OPINIÓN
Una decisión oficial que, aunque confusa, permite más de un análisis
Días pasados, el gobierno nacional informó que los peajes en rutas nacionales pasarían a costar de $125 a $160 para pago en efectivo y de $104 a $108 para el caso de abonar vía telepeaje. A las pocas horas, el Poder Ejecutivo decidió ajustar a la baja la tarifa definitiva, quedando en $140 para el caso de pago en efectivo.
Diseño de incentivos
Uno de los argumentos esgrimidos para ampliar la brecha de tarifas entre el pago manual o vía telepeaje, fue fortalecer los incentivos para que los particulares migren hacia el sistema automático, bajo el entendido que éste es más eficiente y genera menos costos al sistema.
Las opiniones sobre las bondades de un sistema automático son compartibles. En efecto, quienes optan por esta modalidad, además de terminar pagando menos, se ahorran esas desagradables filas de autos que se forman en temporada. Adicionalmente, es lógico suponer que un sistema de estas características genere ahorros económicos para los concesionarios de las rutas, quienes (en el plano de la teoría) tendrán más recursos para mantener en mejores condiciones la infraestructura vial.
Esta migración puntual podría remontarnos al análisis sobre la robotización y/o automatización de determinadas tareas que aún hoy en Uruguay realizan personas. Aquí el foco puede estar en la búsqueda de eficiencias ya descritas, o el foco puede estar en las personas que realizan estas tareas. O, ¿por qué no en ambos factores? Tiendo a pensar que el valor que puede aportar una persona debe ser superior al que aporten las máquinas. En el caso de los peajes puede estar ocurriendo lo contrario. Si existen tareas que son fácilmente realizables por máquinas o sistemas automatizados y su resultado es eficiente, deben ser implementados y su uso incentivado. No es un esquema de desplazamiento o sustitución, es revalorizar y re-jerarquizar lo que podemos hacer los humanos.
Las sociedades avanzan y se desarrollan cuando, entre otras cosas, logran generar círculos virtuosos entre calificación de su población y sectores económicos dedicados a actividades que demanden tal preparación. En Uruguay, tenemos problemas de empleo, es cierto. Pero también tenemos sectores con desempleo que tiende a cero (TI, software) y que su limitante de mayor desarrollo es la carencia de trabajadores calificados. Además, todos los trabajadores activos y empleadores, aportamos con nuestras remuneraciones al fondo de reconversión laboral, instrumento que debiera ser fundamental para que cada persona consiga prepararse, reconvertirse y realizarse desde su actividad.
Se opta por profundizar una forma de incentivo que no es nueva, pero que ha resultado ser eficaz. Establecer brechas entre el pago electrónico y el pago en efectivo ya lo hemos visto en otros rubros, como el transporte público, con un boleto diferencial para quien paga con tarjeta STM, o la devolución de puntos de IVA para el pago con tarjetas de débito o crédito. Incluso hay que pensar en estos incentivos para otro tipo de actividades donde se busque modificar comportamientos, como por ejemplo la clasificación doméstica de residuos.
Quizás lo que sí se pueda, es dudar de la oportunidad del incremento de los peajes y el monto inicialmente propuesto. Estamos cerrando un año que seguramente no ha sido fácil para la mayoría, las actividades vinculadas al turismo son de las más afectadas, deberíamos tener las energías concentradas en intentar mitigar de la mejor forma estos impactos, con mayores estímulos al movimiento interno, y no a la inversa.
Sesgo de anclaje
En economía del comportamiento, el efecto anclaje es un sesgo cognitivo que implica utilizar la primera información, el primer dato que nos dan, como punto de partida para el resto de nuestra toma de decisiones. Esa primera información nos ancla a una cifra, en general refiere a un precio o una característica de un producto hasta convertirlo en la base del resto de juicios que hagamos.
Es frecuente observar como el mundo del marketing corporativo, ha estudiado, comprendido y explotado a la perfección estos sesgos del cerebro humano (como el “efecto anclaje”). Así, por ejemplo, nos hace creer que frente a un artículo que tiene un precio de lista de 1.000 pesos, si nos ofrecen un 25% de descuento, habremos ahorrado 250 pesos, cuando en la práctica lo que ha ocurrido es que hemos gastado 750 pesos, en algún cacharro que quizás ni precisemos.
En ciertas decisiones de gobierno, en general cuando se presumen antipáticas, conocer el funcionamiento del cerebro humano y sus sesgos esperados, puede ser de utilidad. Cuando se anuncia un incremento del 28% en una tarifa, y a los pocos días se corrige anunciando que en realidad el incremento será del 12%, es una buena noticia, o ¿no?
(*) Director de UCU Business.