En varios ámbitos he percibido últimamente el reclamo sobre la escasez de intelectuales lúcidos, consistentes e influyentes en el debate de las grandes ideas filosóficas, económicas y políticas del Uruguay actual. Algunos han fallecido, otros están en retirada y pocos se perfilan para ocupar esos lugares.
¿Cuál es hoy el intelectual uruguayo referente de la izquierda? ¿Cuál para la derecha? ¿A quién, como solía ocurrir décadas atrás con Carlos Quijano o Ramón Díaz, no pueden dejar de leer unos y otros? ¿Quién es hoy el intelectual imprescindible para amplios sectores ciudadanos? Difíciles preguntas, ¿no?
Aplicadas estas mismas interrogantes a Chile, algunos sondeos revelan el liderazgo de Carlos Peña en ese rol para dicho país. El rector de la Universidad Diego Portales, quien estará esta semana en Uruguay en la Feria Internacional del Libro de San José el miércoles 11 de agosto en la noche y en una conferencia del Centro de Estudios para el Desarrollo (CED) el jueves 12 en la mañana, sobresale como unos de los intelectuales trasandinos más destacados de las últimas décadas. Con razón. Se ha vuelto de lectura imprescindible en amplios sectores de la sociedad chilena, ya sea para encontrar ideas novedosas y consistentes, para criticarlas, para afirmar las propias, o incluso para entender las contrarias.
Peña ha expresado prolíficamente las suyas en cerca de 15 libros, en sus columnas dominicales del diario El Mercurio desde hace 20 años y en esporádicos artículos para otros medios, que siempre han reflejado rápidas e inteligentes reacciones a temas de actualidad. “Es un ensayista que dialoga con la tradición del pensamiento y un lector sagaz de la contingencia” lo definió acertadamente el periodista Andrés Gómez Bravo en el diario La Tercera.
Cumple así a cabalidad con la definición de intelectual.
Primero, “es una persona que se dedica al estudio, la reflexión crítica y el análisis de la realidad, con el objetivo de influir en ella a través de la comunicación de sus ideas”.
Segundo, las fundamenta en su gran formación teórica que inició en el estudio del derecho y el ejercicio de la abogacía, pero que potenció con un postgrado en Sociología y un doctorado en Filosofía.
Por último, tiene una altísima dedicación a la docencia universitaria y evidencia profusa lectura de una biblioteca personal que estima en casi 20 mil libros.
Gracias a todo eso y al buen juicio derivado del conocimiento histórico, Peña ha tenido varios análisis acertados en la tarea intelectual autoimpuesta de “observar hechos e intentar conducirlos mediante la razón”.
El más importante ha sido la caracterización del desarrollo de la sociedad chilena de las últimas 4 décadas. Chile tuvo en ese período un acelerado proceso de modernización capitalista expresado en un alto crecimiento económico que mejoró sustantivamente las condiciones materiales de las personas. Esto provocó una gran expansión del consumo tanto de bienes y servicios tangibles como simbólicos, que transformó radicalmente la cultura y la sociedad en general. Pero también catapultó las expectativas ciudadanas, que luego se frustraron con la brusca desaceleración económica ocurrida desde 2014 y ciertas fallas del Estado para seguir mejorando sus prestaciones y reduciendo las desigualdades.
Parte de eso influyó en el malestar que estalló en 2019, vía movimientos y revueltas sociales, sobre lo cual Peña se posicionó bien en su rol de intelectual y pronosticó mejor su evolución.
Por un lado, en el llamado “octubrismo” se concentró en observar con independencia los hechos, recurrir a las lecciones históricas de eventos similares y enfatizar las funciones de la democracia y sus instituciones para resolver la crisis. Criticó valientemente a los académicos e intelectuales que desconocieron la evidencia de los progresos sociales, alimentaron la sinrazón y las refundaciones utópicas, no condenaron la violencia y degradaron el rol de los garantes de la seguridad.
Por otro lado, apelando a la Historia, pronosticó precozmente la previsible evolución de la crisis: amplios sectores de la sociedad terminarían reclamando orden y seguridad —la razón básica del surgimiento de los estados modernos— e inclinándose a la larga hacia políticos y partidos de (centro) derecha.
Finalmente, Peña también ha tenido enfoques innovadores para abordar temas como las propuestas de nueva Constitución para Chile, la meritocracia, la justicia social, la importancia de la filosofía y “el espíritu de las nuevas generaciones”. Justamente a este último tema dedicó su libro más reciente, “Hijos sin padre”, que presentará en San José.
Aunque pudiera parecer un enfoque psicoanalítico, no se trata de una interpretación freudiana, ni alude al rol del padre biológico. Refiere a generaciones en Chile (y en otros países) nacidas a fines de los ’80 e inicios de los ’90 cuando la función de socializarlas en virtudes, normas y reglas estaba decaída. En eso habría influido el cambio cultural por la mejora en las condiciones materiales de vida, la mayor individuación asociada y hasta reacciones al concepto de autoridad por los pasados autoritarios. Como resultado, cierta anomia ha caracterizado a esas generaciones.
En fin, más que un liberal progresista o socialdemócrata como a veces se lo ha etiquetado, Peña ha sido ante todo un intelectual independiente, que es leído y escuchado transversalmente. Estas primeras conferencias que dará en Uruguay constituyen grandes oportunidades para —en la coincidencia o discrepancia— estimular el pensamiento y el aprendizaje en base a su sabiduría. No se lo pierdan.