Luis Custodio
Para Brian Winter, analista estadounidense especializado en América Latina y editor en jefe de la revista Americas Quarterly, los principales referentes de los partidos políticos tradicionales de su país descreen del libre comercio, por lo cual es escéptico acerca de las posibilidades de avanzar en gestiones en esa línea, “incluido con un país estratégico como Uruguay”, sostiene. Winter dedicóla edición de enero de su publicación a la “relativa prosperidad” de Uruguay, y en noviembre había visitado Montevideo para recopilar información; en este artículo de Destaca las bondades de nuestro país aunque advierte que “las demandas insatisfechas de la sociedad”, en cualquier país, “son una tentación para la aparición de quienes prometen soluciones fáciles”. Winter afirma que en América Latina “ya se ha vivido, en la mayoría de los países en los últimos años, una década perdida” y subraya que “tal vez estemos en el comienzo de una más”. A continuación, un resumen de la entrevista.
—Desde Estados Unidos parece haber un giro favorable hacia la región últimamente. ¿Va más allá del discurso?
—Yo creo que hay algún esfuerzo manifiesto de algunos políticos y hombres de gobierno de entender a Latinoamérica como un socio fundamental, a la luz de los eventos que hoy sacuden al mundo, como la guerra en ucrania y la marcada competencia con China.
Desde lo conceptual, parece entenderse esa necesitad. Pero nada más. En la práctica, hasta ahora no hemos visto los pasos concretos que serían necesarios para implementar esa visión. Uruguay es el ejemplo perfecto de lo que podría hacerse. Es un país que está tocando en la puerta de Washington desde hace años para tratar de hablar de libre comercio y de las posibilidades que existen para más integración, y hasta ahora no ha recibido una respuesta satisfactoria. Solo declaraciones amistosas, pero nada más. Y el problema no es Uruguay.
Es un momento histórico, aberrante en la historia de Estados Unidos, donde nuestros dos principales partidos en Washington, ninguno cree en el libre comercio. Con algunas pocas excepciones, estamos en un momento de nacionalismo, de puertas adentro, en gran parte producto de la victoria de Trump en el 2016. Pero Biden no tiene una filosofía muy distinta en esa cuestión del comercio, con su programa de Buy American. Detrás de esto hay una visión política, de que no puede perder votos en regiones del país que han sido las perdedoras en la apertura en los 30 o 40 años anteriores. Entonces, por una cuestión electoral, el presidente y los funcionarios de su gobierno, creen que no se puede abrir las puertas para un nuevo acuerdo de libre comercial, aunque sea un país tan estratégico y tan pequeño como es el caso de Uruguay, porque el costo político entre ese segmento del electorado sería grande. Para mí es una pena, pero no deja de ser una realidad.
—Con esa postura de los partidos en Estados Unidos, ¿podemos pensar en un mundo más proteccionista, teniendo en cuenta el liderazgo que tiene en buena parte de los mercados?
—Hay un libro nuevo muy interesante escrito por Shannon O'Neill (The Globalization Myth: Why Regions Matter) que plantea una realidad interesante, que suscribo. Ella dice que la globalización siempre fue exagerada, y que en el caso de las Américas, perdimos algunas oportunidades para un intercambio más grande de bienes y servicios e inversiones entre nosotros, que ahora tal vez sería la oportunidad de revertir esa situación, dadas las restricciones generadas a partir de la invasión rusa y antes por la pandemia. A mi juicio, eso sería más fácil si hubiera un acuerdo de libre comercio entre Mercosur y Estados Unidos, o entre Uruguay y Estados Unidos, pero por la realidad política actual de mi país, insisto, no parece ser factible en este momento. De todos modos, con voluntad de las partes, igual se pueden ir mejorando las condiciones de intercambio.
—¿Cómo observa el clima político en la región?
—Muy complicado ser presidente de un país latinoamericano en este momento. Vemos un ciclo constante de líderes que llegan con expectativas muy altas y demostraciones de confianza por parte de la sociedad, pero en la mayoría de los casos no consiguen cumplir con sus metas y ven como cae su nivel de aprobación.
Una gran polarización política, en una región con dificultades para generar un sostenido crecimiento económico, con problemas de productividad a los que cuesta enfrentar, y la decepción de magros resultados, después de haber tenido percepción de que se estaba en el buen camino durante el boom de los commodities en la década pasada.
—¿Cómo calificaría esta época de bajo crecimiento de las economías latinoamericanas?
—Yo me pregunto si hemos regresado a la realidad previa al auge de las materias primas. Estamos hablando de problemas que caracterizan a la región desde hace años, que pueden haber sido disimulados en los años del boom en el precio de los alimentos, pero que están allí, y que reflejan sociedades como mucha desigualdad.
Tener sociedades desiguales, en democracia, implica que puedan aparecer ofertas atractivas, muchas veces outsiders que prometen llegar y resolverlo todo. Lo vemos en varios de los países de la región. La inestabilidad política que vemos en este momento tal vez sea nada más que un regreso al pasado.
De todos modos, buscando aspectos que permitan pensar con optimismo, el mundo ofrece algunas oportunidades importantes en las que pueden encajar los países latinoamericanos
—¿Cuáles son esas oportunidades?
—Hay necesidades en otras partes del mundo que pueden ser satisfechas desde aquí. Europa está especialmente necesitada de energía y Asia necesita alimentos. La región tiene litio, sabemos que hay posibilidades muy amplias para energía eólica, solar, la producción de alimentos también los coloca en una muy buena posición. Hay dos cosas clave, a mi entender. Por un lado, favorecer el clima de inversión, cuando en varios de estos países la situación es muy incierta. Segundo, sabemos que las economías no solo crecen por sus materias primas, por lo tanto, hay que enfrentar el problema de la baja productividad, un asunto que cuesta encarar seriamente. Nadie quiere hablar de eso porque no es el tema más sexy para los políticos.
Pero es un asunto esencial, que permitiría más crecimiento y por esa vía disminuir la pobreza y tal vez la desigualdad. Incluso, redundaría en climas políticos que sean más sustentables, como forma de evitar el riesgo de las tentaciones populistas.
—La baja productividad, que es un signo de la región, parece ser un desafío aún más grande en época de aceleración digital…
—El riesgo de quedar fuera es grande también. Decir que se va a enfrentar el problema de la productividad es un slogan que nunca va a ganar una elección.
Muchas veces los políticos no captan ese desafío. En Uruguay, entiendo que el presidente Lacalle Pou ha hablado sobre temas, apuntando a mejorar el sistema educativo, invertir en infraestructura, de tal vez traer mano de obra capacitada de otros países de la región y del mundo para superar esa barrera que tantos países enfrentan. Sin embargo, varios países de la región siguen ensimismados en debates del siglo XX, en lugar de estar hablando del futuro.
—Habló antes de “un regreso al pasado”. ¿Debemos pensar en otra década perdida?
—Esa pregunta va directamente a mi lado más pesimista, no hay como evitarlo.
Me parece que en América Latina ya se ha vivido, en la mayoría de los países en los últimos años, una década perdida y tal vez estemos en el comienzo de una más. Si miramos los números desde 2012-2013, son brutales. Pongamos el caso de Brasil, por ejemplo, en término de dólares, el brasileño promedio es un 10% más pobre de lo que era en el 2013. Eso es brutal.
Y si miramos las previsiones para los próximos años, tal vez la economía crezca, pero a tasas que no le permiten despegar a los países latinoamericanos. Además, las ventanas demográficas que algunos países aún tenían comienzan a cerrarse y ese es otro gran problema pensando en la fuerza laboral. Uno se pregunta de dónde vendrá el crecimiento con esas perspectivas. Y en el caso de Uruguay, la situación es todo un problema.
—Usted acaba de visitar Brasil, lugar donde residió tiempo atrás. A partir del retorno de Lula, ¿está en condiciones de reasumir un liderazgo en la región?
—Estuve con funcionarios del nuevo gobierno hace poco tiempo y ellos dicen que Brasil “está de vuelta” en la escena. Y que quieren reasumir ese papel que de cierta manera jugaron especialmente durante los dos gobiernos anteriores de Lula. Sin embargo, yo entiendo que Brasil tiene influencia en América Latina, pero no simplemente por ser grande, sino cuando tiene éxito. Entiendo que hay un error de diagnóstico cuando se cree que Brasil es el líder natural de la región por su tamaño. Brasil tuvo un claro predominio en momentos de mucho crecimiento de su economía, de reducción de la pobreza, que lo colocaron en otra posición a nivel global. No fue solo por el carisma y la fuerza personal de Lula, fue por ese éxito de sus políticas económicas y además, un contexto externo que lo facilitó. Para volver a tener esa influencia en el resto de la región, Brasil tendrá que retomar el camino del crecimiento y justicia social que tuvo tiempo atrás, y además, nada menor, superar el desafío de la polarización que tiene en este momento.
O sea, mi temor es que si se vive un ciclo nuevo ciclo de bajo crecimiento y si no consigue escapar de ese momento difícil que han sido los últimos 11-12 años, no hay mucho espacio para pensar en ambiciones regionales. La impresión que recibió en Brasil es que Lula cuenta con cierto apoyo entre la sociedad, pero ya se percibe una leve decepción en algunos círculos. Los desafíos que tiene son enormes.
—Hace unas semanas, cuando publicaba un extenso artículo sobre Uruguay en Americas Quarterly (Uruguay: el éxito imperfecto de América Latina) enumeró una lista de bondades sobre este país, ¿cuáles son los asuntos pendientes?
—Es curioso, buena parte del feedback que recibí de los uruguayos fue respecto a “las partes negativas”… es difícil reconocer los logros cuando se vive el día a día. De todos modos, advierto en la publicación que claramente que Uruguay no es un paraíso y tiene varios desafíos que son reales. No es un secreto que el sector privado en Uruguay podría beneficiarse de un clima de negocios menos restrictivo o más apto para el crecimiento. El gobierno actual advierte eso, pero también reconozco que el equilibro actual en el que funciona el país tiene bastante apoyo entre la sociedad. Uruguay podría convertirse en una suerte de Singapur para América Latina, sí, puede recibir gran parte de la fuga de personas que se dan en este momento de lugares tan diversos como Buenos Aires, sino San Pablo, Santiago de Chile, Lima y otros. Pero no me quedó muy claro que haya un gran deseo de cambio entre la sociedad uruguaya, de querer, por ejemplo, que lleguen 100.000 o 200.000 personas más. Un cambio así tendría posibilidades de crear una economía un poco más dinámica, pero por otro lado tal vez cambiaría el estilo de vida y el equilibrio actual. Entonces, salí de Uruguay con la impresión de que podríamos ver cambios, pero más modestos, especialmente considerando que habrá elecciones el año que viene,
—Usted destaca en la entrevista una historia de “éxito imperfecto” de Uruguay. ¿Es posible afirmarlo con la gradualidad característica de este país?
—Hicimos una portada muy optimista acerca de lo que pensábamos para el futuro de Uruguay. Pero entiendo que hay dos factores que serán decisivos para esa historia de éxito uruguaya, que son la educación y el problema demográfico. Es un desafío del que creo todos tienen conciencia, con la baja tasa de estudiantes que terminan la secundaria. En un mundo donde lo digital avanza cada semana, uno se pregunta qué va a hacer esa gente si no tiene siquiera un high school degree, en 10 años más. Y eso está muy relacionado con el tema demográfico, donde Uruguay a la vanguardia, corre el riesgo de envejecerse mucho más temprano que otros países, si no hay políticas importantes de incentivo a la inmigración.
—El rescate de las características del país del respeto institucional, civilizado, pacífico, está bien. Pero no es suficiente…
—En los últimos seis años, los estadounidenses hemos aprendido algo que no siempre nos ha caracterizado, que es la humildad. Hemos visto claramente que vivimos en un mundo donde la democracia transita con cierto riesgo, tanto que casi la perdimos aquí en el 2020. Fueron expuestas las vulnerabilidades reales que tenemos, y de las que ningún país está libre. Varios estudios internacionales como el Ranking of the Economist Intelligence Unit, caracterizan a la democracia uruguaya como más resiliente que la de Estados Unidos. Debe ser, pero ningún país deja de enfrentar esos riesgos.
Y si no podemos atender las demandas crecientes de la sociedad, no solo para el crecimiento económico, sino para la justicia social, la igualdad de género, la igualdad racial, una economía más verde, la tentación de buscar alguien que promete respuestas rápidas, un outsider, es grande. Y ahí, por el camino, pueden quedar las instituciones y estructuras que hemos construido a duras penas. Felizmente, hasta ahora Uruguay no ha caído en esa tentación. Creo que la fortaleza adicional que tiene Uruguay es que no es trata de un patrimonio de un solo gobierno, ni de una sola ideología, ni de una generación. El uruguayo es un proyecto multigeneracional, multipartidario, que ha producido cosas bárbaras, pero hasta nuestros milagros son delicados y no hay que tomarlos como algo natural, sino estar trabajando sobre ellos cada día. El riesgo es alto.