Los niños y la seguridad alimentaria

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Foto: Getty Images

OPINIÓN

Menores de edad, problemas nutricionales y la contención familiar

Tener familia es tener un seguro. En Estados Unidos encontraron que, al eliminar la ayuda alimentaria a los niños, no empeoraba su nutrición: sus madres dejaban de comer para darle a ellos.

Costo anual per cápita: 840 dólares

El Programa Especial de Suplementos Nutricionales para Mujeres y Niños (WIC, por sus siglas en inglés) es una de las políticas sociales más usadas en Estados Unidos para distribuir ayuda alimentaria. La mitad de los niños menores de 5 años de edad son beneficiarios del programa. En 2021, se atendió a más de seis millones de personas, a un costo de cinco mil millones de dólares en total. En resumen, costó 840 dólares por persona al año.

Tarjeta social

El programa entrega, a madres de bajos ingresos, vales o tarjetas de débito para comprar unos alimentos determinados. Se trata de micronutrientes que se suelen consumir con poca frecuencia. Incluyen hierro, calcio y potasio. El vale de las familias le permite comprar cantidades específicas de leche, jugos que sean 100% de frutas, cereales para el desayuno, huevos, pan, legumbres y manteca. Las especificaciones son hasta el detalle: “los cereales para el desayuno deben tener bajo contenido de azúcar y estar fortificados con hierro”.

Se incluye también la obligación de recibir educación nutricional y la posibilidad de ser derivado a otros programas complementarios, como centros de primera infancia, policlínicas barriales, etc.

Investigaciones previas muestran que entregar vales de comida a las embarazadas impacta positivamente en el recién nacido. Sin embargo, se sabe poco sobre el efecto en los niños más grandes. Así nació el interés de un equipo de profesores de varias universidades (California, Princeton, Georgetown, …) por estudiar qué pasa cuando los niños crecen, cumplen 5 años, y, por lo tanto, dejan de recibir esa ayuda alimentaria. Acaban de publicar sus resultados en NBER con el título: Mothers as insurance: Family spillovers in WIC.

Cómo medir los efectos

Para estudiar los efectos del programa no es suficiente comparar los resultados alimenticios de los hogares beneficiarios del programa respecto a los hogares que no participan en el programa. Las familias participantes son más pobres, entonces los resultados nutricionales podrían dar peor simplemente por tener poco poder adquisitivo.

El equipo de investigadores de Estados Unidos aplica la siguiente estrategia. Averiguan la fecha de nacimiento exacta de cada niño que vive en hogares de bajos ingresos. Toman a las familias pobres que sean muy parecidas entre ellas, excepto en una cosa: unas familias tienen hijos de 4 años y pocos meses (por tanto, continúan siendo beneficiarias del programa) y otras tienen hijos de 5 años y pocos meses (esos niños recibían ayuda desde recién nacidos, pero, como acaban de cumplir 5 años, se les acabó). Así, los citados profesores armaron dos grupos de hogares muy parecidos y los comparan en resultados nutricionales.

Las madres dan un paso al frente

Encuentran que, a pesar de que desaparece la ayuda alimentaria al cumplir 5 años de edad, los niños no empeoran en su nutrición. Descubren que las madres amortiguan la caída en la comida disponible en casa mediante una baja en su propio consumo de alimentos. En particular, esas madres pasan a consumir menos calorías. Es decir, en esos hogares aumenta la inseguridad alimenticia de los adultos, no de los niños.

Inseguridad alimentaria en Uruguay

La última encuesta disponible en Uruguay con datos nutricionales es la Endis (Encuesta de Nutrición, Desarrollo Infantil y Nutrición) de 2018. Para medir la seguridad alimentaria se usa la escala Elcsa (Escala Latinoamericana y Caribeña de Seguridad Alimentaria). Es una escala válida, de bajo costo y rápida aplicación. Se compone de 15 preguntas. Casi todas se refieren a situaciones objetivas reportadas por los integrantes del hogar, tales como la reducción de la cantidad de alimentos servidos, la omisión de alguna de las comidas diarias, la presencia de hambre en alguno de los integrantes del hogar, y la suspensión de comidas debido a la falta de dinero. Por ejemplo, las preguntas 2 y 11 dicen así:

“En los últimos 3 meses, por falta de dinero u otros recursos, ¿alguna vez en su hogar se quedaron sin alimentos?”

“En los últimos 3 meses, por falta de dinero u otros recursos, ¿alguna vez algún menor de 18 años en su hogar dejó de desayunar, almorzar o cenar?

En Uruguay, casi la mitad de los hogares presenta problemas en el área alimenticia: el 27,4% de los hogares tiene problemas de inseguridad alimentaria leve, el 11,6% moderada, y el 4,9% sufre inseguridad severa.

Si tomamos sólo los hogares de menores ingresos, uno de cada ocho hogares sufre de inseguridad alimentaria severa.

Si comparamos regiones del territorio nacional, encontramos que la inseguridad alimentaria es mayor en el Interior del país.

Apoyar a la familia

No podemos permitirnos que, con el pequeño tamaño que tiene Uruguay, tengamos todavía niños que no puedan alimentarse apropiadamente. Un estudio liderado por Ana Balsa —investigadora de la UM en Economía de la Salud— y publicado por Risep (Red de investigación en ciencias sociales para enfrentar las secuelas de la pandemia) señala: “Los resultados encontrados sugieren la necesidad de medidas que garanticen estándares mínimos de seguridad alimentaria y de atención adecuada a la salud mental, así como de programas de parentalidad que sean aplicables a escala y que contribuyan al fortalecimiento de las prácticas de crianza y a un acompañamiento a las familias más cercano.”

Se necesita apoyar a la familia. Es un buen camino para lograr la seguridad alimenticia de las nuevas generaciones.

(*) Decano de la Facultad de Ciencias Empresariales, Universidad de Montevideo.

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