero no cabe ninguna duda que la política democrática hoy día es muy distinta a eso. Las sociedades ya no se mueven, no se imantan, no se agitan por ese tipo de ideales colectivos. Ese tono religioso de la política se ha ido abandonando.
En el caso de América Latina en general, cuando uno lo mira desapasionadamente, ciertas miradas utópicas, grandes ideas capaces de galvanizar la voluntad de las masas, hoy en día ya casi no existen, y quienes esgrimen ese tipo de posturas, en realidad lo hacen como pretexto, simplemente para legitimar dictaduras absurdas, como en el caso de Nicaragua, por ejemplo.
— Cuando las movilizaciones de 2019, usted advirtió que desembocarían en un corrimiento a la derecha en Chile, cuando todo hacía pensar que se fortalecía la izquierda. Hoy, después de los últimos hechos, parece que tenía razón…
—Bueno, eso lo que reafirma es que hay que hay que mirar distinto a la política ahora. No es que yo crea en un efecto pendular de la política, sino que el sujeto social que hay hoy en Chile es muy alérgico a este tipo de convulsiones. Puede entusiasmar generacionalmente a los más jóvenes o a ciertos grupos nostálgicos, pero las mayorías que han alcanzado un cierto nivel de status, muy pronto se desilusionan, ya que ven amenazado sus proyectos de vida, el bienestar, y eso les vuelca a la derecha. Sobre todo, porque cuando ocurren este tipo de fenómenos, la izquierda tiende a paralizarse, ya que concibe este tipo de revuelta con un cierto romanticismo, sin advertir que la vida social requiere seguridad, orden, predictibilidad. Y cuando eso se amenaza, las personas buscan la sombra de la seguridad que, generalmente está en manos de liderazgos carismáticos de la derecha.
— A la luz de estos acontecimientos, ¿qué vaticinio pueden hacerse de futuro?
— Sería un error ver en la votación última de la convención constituyente una adhesión ideológica a la derecha. No es un giro a la derecha. Creo que lo que ocurre simplemente es que el Partido Republicano de Kast fue muy exitoso en identificar y construir un nuevo clivaje para la política, algo así como “orden versus desorden”. Si ese clivaje se mantiene, y hasta ahora parece que puede ocurrir, entre otras cosas por cierta impericia del gobierno del presidente Boric para imponer orden, es probable que la derecha gane en la próxima presidencial. Pero no porque Chile adhiera a un programa ideológico de derecha. Mi país sigue teniendo, especialmente, las demandas que son habituales en los sectores medios. Seguridad en la vejez, acceso a la salud, oportunidades en la educación. Estos son ideales que están vigentes en la sociedad chilena; una agenda que no es propiedad de la derecha, aunque ahora, a partir de todos estos eventos, probablemente los incorpore con mayor énfasis.
— ¿Cómo será la nueva Constitución que emerja después de esta Constituyente?
— Creo que vamos a tener una carta constitucional no muy distinta a la que está hoy vigente, la de 1980. ¿Qué cosas van a cambiar? Va a haber un catálogo de derechos sociales más relevante que el actual. En eso hay un consenso relativamente alto. Cuando aceptamos derechos sociales lo que estamos diciendo es que la comunidad política adquiere el compromiso de corregir el principio divisivo a las clases sociales por una regla de una igualdad menos relativa. O sea, es la voluntad de todos de comprometernos a que la cuna no tenga la última palabra en el destino personal, digamos. También habrá mayores sensibilidades a cuestiones de género, desde luego, y algunas reglas de protección medioambiental. Creo que por allí pasarán los cambios fundamentales. Después, la propuesta de Chile como un conglomerado de 14 naciones no va a estar, en su lugar se reforzará la idea de un Estado unitario, una sola Nación, aunque debiera reconocerse el componente multicultural. Va a ser un sistema político presidencialista, como es la regla general en América Latina. Habrá control constitucional a cargo de un tribunal constitucional siguiendo la tradición europeo continental; también se va a mantener un Banco Central Autónomo que permite mantener una política monetaria despegada de la voluntad política.
— ¿Qué espera para lo que resta del gobierno de Boric?
— El proyecto fundamental del presidente no es posible realizarlo, no es un proyecto de mayorías, como ha quedado expuesto. Lo que va a hacer el presidente, creo yo, aliado con la centroizquierda, es realizar un gobierno de administración, corrigiendo las patologías más evidentes del proyecto modernizado chileno. Se van a introducir reformas en el sistema de pensiones y en el sistema de salud. Más que eso no creo. El presidente Boric va a tener una agenda más socialdemócrata y va a acentuar la dimensión cultural, generacional, de su programa: temas de paridad, cuestiones medioambientales, cuestiones relativas a la diversidad sexual y a su reconocimiento público, etcétera. Ese tipo de cuestiones que son propias de una sociedad modernizada con valores postmaterialistas, como veíamos antes, las va a acentuar.
— ¿Hay puntos en común en los fenómenos sociales que se generan en los países de la región?
— En América Latina hay diferencias muy importantes entre los países, pero hay algunos rasgos comunes que podemos advertir. Desde el punto de vista del sistema político, todos padecen los problemas del presidencialismo, que permite que líderes carismáticos de pronto lleguen al poder teniendo minorías, como es el caso peruano. El otro factor común, va a ser que conforme la sociedad avanzó y hay polos modernizados en prácticamente en todas las grandes ciudades de América Latina, me atrevo a decir que desórdenes, malestares, como los que experimentó la sociedad chilena, se van a vivir también. Como se dilucidan, depende por supuesto de la trayectoria de los países.
— ¿Faltan liderazgos?
— El gran desafío de la región en la actualidad es el sistema de partidos. Tenemos que construir un sistema de partidos más estables, más profesionales que permitan seleccionar mejor los liderazgos, esa es la gran virtud. Donde hay un buen sistema de partidos, se minimiza la posibilidad de la aparición de liderazgos puramente carismáticos, por fuera de las instituciones. Esa tendencia a buscar el hombre providencial, fuerte, repentino, fuera del sistema, es una receta que ha fracasado una y mil veces. Por eso insisto en que las élites latinoamericanas deben bregar por fortalecer los partidos, como ocurre en las democracias más estables del mundo.