Malas políticas en el granero del mundo

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Foto: El País

OPINIÓN

Argentina, intervención en el mercado de la carne y las palabras que empiezan con “i”.

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Detrás de las malas políticas económicas, macro y micro, siempre se esconde una palabra que empieza con la letra i: ignorancia, ideología, intereses creados, idiosincrasia. Argentina es desde hace siete décadas una fuente de ejemplos de malas políticas y recientemente se sumó una nueva perla al collar de dislates, al prohibirse la exportación de carne.

Esos recurrentes desatinos siempre tienen un propósito benemérito: en el caso de la carne, cuidar “la mesa de los argentinos”; en la legislación sobre alquileres, defender al inquilino; en el congelamiento de precios de servicios públicos, abaratar el costo de vida de los pobres. Bien se dice que el camino del infierno está empedrado de buenas intenciones…

Cuando se congelaron las tarifas de los servicios públicos a veces no se indemnizó a quienes los proveen y entonces ellos, que quedaron cortos de caja, dejaron de invertir y hubo un colapso en la oferta (apagones, por ejemplo). Otras veces sí se los compensó a costa del erario, por lo que impactó en las finanzas públicas. Entonces se debió acudir a financiamiento del Banco Central estimulando la aceleración de la inflación o a un aumento de la deuda pública. Y siempre se incentivó a los ricos a calefaccionar sus piscinas con energía a precio de un pocillo de café.

Cuando se legisló en materia de alquileres, los propietarios redujeron la oferta de inmuebles para alquilar y los precios subieron. Algo parecido ha pasado con el último capítulo de esta temporada, la prohibición de exportación de carne.

El razonamiento (no sé cuál de las íes utilizar, hay varias candidatas) era lineal: se prohíbe la exportación de carne, ergo habrá más carne disponible para la mesa de los argentinos y bajará el precio. La medida se dispuso de manera transitoria, por 30 días, lo que incentivó a los productores, aún más de lo que de todos modos habría ocurrido, a disminuir la oferta de ganado. A su vez, sin materia prima, algunos frigoríficos cerraron. Todo esto dio lugar a una disminución de la oferta y al aumento de los precios que pagan los argentinos para llevar carne a sus mesas.

Eso en cuanto a los efectos de muy corto plazo, pero no debe descartarse que también haya consecuencias de largo plazo (más aún si la medida se extiende en el tiempo): la disminución en la producción ganadera en forma permanente. Esto podría ocurrir haciendo a la producción más extensiva y por lo tanto menos costosa, en la medida en que el precio que se recibiría ya no sería el internacional sino uno que resultaría del mercado interno, con una demanda menor a la de economía abierta.

La carne es un bien exportable y su precio interno es resultado del precio internacional, llevado a pesos por el tipo de cambio y, cuando los hay, detrayendo los impuestos a la exportación, las “retenciones”. Lo mismo sucede con un bien importado: su precio es el internacional, llevado a pesos por el tipo de cambio y aumentado por la tasa de impuestos a la importación y los impuestos específicos internos.

Ese es el caso de Uruguay: el precio interno acompaña al precio internacional y al tipo de cambio, tanto en el caso de la carne, que exportamos, como en el del petróleo, que importamos.

Es más, en las carnicerías hemos encontrado carne brasileña o paraguaya, porque hay libre importación. Y nuestro ganado ha sido exportado en pie para ser engordado y faenado en otros países. Esa libertad en los mercados es la que garantiza que no haya abusos de unos u otros.

En el caso de Argentina, al prohibirse la exportación, el precio interno se divorcia del internacional y pasa a ser un precio de economía cerrada, determinado por la oferta y la demanda domésticas. Es claro que “dejando todo lo demás constante” (el famoso ceteris paribus) el precio debería caer, pero la reacción inmediata de los oferentes será bajar la oferta, por lo que el precio puede terminar subiendo, como efectivamente ocurrió.

Es increíble el desconocimiento de las reglas básicas de la economía por parte de quienes toman estas medidas y ello está expuesto con enorme claridad en un pasaje de una entrevista al presidente argentino, que se hizo viral hace unos días. Allí, él dice que le dijo “a los de los frigoríficos (sic) que yo, entre los exportadores y la gente elijo a la gente. Yo esperé todo lo que pude esperar para que ustedes ordenen este tema porque está en manos de ustedes ordenar este tema. Lo que no puede faltar es comida en la mesa de los argentinos”.

Entre tantos disparates contenidos en tan pocas palabras, destaco uno: el presidente argentino cree que está en manos de los frigoríficos “ordenar este tema”, o sea, ofrecer precios bajos por la carne a los clientes argentinos. ¿Por qué habrían de hacerlo, perdiendo dinero, cuando el precio de la carne es alto y sube en el mundo? ¿Por qué malvender a unos clientes en vez de vender a precio de mercado a otros? No es cometido de los frigoríficos hacer eso y tampoco es el camino que el gobierno intervenga en ese mercado afectando precios o cantidades.

El problema real es el escaso ingreso de los argentinos, que cada vez pueden llevar menos comida a sus mesas, porque las malas políticas económicas de sus gobiernos hacen que casi la mitad de la gente sea pobre hoy en “el granero del mundo”, expresión que data de la presidencia de Julio Argentino Roca, hace más de un siglo, cuando Argentina era de los países más ricos del mundo. Esa misma gente que el presidente argentino dice elegir…

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