OPINIÓN
Este año, la economía saudí estará entre las de mayor crecimiento del mundo, con una cifra superior a 7%. Es momento de prestarle más atención.
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Escribo esta columna desde el moderno distrito Al Olaya en Riyadh, la capital de Arabia Saudita, a donde llegué tras ver en Doha el empate de Uruguay en su debut mundialista. Si los saudíes no son para menospreciar en fútbol, tal como lo demostraron con su triunfo ante Argentina, menos en términos comerciales e inversiones. Si Qatar era para tener económicamente en el radar, como sugerí hace dos semanas en este mismo espacio, Arabia Saudita también lo es, quizás incluso más. Así (me) han venido insistiendo desde hace tiempo el economista Ignacio Munyo y Nelson Chabén, embajador uruguayo en este país.
¿Por qué tienen razón?
En tamaño económico, Arabia Saudita es casi 5 veces el de Qatar, con un PIB en torno al trillón (estadounidense) de dólares, o sea 15 veces más grande que Uruguay. Para una población cercana a los 36 millones de personas, esto lo ubica en la parte alta de los países con ingreso per cápita medio, significativamente mayor a los máximos de América Latina, pero con gran desigualdad en su distribución y un índice de Gini cercano a 55.
Arabia Saudita alcanzó dichos niveles de PIB tras el boom petrolero de los ’70 y el asociado al superciclo de commodities de 2003-2014, período en que promedió 5% de crecimiento anual.
En 2022, este reino árabe vive nuevamente un auge económico debido a los mayores precios de los hidrocarburos, derivados de la recuperación de la movilidad mundial post Covid y la invasión de Rusia a Ucrania. Lo revela el creciente desarrollo inmobiliario de Riyadh, que se aprecia desde la pasarela a 300 metros de altura en su emblemático rascacielos “Centro del Reino”, pero más importante: lo confirman las cifras macro.
Este año, la economía saudí estará entre las de mayor crecimiento del mundo, con una cifra superior a 7%. Si bien todavía el petróleo representa 70% de las exportaciones, la fuerte expansión del PIB también se explica por el incipiente mayor aporte del resto de los sectores que crecen en torno a 5%. Con todo, su desempeño durante las últimas cuatro décadas registra un crecimiento económico promedio relativamente modesto, en torno a 2% durante los últimos 40 años.
Al igual que Qatar, Arabia Saudita puede clasificarse dentro los países “petroleros” que ha mostrado históricamente cierta estabilidad macro, en base a lo cual ha mantenido una alta calificación crediticia. También en los boom, como el actual, suele mostrar altísimos superávits gemelos, en materia fiscal y comercial, con buenos niveles de inversión fija (en torno a 25% del PIB como promedio de las últimas décadas), pero mayores de ahorro nacional (cercanos a 30%). En esa dirección, para 2022 se estima un superávit en cuenta corriente de la Balanza de Pagos en torno a 15% del PIB y cerca de un tercio lo aporta el superávit fiscal.
Estos superávits le han permitido a Arabia Saudita tener baja deuda pública bruta y acumular ahorros a través de su fondo soberano, uno de los más grandes del mundo. Básicamente por eso está calificada en torno a nota A por las agencias crediticias, en la parte alta del grado inversor. También por eso ha atenuado la apreciación real de su moneda, a pesar de los boom, con tipo de cambio fijo en torno a 3,75 riales saudíes por dólar desde hace décadas e inflación baja y estable cerca de 1,5% promedio anual en el último medio siglo.
El fondo soberano saudita, que ya acumula cerca de US$ 600 mil millones de dólares (60% del PIB), se ha ido diversificando, tanto hacia el exterior como por clase de activos (más renta variable), pero aún con alta participación en la economía local, en parte por los objetivos de la llamada “Visión 2030” (similar a la de Qatar), de promover sectores no petroleros.
Este plan estratégico y de reformas, que fue lanzado por el príncipe Mohammed bin Salman al llegar al poder en 2017, pretende avanzar hacia “una sociedad vibrante, una economía próspera y una nación ambiciosa”, con énfasis menos nacionalistas y religiosos, más libertades individuales y mayor participación de la mujer en diversos ámbitos, sobre todo el laboral.
Además de la menor dependencia petrolera y la diversificación sectorial, “Visión 2030” busca liberalizar la economía, promover el sector privado como motor del crecimiento y estimular la inversión extranjera, sobre todo para desarrollar sectores como turismo, las energías renovables, las actividades financieras, otros servicios e incluso la agricultura y la forestación en el desierto.
Claramente, todo esto abre múltiples oportunidades para el intercambio comercial, financiero y cultural entre nuestros países y Arabia Saudita, en un “ida y vuelta”, cuyas direcciones particulares dependerán de las respectivas ventajas comparativas. Para el caso de Uruguay, hay varios hitos encaminados que refuerzan ese proceso, desde la instalación por primera vez de un embajador saudí en Montevideo, pasando por el Acuerdo de Promoción y Protección de Inversiones en negociación, más un eventual Acuerdo para Evitar la Doble Tributación, hasta nuevas misiones bilaterales (gubernamentales y/o privadas). Claramente es momento de prestarle más atención a Arabia Saudita. Y no sólo en el fútbol.