Es bien sabido que el país estaría en mejores condiciones de encarar sus desafíos y demandas ciudadanas si lograra incrementar de manera significativa su actual tasa de crecimiento, la que podríamos referenciar en 2,5% anual,que es la que se estima para los cálculos de la regla fiscal.
Dicho en términos sencillos, eso es así porque el nivel de actividad es como la base imponible de la mayor parte de la carga impositiva, sean impuestos indirectos al gasto, impuestos directos al ingreso y al capital, aportes a la Seguridad Social, etc. etc.
Si crecemos más, la recaudación crece también sin necesidad de incrementar las alícuotas, sin eliminar exoneraciones, etc.
Así de fácil.
En esta campaña electoral hemos observado cómo los principales contendientes hablan de este tema.
Pero lo que no es fácil ni trivial es qué medidas de política económica realmente ayudan a que eso suceda, sobre todo en un mundo que luce complicado para los años venideros y que no promete viento de cola (que puede hacerte crecer mientras dura), como sí sucedió en algunos lustros recientes.
Cómo hacer para crecer más rápido
La Ciencia Económica enseña —basada principalmente en los estudios de Robert Solow y Trevor Swan en la década de los años ´50— que el crecimiento depende de tres factores clave atendiendo a lo que llamamos la “función de producción”: a) la acumulación de capital físico; b) la cantidad de trabajo o capital humano disponible y c) la productividad total de factores, asociado principalmente al progreso técnico, que permite producir más con la misma cantidad de capital y trabajo.
Esta visión permite estimar a través de la llamada “contabilidad del crecimiento” el aporte de cada factor de producción.
Por razones de espacio en esta nota voy a concentrarme en las políticas que son útiles para favorecer la acumulación de capital físico, sin que ello signifique de modo alguno despreciar los otros factores. Pero está claro que, sin más inversión, al resto de los factores se les hace cuesta arriba aportar al crecimiento.
Cómo acelerar la acumulación de capital físico
Para acumular capital es necesario atraer inversión. Para una economía pequeña como la nuestra, la atracción de inversión en cantidades suficientes depende, primero que nada, de nuestra capacidad de vender al exterior. En efecto, en la medida que el país logre tener acceso a grandes o múltiples mercados, su capacidad de atraer inversión se amplifica. Por eso es tan importante para nosotros disponer de acuerdos comerciales que nos den acceso en condiciones favorables (léase bajos aranceles y escasas o nulas barreras no arancelarias) a todos los mercados (grandes o pequeños, todo suma) que potencialmente compren lo que producimos.
Por esa razón, para crecer más es imperioso que el país logre esas condiciones favorables con todos los países que pueda, en particular con aquellos de gran tamaño y que ya son naturalmente nuestros principales compradores (v.g. China, EEUU, Unión Europea). En ese sentido, no tiene nada de tonto insistir con firmar acuerdos de este tipo con ellos, por más compleja que sea la tarea y por más dificultades que se enfrenten en la coyuntura. Lamentablemente, en el pasado reciente nosotros mismos nos negamos la posibilidad de avanzar con EE.UU. y la hemos tenido difícil con la UE, con la que hace más de 20 años venimos negociando junto a nuestros socios del Mercosur. También más recientemente se nos ha complicado hacerlo con China, principalmente porque Argentina y Brasil hicieron lo posible para que no ocurriera.
No nos queda más remedio que perseverar en pos de estos acuerdos y con todos aquellos que nos permitan ir en la dirección correcta, así como insistir con Argentina y Brasil para que nos permitan avanzar, si es que ellos no quieren hacerlo, tal como ha sucedido hasta ahora. Si así no ocurriera, el lastre del Mercosur será cada vez más sofocante.
Pero con el acceso únicamente no alcanza. Para que los capitales se instalen para atender esos mercados se necesita mantener reglas de juego predecibles que le permitan a las empresas arriesgar en una inversión potencialmente rentable y que aseguren que sus derechos serán respetados (de propiedad y no expropiación, de repartir utilidades, de acceder a la divisa a valores de mercado, etc.). Sean capitales nacionales o extranjeros. Para potenciar a estos últimos hemos firmado con varios países acuerdos de Protección de Inversiones (como con Finlandia para las papeleras), que refuerzan las garantías jurídicas y políticas al respecto. Los recientemente galardonados con el Nobel de Economía Acemoglou, Robinson y Johnson, han hecho hincapié precisamente en la relevancia de disponer de buenas instituciones —entendidas más bien como reglas de juego— para ser exitosos con el crecimiento.
En este campo hay que ser muy claros. No se puede hablar de manera imprudente de nacionalizaciones —como se ha hecho recientemente con las AFAP— o de poner cortapisas al lucro por la vía administrativa en este sector de actividad u otros, porque si así lo hiciéramos, estaríamos dañando las reglas de juego y espantando la inversión que tanto necesita el país para crecer más, algo en lo que hemos sido bastante exitosos atrayendo inversores extranjeros en las últimas décadas. Sería como darnos un tiro en el pie. Alcanza con ver los daños que se han autoinfligido países hermanos yendo por ese camino, como Argentina, para no ir más lejos.
Por último, con el acceso a mercados externos y con reglas de juego amigables para la inversión tampoco alcanza. El último gran escollo que tenemos —particularmente en Uruguay— es lo caro que resulta producir. Hablemos de costo país, de problemas de competitividad o como le quieran llamar. Si no avanzamos también en este sentido las inversiones serán escasas por baja rentabilidad. En este campo tan vasto tenemos mucho para hacer en materia de costos energéticos (tenemos la energía eléctrica y los combustibles más caros de la región), donde parte del problema está en una mezcla de monopolios estatales con mala gobernanza y regulación impropia, más orientada a proteger esos monopolios y lo que está alrededor (como la distribución de combustibles o energía) que a los consumidores y productores. Asimismo, existe un conjunto de actividades no transables que por mala regulación o falta de ella termina encareciendo el costo país para cualquier actividad empresarial que se instale acá.
Para quienes están planteando revisar las exoneraciones a la inversión, deberían evaluar si el camino conveniente para incrementar el crecimiento no es precisamente el contrario.
También es notoria la necesidad de modernizar el mercado laboral, que no quiere decir precarizar el trabajo sino modernizar las relaciones laborales haciéndolas más flexibles de manera acordada (caso típico, la jornada laboral de 8 horas diarias), la atención a las diferencias entre sectores y empresas por tamaño, situación económica, ubicación geográfica etc. Ni que hablar de la tan mentada como ausente consideración de la productividad en la negociación salarial, etcétera.
Podemos agregar la existencia de una maraña de trámites burocráticos que deben enfrentar las empresas para poder operar que en nada ayuda a la competitividad, muchos de ellos sin sentido, y que muchos han prometido encarar, pero aún siguen ahí.
Por último, creo importante mencionar también la carga impositiva, incluyendo en la misma los aportes a la Seguridad Social. No hay duda de que Uruguay tiene una carga relativamente elevada, y si eso se traslada a las actividades empresariales termina por afectar su rentabilidad. Al respecto, me gustaría recordar que durante la reforma tributaria que se encaró en 2007, el entonces ministro Astori no solo simplificó el sistema tributario para las empresas, sino que, contrariamente a lo que hoy plantean algunos (tanto en aumento de IRAE, IP, impuesto al “gran capital”, como aportes patronales a la SS), se rebajó significativamente su carga tributaria, por ejemplo reduciendo el IRAE, bonificando el lucro reinvertido y modificando positivamente la Ley de Promoción de Inversiones, entre otros incentivos (a mi juicio, la reversión parcial de varias de esas medidas en 2017 explicó la caída de inversión, empleo y actividad en los años posteriores). Asimismo, las diversas concesiones que debió dar el Estado para que UPM2 se instalara en el país, puede ser vista como un síntoma de carga tributaria alta, sin la cual las inversiones no vienen.
Si no atacamos todos estos frentes de manera efectiva, crecer más será una mera declaración de buena voluntad. Y si no crecemos tenemos dos opciones: o no atendemos las demandas ciudadanas legítimas y deterioramos la convivencia democrática, o nos embarcamos en la aventura de hacerlo sin reparar en el costo que tendría en términos de deterioro macroeconómico (fiscal y monetario). Otro gran valor que se ha consolidado en las últimas décadas, que todos declaran valorar, cuya falta supimos sufrir en el pasado y que también contribuyó al deterioro de la convivencia.
Lo del título.