ENTREVISTA
Hay enormes oportunidades de consumo no satisfecho para personas mayores en el ocio, salud, alimentación, tecnología, finanzas, educación o vivienda.
Las personas que tienen entre 50 y 70 años de edad son la base de la economía, aunque nos cueste verlo, afirma el español Iñaki Ortega, doctor en Economía y director de Deusto Business School de Madrid. El autor de “La revolución de las canas” reniega del “edadismo” un concepto que refiere a los estereotipos, prejuicios o discriminación contra las personas debido a su edad, que se manifiestan desde las alarmas que se encienden cuando se habla del fenómeno desde lo científico, pasando por la falta de oportunidades para trabajar e incluso, la publicidad y las ofertas de consumo. Considera que la humanidad está “desperdiciando mucha riqueza” sin aprovechar el bono demográfico de la “generación plateada”, incluyendo al mundo corporativo en esa “miopía”, según el autor. A continuación, un resumen de la entrevista.
—¿Es contradictorio el mensaje acerca del peso de los adultos mayores en la economía y el potencial que tienen como productores y consumidores?
—Se está dando una situación muy curiosa en el mundo. Nunca hubo una mejor época para cumplir años y envejecer en la historia de la civilización, ¡nunca! Pero al mismo tiempo, nunca ha estado tan desprestigiado el hecho de ser mayor. Es lacerante, cómo es posible que la esperanza de vida aumente, la calidad de vida también, que la mayor parte de la renta y el consumo esté en los mayores, y mantenemos una discriminación por edad que es muy fuerte, que se lleva por delante a las carreras laborales de muchas personas y de esa forma también le pasa por encima al dividendo demográfico que aportan a la sociedad en todo el mundo. Estamos perdiendo mucho dinero, empobreciendo el mundo debido a este “edadismo”.
—Usted sostiene que se desaprovecha a las generaciones mayores…
—Es una clara evidencia, la ciencia lo demuestra y no vale la pena insistir en eso. Le hemos ganado 20-25 años a la vida en los últimos 50 años. Cada año le estamos granando tres meses a la vida, cada 24 horas tenemos dos o tres extras, esto es increíble. Y desde el punto de vista económico, lo vivimos más como un problema que como una oportunidad…
—Es cierto que la mayor parte de las referencias sobre el envejecimiento son, especialmente, a sus consecuencias sobre los sistemas de seguridad social…
—Empezamos tener evidencias también de la proscripción de los mayores. Las oportunidades laborales para los mayores de 55 son muy escasas. Salvo excepciones como puede ser el norte de Europa o Nueva Zelanda, las tasas de empleo para personas sobre esa edad, son bajas. Y eso impacta negativamente en las economías, claro está. Y, por otro lado, todo lo que se investiga científicamente, fíjense que hasta en la terminología tiene connotaciones negativas: la bomba demográfica, el colapso en el sistema de pensiones, el impacto en los sistemas de salud, la quiebra de los países debido a tener que lidiar con una población más envejecida.
Además, la actual coyuntura nos ha puesto de frente también con que los mayores deben ser confinados, solo les afecta a ellos y, por tanto, el resto hagamos nuestra vida como siempre. En muchas lecturas nos acostumbramos a eso: ellos y nosotros.
—De acuerdo con su último libro, “La Revolución de las canas”, ese bono demográfico al que refiere está entre los 50 y 70 años. ¿Esa es la etapa vital a la que deberíamos prestarle más atención desde el punto de vista económico?
—La esperanza de vida con salud, permitiendo al individuo ser independiente y autónomo, llega en promedio hasta allí. Hay un concepto que denominados “la edad dinámica”, donde se parte de que, más allá de la fecha de nacimiento, está lo que dice la biología. Seremos dependientes, en promedio, en los últimos diez, quince años antes de morirnos. Es decir que hay una época en la que ya nos dicen “viejos” pero no en el sentido que tenía ese término antes. Es la edad de las canas, la generación senior, o la “silver generation” como se le ha denominado.
—Usted habla de la necesidad de una “visión constructiva y abierta” a las oportunidades que ofrece el envejecimiento demográfico... ¿qué significa?
—Hay que tratar de sacar este debate del ámbito de las emociones. Una vez que vemos que puede haber muchos elementos positivos derivados de vivir más años y algunos negativos, como es el hecho de que tendremos más gasto, podemos ponernos a pensar en cómo aprovechar ese bono demográfico que puede generar un aporte excepcional a la economía. A lo largo de la historia tuvimos dividendos demográficos a partir del baby boom, la llegada de inmigrantes, el momento en que masivamente la mujer se sumó al mundo del trabajo. Quienes defendemos el concepto de economía plateada afirmamos que estamos ante un fenómeno de esas características. Más gente viviendo debería significar más gente trabajando y con mayor capacidad para producir. Pero, además, no solo se trata de producir, sino que diferentes estudios demuestran que cuando se es mayor, en muchos roles, aumenta la productividad. Hay un aporte de experiencia, de capital relacional, de haber fallado antes, que es muy importante aprovechar.
—En contra de ese argumento se hace referencia, muchas veces, a la brecha tecnológica entre generaciones…
—Eso es cosa del pasado. Acabamos de hacer una encuesta entre españoles mayores de 55 años. Más del 70% usa banca electrónica, la gran mayoría tiene redes sociales, compran por internet… es un lugar común hablar de la brecha digital.
Pero insisto: además de producir más y muchas veces ser más productivos, consumen más. Tienen más ingresos, en un mundo que es infinitamente mejor que hace cincuenta años. Y más allá de las diferencias entre países, los mayores no están condenados a la pobreza como hace medio siglo. El 40% del consumo global le corresponde a las personas mayores gracias a sus pensiones, subsidios, o sus ahorros. A eso sumemos aquellos que tienen la oportunidad de siguen produciendo conocimiento y trabajando…
—Usted destaca en su libro que muchos productos y servicios que se ofrecen resultan “desactualizados” para una población que envejece…
—Nuestras instituciones están diseñadas para pensar que a los 50 años comenzamos a ser viejos. Hace un tiempo se hizo un estudio de la publicidad aquí en Europa. En un aviso de cada diez, aparecía una persona adulta mayor, cuando la media de la población implica que representan cerca del 30% de la población. Pero, además, ese adulto mayor que aparecía en un aviso, estaba enfermo, en silla de ruedas, decrépito. Hemos alimentado fuerte ese estereotipo, cuando la realidad va por otro lado. La mayor parte de la demanda en gimnasios, en la compra de vehículos de alta gama, en el uso de aplicaciones de citas, son de personas mayores. ¿No deberíamos atenderlos un poco más como consumidores?
—El sector privado no ha tomado debida nota de ese mercado particular…
—Hay cambios, sí, las empresas se están dando cuenta, pero falta mucho. Debería haber más industrias que les sirvan. Hay enormes oportunidades en el ocio, salud, alimentación, tecnología, finanzas, educación, vivienda, urbanismo, lugares “senior friendly” y muchos etcéteras. Por otro lado, la economía plateada no se basa solamente en aquellas personas mayores que consumen más, aunque eso ya tiene un gran impacto como vimos, sino que, con esa demanda, generan la necesidad de que haya mucha más gente trabajando para satisfacerles, a partir de una oferta diferenciada.
—Pero hay que llegar a esa edad con buenas condiciones de salud e ingresos suficientes para disfrutarlo…
—Hay tres soportes para una vejez larga: por un lado, están los propios ingresos, fundamentalmente ahorro, por otro lo que el Estado pueda darle, y el restante, el ahorro a partir de las empresas en las que ha trabajado. El primero, es de responsabilidad personal. Debemos ser conscientes que viviremos, en promedio, hasta los 77 años, tomando la esperanza de vida de Uruguay. Por tanto, hay que tomar decisiones pensando en ese horizonte. Se jubilarán antes, pero tendrán por delante un tiempo en el cual deberán vivir de una pensión o de sus ahorros. El segundo pilar es la ayuda del Estado, que debe rescatar a las personas que no toman las decisiones adecuadas o que, por diversas circunstancias, caso el informalismo, deben ser asistidas. Esa decisión no la tomamos nosotros y esa pensión se deberá decidir en función de lo que el Estado pueda darle a cada individuo. Y el tercer pilar es haber podido contar con algún sistema de ayuda para ahorrar, o de solidaridad. Esa solidaridad, en los países en que mejor funciona este sistema, corresponde a las empresas. Pasa en Francia o Alemania con los planes de pensiones de empresa, sistemas de afiliación automática que permiten un retiro con mejores condiciones para los trabajadores. Las empresas asumen la responsabilidad de un mayor aporte, el doble que el empleado, apuntando a trabajadores con mejores condiciones de retiro al cierre de su vida activa, que además les redunde en menos cargas impositivas para financiar después el mantenimiento de ese sistema.
—No todos los sistemas de seguridad social cuentan con aportes patronales a ese nivel y tampoco su comunidad tiene los niveles de ahorro deseables. Además, las pensiones suelen ser bajas. En ese contexto, no parece haber otro camino que trabajar más años…
—Claramente; no debe ser una mala noticia trabajar más. Pero no solo por esas vulnerabilidades en el sistema, sino también por condiciones de vida y posibilidades de seguir siendo activos, como decía antes. Los 60 de ahora son como los 50 de antes, por tanto, deberíamos aprovechar esas condiciones favorables y trabajar un poco más lo que, por otra parte, salvo en algunos empleos físicos con gran exigencia, trabajar más nos mantiene en mejores condiciones físicas y mentales. Se dice muchas veces que la edad de retiro es un derecho adquirido de las personas que no debería tocarse, Es verdad, pero para que esa esperanza de vida haya aumentado hubo que gastar en salud, hubo que vacunar, tener mejores coberturas desde la niñez, y esa es una inversión que han hecho los Estados en nosotros.