Hace unos días se conocieron algunos resultados preliminares del Censo que llevara adelante el Instituto Nacional de Estadística desde abril pasado. Numerosas personas y profesionales han realizado descripciones de los resultados conocidos a partir de la conferencia que, sobre el censo, se diera a nivel oficial. Las cifras muestran, entre otras cosas, que la población de nuestro país en 2023 es de 3.444.263 personas, una cantidad levemente mayor —aproximadamente en 90 mil personas—, a la que había hace doce años, como mostraba el censo de 2011. Tal como se reconoce generalizadamente, el crecimiento ha sido sumamente bajo.
Los comentarios solo descriptivos de la situación actual no han sido seguidos de explicaciones profundas y con ratificación empírica de las verdaderas razones de lo sucedido, como para que se dispongan eventuales medidas para que se pueda iniciar un ritmo de crecimiento de la población relativamente más alto. Un ritmo que pueda, sobre todo, aumentar la cantidad de un factor de producción tan importante como es la mano de obra disponible para la producción, el crecimiento económico y el desarrollo. La cantidad ese factor de producción resulta de la evolución de los que nacen, de los que mueren, de los nacionales que emigran y de los inmigrantes extranjeros. Aunque imaginables, no se han escuchado las razones de la evolución de esos factores determinantes de la tasa de crecimiento de la población.
No creo que sea importante mi opinión sobre las causas de lo señalado, pues entiendo que los demógrafos y sociólogos son quienes darían las mejores explicaciones de las causas de los resultados de tan bajo crecimiento poblacional y particularmente de la disminución de la tasa de natalidad. Pero creo sí que es importante plantear una teoría relativamente conocida, para que alguien compruebe empíricamente la importancia del costo de oportunidad del tiempo en términos del ingreso de cada persona o de cada familia, como determinante importante de la demanda por hijos, a cuya disminución se asocia la caída de la tasa de natalidad que ocurre en nuestro país.
Becker
El marco teórico para el análisis de las causas de la disminución de nacimientos en nuestro país, lo puede brindar el modelo que en ese sentido planteó Gary Becker, premio Nobel en 1992, quien fuera profesor de Microeconomía en el Departamento de Economía de la Universidad de Chicago. Sus contribuciones, entre otras, sobre la inversión en capital humano por un lado y sobre las razones de la caída de la tasa de natalidad en países con ingreso creciente, surgen por la aplicación que hace de la teoría microeconómica: las personas —y las familias— actúan y toman decisiones racionalmente en un contexto de escasez de recursos para satisfacer todas sus necesidades y todos sus deseos y así maximizar su bienestar. Con ese marco, Becker consideró que la demanda por hijos depende del ingreso de las familias —del hombre y de la mujer—. Y, asimismo, de los precios relativos de los hijos con respecto a otros bienes. Precio que incluye el costo de oportunidad de criarlos como es lo que una familia —tanto el hombre como la mujer— pierde de ingresos y de ocio por dedicarse a ellos y no trabajar—; los gastos en que se debe incurrir por ellos —vestimenta, salud, educación, etc.—, y otros costos por el estilo. Obviamente la consecuencia que se puede extraer de esto es que si el precio de los hijos aumenta, entonces la cantidad demandada de hijos disminuye y viceversa. Pero también la demanda por hijos depende del ingreso de la familia, una variable que afecta considerablemente sus decisiones, ya que se debería esperar que al aumentar el ingreso de la familia —o del país si extendemos la situación a un escenario más global—, la demanda por hijos aumente; o sea, crezca la demanda por hijos al considerárseles, microeconómicamente hablando, un “bien” normal y no “inferior” que sería como se le consideraría si al subir el ingreso disminuye la demanda por hijos.
La conclusión que se puede extraer de la consideración conjunta de los determinantes de la demanda por hijos, es que si bien al aumentar el ingreso de un país debería aumentar la tasa de natalidad —como sostenía Malthus en su teoría de 1798—, ese aumento del ingreso lleva a un costo de oportunidad mayor por tener hijos y no trabajar o tener más ocio personal, y a un aumento del precio de los hijos —las madres trabajan más atraídas por el mayor salario—. El resultado de esa combinación de comportamientos sobre la tasa de natalidad dependerá de cuál de los dos efectos sea el mayor: si el efecto sobre la natalidad provocado por el aumento del ingreso o el efecto sobre ella por el incremento del precio de los hijos.
La evidencia empírica en los lugares en los que se ha analizado el comportamiento en el tiempo de la tasa de natalidad muestra que, contrariamente a la teoría malthusiana de la población, cuando aumentan los ingresos —considerando tanto el del hombre como el de la mujer—, disminuye el número de hijos en el hogar. Y una consecuencia adicional es que en lugar de “más hijos” se demandan ¨mejores hijos”, más calificados, y se invierte en proveerles de mayor capital humano. Cuando el ingreso aumenta, a la mujer en particular le “despierta” el deseo de trabajar más y tener menos hijos. La evidencia empírica en lugares en los que se ha puesto a prueba el marco teórico señalado apunta además, a que en las familias con menores ingresos, a los hijos se les considera un “bien de inversión” y que a medida que aumenta el ingreso, los hijos pasan a ser un “bien de consumo” que brinda utilidad pero no infinita.
Sería interesante conocer si la evidencia empírica en nuestro país ratifica también, las conclusiones de Becker sobre las razones de la caída de la tasa de natalidad en países con ingreso creciente.