El juicio del título no me pertenece, pero lo comparto desde que se lo escuché a Ricardo Pascale en una conferencia de la que participamos junto a otros tres colegas, convocados por ACDE hace casi un año. Se trata de un juicio tan contundente como cierto y choca con la auto complacencia que nos caracteriza, asentada en algunos rasgos que nos distinguen en nuestro continente, porque tienen buena cotización en una región cuyos liderazgos dejan mucho que desear. O sea, un poco de aquello de que “en tierra de ciegos, el tuerto es rey”.
El 26 de enero íbamos a compartir otra conferencia con Ricardo, esta vez junto a mi profesor Kenneth Coates, pero Ricardo falleció en la noche anterior. Pascale fue “un hombre del Renacimiento”, como le escuché decirle a Enrique Iglesias, otro uruguayo notable.
Pascale volvió a estudiar en la edad en la que las personas normales se jubilan. Se volvió a graduar, esta vez en Economía del Conocimiento, y sumó una faceta más a su vida rica y productiva. Allí plantó la semilla que con el tiempo haría florecer sus últimos dos libros: “Del freno al impulso” y “El Uruguay que nos debemos”. El que nos debemos, precisamente, para poder tener una mejor relación con nuestro futuro.
Para esa conferencia yo había preparado una exposición con dos partes, una primera en la que describiría el diagnóstico (no satisfactorio) de la trayectoria de nuestro país, y una segunda parte sobre el “Uruguay posible” al que podemos aspirar para ir a más, para lo cual deberemos hacer las cosas de un modo muy distinto al que las hemos hecho hasta ahora. En ese contexto, iba a referir una decena de propuestas o “estrategias para crecer”, como expresaba el título del evento al que habíamos sido convocados.
En esta columna y las siguientes, compartiré con mis lectores habituales lo que había preparado para aquella instancia.
El título del evento nos invitaba a salirnos de la coyuntura y a hablar de lo importante, lo que hace la diferencia para una sociedad y un país en el largo plazo. Máxime cuando estamos en un año electoral y los partidos y sus equipos deberían ocuparse de esto para definir sus propuestas. Por lo que se trataba de una oportunidad para contribuir a la agenda de un Uruguay mejor y posible.
Comencemos por el diagnóstico de la situación de nuestro país.
Uruguay tiene un crecimiento económico bajo e insuficiente desde hace décadas, lo que se agravó en los últimos 10 años, cuando cesó “el viento de cola” y crecimos al 1,2% anual, alrededor de la mitad de lo habitual. El atenuante obvio fue la pandemia, pero tomando como base al trimestre anterior a cuando ella comenzara, hemos crecido más o menos lo mismo que nuestros mediocres vecinos. Sólo crecemos a tasas altas ante shocks externos positivos. Nuestra baja productividad nos impide tener un crecimiento propio destacado.
Tenemos baja natalidad y alta emigración. Las últimas cifras muestran que muere más gente de la que nace y que emigran más de los que inmigran. Y es probable que los emigrantes tengan más capital humano que los que llegan. La emigración es consecuencia de malas políticas, que llevan a exportar a quienes tienen conocimiento en lugar de exportar conocimiento.
La distribución de la pobreza, con datos de 2022, muestra que alcanza a un quinto (19,7%) en los menores de seis años y a un cincuentavo (2,0%) en los mayores de 65 años. La pobreza está algo por debajo del 10% de la población según el criterio habitual basado en el ingreso, pero se la ha estimado cinco puntos por encima de ese indicador al considerarse las similitudes socio económicas entre quienes están por encima y por debajo de la línea de pobreza. Situación que se agrava al considerar la exclusión, dado que hay excluidos que no son pobres.
En materia de educación, más de la mitad de los jóvenes no terminan el liceo y los resultados de las pruebas PISA muestran una desigualdad mayor a la que muestra la actual distribución del ingreso, por lo que, si aquellas dan un buen anticipo de ésta, el futuro nos encontrará crecientemente desiguales.
En materia de inserción internacional, nuestra economía, relativamente cerrada, muestra cierta diversidad de exportaciones en el marco de la sustitución de importaciones propia del Mercosur, donde sigue habiendo alta protección efectiva. Mientras tanto, el Uruguay metropolitano sigue mirando con recelo al agro, que cada vez agrega más valor y tecnología y es el sector que mejor nos conecta con el mundo, sin proteccionismo y con atraso cambiario.
Más recientemente se ha desarrollado la exportación de servicios de tecnologías de la información, donde el capital humano local está utilizado al límite, teniendo que “importarse” para satisfacer la demanda.
Finalmente, por hoy, debe destacarse la considerable participación del Estado, que va más allá de las mediciones tradicionales de impuestos o gastos versus el PIB, ya que existen gastos realizados por agencias que están por fuera del presupuesto y regulaciones que implican impuestos y subsidios simultáneos. La cantidad de funcionarios es alta y estable. Las oficinas y agencias tienden a crecer y no a reducirse. Lo mismo ocurre con la cantidad de cargos que son objeto de reparto político. Nuestro Estado es considerable, sí, pero no obsceno “a la Argentina”.
La falta de dicha “obscenidad” en nuestro Estado (no hay una corrupción ostensible ni empresarios o sindicalistas prebendarios por doquier ni planes sociales truchos) sumada a que tenemos pocas empresas estatales y que no pierden dinero (si bien en algunos casos se esconden subsidios cruzados e ineficiencias) hacen que los uruguayos se vean satisfechos de “su” Estado paternalista y que lo legitimen.
La seguimos en dos lunes.