Alejandro Cid (*)
Dos estudios recientes demuestran que hay programas que logrado cortar la trasmisión de pobreza entre generaciones. Y las prácticas de crianza juegan un rol importante.
Si no hacemos nada, los efectos de la pobreza se transmiten de generación en generación. Tomemos un hogar pobre con ingresos bajos: es muy probable que los hogares que formen sus hijos tengan ingreso bajo también. Y lo mismo pasa con la educación: padres con pocos años de educación es bastante probable que sus hijos no logren completar muchos años de estudio. Por supuesto que hay excepciones, pero en el promedio es lo que muestran los números: la pobreza tiende a perpetuarse en el tiempo. Pero hay una buena noticia: se han encontrado programas que logran romper este ciclo perverso. Y, en particular, la primera infancia es un momento clave para intervenir.
Mejores prácticas de crianza, mayor movilidad
Múltiples estudios indican que intervenciones en los años más tempranos de escolarización pueden tener efectos positivos y significativos en educación, salud y bienestar. Pero estos efectos positivos, ¿pasan también a las nuevas generaciones?
Andrew Barr (Universidad de Texas A&M) y Chloe E. Gibbs (Universidad de Notre Dame) sugieren una estrategia efectiva. Estudian una población donde la el 70% de las madres no terminó la educación secundaria. Su estudio se titula “Breaking the Cycle? Intergenerational Effects of an Anti-poverty Program in Early Childhood”. Y se ha publicado recientemente en el Journal of Political Economy. Encuentran que detrás de esa estrategia (que incluía mejora de servicios preescolares, apoyos en la nutrición, acceso a vacunación, odontólogo, etc.) está que ayudó a mejorar las prácticas de crianza y a aumentar la asistencia a los centros preescolares. También los resultados sugieren que, gracias al programa, las madres tomaron mejores decisiones respecto a con qué familias interactuar, las redes o comunidades a las que se suman, o los ambientes en que sus hijos crecen y aprenden.
Y todo esto repercutió en las generaciones siguientes: los hijos de hogares pobres que participaron en el programa tuvieron tiempo después mayores ingresos que sus padres, en comparación a los hijos de hogares pobres que no participaron del programa. Esto impacta positivamente el análisis de costos y beneficios: por cada dólar gastado en el programa hay que considerar no sólo los beneficios que produce en esa familia que recibió la ayuda, sino también en la segunda generación de ese hogar.
Un camino para salir de la pobreza
En otra investigación reciente, dos investigadores de la Universidad de Chicago (James Heckman y Victor Rona) y uno de Clemson University (Jorge Luis García) muestran los múltiples impactos positivos de un programa que promueve la movilidad intergeneracional entre Afroamericanos que vivían en contexto crítico. El estudio se titula “The Lasting Effects of Early Childhood Education on Promoting the Skills and Social Mobility of Disadvantaged African Americans”.
Heckman y sus colegas analizan nuevos datos recolectados de un programa social pionero (el Perry Preschool Project o PPP). Estudian el impacto de esta intervención para preescolares cuando esos niños llegan a la edad de 54 años. Y estudian el efecto también sobre los hijos de esas personas de 54 años. Encuentran que el programa es eficaz para promover la movilidad social de los hijos de Afroamericanos pobres. Constatan también que, a los 54 años, siguen teniendo ventaja, en habilidades cognitivas, respecto a los que no participaron en el programa cuando eran niños. En otras palabras, pasan los años y el impacto positivo de PPP no se diluye en el tiempo, como algunos detractores auguraban.
Clave: la calidad del programa
El Perry Preschool Project fue un programa de gran calidad, enfocado en la educación de niños pobres de 3 años de edad. Su contenido se enfocó en promover las habilidades cognitivas y socioecomocionales. Era un preescolar de 2 horas y media por día. Incluía visitas al hogar. Duración: 2 años.
Señalan los investigadores que el programa Perry es muy relevante hoy en día porque fue uno de los primeros diseñados, y terminó influyendo en los siguientes programas enfocados en primera infancia. Está bien documentado de que el PPP es beneficioso para los niños. Sin embargo, hasta esta investigación de Heckman, no se sabía qué efectos tuvo en personas que participaron del programa siendo niños y hoy ya tienen 54 años e hijos adolescentes o jóvenes adultos.
Gracias a Heckman y su equipo, hoy se sabe que, gracias a que sus padres participaron en PPP, los hijos forman familias más estables. Además, sus padres tienen ingresos mayores que los que no participaron en PPP, menos problemas delictivos, mejoraron tanto en habilidades cognitivas como en socioemocionales, y tienen mejor salud.
Otro interesante detalle: el programa PPP, aunque no trata directamente a los hijos de los que participaron en el programa, consigue efectos positivos sobre esos hijos. Por ejemplo, sufrieron menor tasa de suspensión por parte del centro educativo. También en mayor proporción están empleados y gozan de buena salud, en comparación a los hijos de personas que no participaron de PPP cuando era chicos.
¿Cómo se consiguieron todos estos resultados positivos? Los autores del estudio señalan que “la mejora en el ambiente del hogar es la fuente de los beneficios intergeneracionales del programa Perry”.
Diseñar programas educativos de alta calidad, dirigidos a la primera infancia, parecen ser estrategias muy prometedoras para impulsar la movilidad intergeneracional.
(*) Decano de la Facultad de Ciencias Empresariales, Universidad de Montevideo.