El plan de Javier Milei consiste en ganar la mid term election del año que viene de modo de lograr el mayor apoyo posible del Congreso y después ganar la reelección dos años más tarde para ahí sí tener la mayoría propia que le permita concretar su agenda de reformas liberales.
Pero su estrategia es diferente a la de Mauricio Macri, que pretendió lo mismo: Milei acelera y si ve venir dificultades, acelera todavía más, sea que se trate de una recta o de una curva. Y, hasta ahora, no ha volcado. No le importa pagar costos políticos, pero no los termina pagando. En cambio, Macri, con la estrategia convencional, se fue sin pena ni gloria.
Sin embargo, Milei no sostuvo con hechos su discurso anti “casta”. Casi todo el ajuste cayó en los mortales comunes y corrientes, cuyos ingresos se licuaron con la aceleración inicial de la inflación. Y, esto sí fue audaz, transfirió a las provincias la necesidad de ajustar, al retacearle las transferencias desde el Gobierno Federal.
También entendió que la “casta” es relevante, mal que le pese, y ha comenzado a sentarse a la mesa con sus representantes. Y tiene a un Jefe de Gabinete, Guillermo Francos, que lo hace muy bien por su cuenta y orden.
De ese modo, entre gritos e insultos, ha tenido éxitos parlamentarios, pero debería dejarse ayudar más.
Es claro que ha puesto el centro de sus intereses en la inflación, variable que parece ser la relevante en la opinión pública, donde mantiene niveles de aprobación del orden del porcentaje de votación obtenido en el ballotage.
Y el éxito en materia de inflación es todavía mayor al que surge de la lectura de los números, si se tiene en cuenta que se ha dado al mismo tiempo que se han ido corrigiendo precios relativos: el tipo de cambio y los precios antes reprimidos de servicios públicos.
Sin embargo, en este tema ha macaneado. Maneja números no verdaderos sobre la inflación heredada (los infla) y ahora, sobre lo que él llama la “inflación verdadera”, que surge de restar del dato de inflación, la tasa del 2% del crawling y alguna décima de inflación internacional. Eso no es la inflación verdadera sino el ritmo de deterioro del tipo de cambio real.
En el frente fiscal, ayudado por la dilución real del gasto por la inflación, pero no sólo por ella, exhibe superávit fiscal mes a mes desde el inicio del año. Pero también acá hay algunos bemoles: no está contando los intereses de los nuevos títulos del Tesoro, porque no tienen cupón sino un descuento sobre su precio al vencimiento. Por lo que el verdadero déficit podrá ser conocido al ser calculado por fuentes de financiamiento (o “por debajo de la línea”).
Por otro lado, el ajuste fiscal realizado, indudablemente grande, no fue el mayor de la historia de la humanidad ni mucho menos. Fue de algo menos de cinco puntos del PIB en el resultado primario. En cuanto a los intereses que pagaba el BCRA, no tiene sentido su cálculo nominal, dada la inflación que existía, sino, en todo caso, el operacional, ajustado por inflación, deduciendo el componente inflacionario de los intereses nominales. Y no fue gran cosa porque no era gran cosa.
En materia de actividad económica se observan éxitos. La recesión inicial fue breve y el piso se tocó en el segundo trimestre. Luego rebotó y sólo cabe esperar que siga creciendo.
En materia cambiaria sigue habiendo cepo y no es obvio cuándo dejará de haberlo. Para sostenerlo se invierten reservas, que por lo tanto no entran. Y no hay suficientes reservas como para eliminarlo. Pero casi se ha extinguido la brecha entre el tipo oficial y los alternativos (libre, CCL, MEP).
Mucho se habla del tipo de cambio real en estos días. Haciendo números, se puede comprobar que el dólar promedio de 1993 a 1998 (con la Convertibilidad consolidada) llevado a precios de noviembre y ajustado por la inflación de EE.UU., es de AR$ 742. Es decir que Argentina puede llegar a estar todavía mucho más cara que hoy día. Claro, en aquellos años Menem y Cavallo habían realizado reformas que hacían sustentable tamaña apreciación, cosa que, por ahora, Milei y Caputo recién empiezan a realizar.
Y Sturzenegger, no podemos dejarlo de lado, ya que está siendo el factótum de reformas micro que resultarán claves para mejorar la productividad de la economía. En otras palabras, si esa terna de economistas logra avanzar con su agenda, deberemos prepararnos para tener al lado una Argentina carísima, como en los ´90. ¿Esta vez será transitorio o permanente?
Los mercados financieros, como suele ocurrir, en las buenas y en las malas, han sido los primeros en reaccionar ante las buenas noticias, alcanzando valorizaciones considerables de los activos argentinos. Lo que va a dar lugar a un “efecto riqueza” positivo que contribuirá a mejorar las cosas todavía más.
Y no debemos olvidar tampoco a Donald Trump, aliado “ideológico” de Milei, que, en todo caso, puede dar una mano, llegado el momento, ya sea por la vía comercial (acuerdo o tratado), ya sea por la financiera (FMI).
Dejo para el final, lo que considero más importante. El haber abandonado (espero que definitivamente) la idea de dolarizar la economía y eliminar el Banco Central, lo que habría sido un error considerable.
En definitiva, el primer año de Milei muestra una gestión despareja. Con buenos resultados, pero con cierta creatividad al exhibirlos. Con logros políticos (además de los reseñados, el final de los piquetes al eliminar la intermediación de los “gerentes de la pobreza” en los planes sociales) que deberían llevar a Milei a revalorizar la acción política y dejarse ayudar, insultando y gritando mucho menos de lo que lo hace, a políticos, economistas y periodistas. Muy bien le ha ido a pesar de no tener respaldo político propio en el Congreso y en el territorio.
La moneda está en el aire. Falta tiempo todavía para saber de qué lado habrá de caer.