Marcos Soto (*)
Las últimas modificaciones negociadas al proyecto de reforma a la seguridad social vienen afeando un plato necesario, pero difícil de tragar.
Más allá de los múltiples aspectos modificados al proyecto original sobre el régimen previsional, como la disminución a la edad y configuración de casuales de retiro, que diluyen la magnitud de los efectos iniciales, es llamativo que dentro del menú de ítems negociados y acordados, resurgiera y fuera aceptada una nueva rebaja del Impuesto a la Asistencia de la Seguridad Social (IASS).
¿Cómo es posible que se proponga reducir o eliminar un impuesto que tiene como propósito (aunque tenga como destino normativo rentas generales) reducir el déficit del sistema que se pretende reformar, por ser justamente deficitario?
La propuesta de reducción progresiva colocaría para la primera franja del impuesto una tasa del 8% en lugar de 10% para el 2024 y del 6% para el 2025, la nueva resignación de recaudación ascendería, luego de estabilizada la tasa, a unos US$ 50 millones anuales.
Números rojos
El sistema actual esconde injusticias, pero muestra sus costos. En 2019, la recaudación de impuestos que paga toda la sociedad, afectados al BPS, ascendió a 2,63% del PIB y la asistencia financiera adicional desde rentas generales para el pago de jubilaciones y pensiones en ámbito del BPS fue de 0,56% del PIB. Además, fue necesario asistir con recursos públicos a la caja militar con 0,81% del PIB y a la Policial con 0,36% del PIB. Por tanto, la asistencia financiera con recursos estatales para el pago de jubilaciones y pensiones ascendió a 1,73% del PIB y será creciente. Si sumamos el aporte desde la recaudación de impuestos afectados al BPS, la contribución que realiza de forma directa toda la sociedad es de más del 4% del PIB, algo como US$ 2.800 millones.
El IASS, de algún modo, llegó para mitigar sólo una parte del esfuerzo que realiza la sociedad en su conjunto para el pago de pasividades. En efecto, su recaudación, previa a la reducción anunciada en marzo pasado era del entorno de los US$ 365 millones.
Nafta en el incendio
La propuesta de reducir los ingresos fiscales en momentos que se pretende reformar el sistema por no ser suficiente para el nivel de pasividades que paga, conlleva varios efectos a la vista. Uno de ellos, es un nuevo deterioro de las cuentas públicas. ¿Quién pagará más para cubrir este nuevo hueco fiscal? En economías de frazada corta, cuando un sector tironea para su lado, deja a la intemperie a otros. El costo fiscal o se asume con una mayor búsqueda de ingresos (impuestos), o recorte de gastos, o mayor deuda. De modo que es altamente probable que el peso vuelva a recaer sobre los sectores económicamente activos, actuales o futuros, desnudando mayores niveles de inequidad intergeneracional.
Además, nuevamente el diseño de la propuesta resulta regresiva. Por cómo opera el IASS, la reducción prevista beneficiará sólo a uno de cuatro jubilados, justamente al cuartil de mayores ingresos.
De forma recurrente se vuelve a colocar en agenda nacional de asuntos prioritarios y de asignación de recursos (a través de renuncias fiscales) a sectores que, en términos relativos, no son los más carentes o los que precisan mayor atención, en la tensión de priorización. No por reiterado deja de ser relevante. Los datos publicados por el INE sobre pobreza, año 2022, deben continuar interpelándonos. Sólo el 2% de los mayores de 65 años vive bajo la línea de pobreza, mientras que casi el 20% de los niños menores de 6 años sufre esas condiciones de vida.
Un país que se jacta de beneficiar a los sectores pasivos de mayor privilegio relativo en detrimento de aquellos que son el futuro de una nación, es un país que transita por caminos de injusticia en clave de pasado. Es que usted me dirá que, en parte, es una respuesta a los incentivos naturales del sistema democrático: los niños no votan. Y tiene razón.
Hablando de seguridad social, se le atribuye a Otto von Bismarck, quien introdujo normas avanzadas para la época sobre la cobertura a la invalidez, enfermedad o vejez en la Alemania de finales del siglo XIX, la frase de que un político piensa en la próxima elección y un estadista en la próxima generación. Otro que tenía razón.
(*) Decano de UCU Business, Universidad Católica del Uruguay.