Aldo Lema
Podría haberle pedido a Chatgpt u otra herramienta de inteligencia artificial que redactara esta columna sobre la previsible e intensificada crisis argentina. Bastaba que considerara mis artículos de las últimas décadas y sintetizara el recurrente “círculo vicioso”, político y económico, que suele caracterizar a ese país. Hay un déjà vu de episodios como 2013-15 (antes de la elección de Macri), 2001-02 (colapso de la Convertibilidad), 1982-91 (devaluaciones, crisis de deuda e hiperinflaciones), 1975 (“Rodrigazo”) y varios otros, más atrás.
De estar entre los países con mayor ingreso per cápita a principios de siglo XX, Argentina se fue rezagando y empobreciendo versus el resto del mundo. Eso esencialmente ocurrió por la mala calidad de su “política” y de sus políticas, en su mayoría anti desarrollo.
Hay varias para mencionar en ese regresivo menú, pero dos dominantes otra vez en la coyuntura actual son la irresponsabilidad fiscal y su baja capacidad de competencia e inserción en el mundo.
A Argentina no le faltan dólares: le sobran pesos. Argentina no está barata en dólares por ser más competitiva, sino al revés: está barata en dólares por ser poco competitiva.
Primero, le sobran pesos porque nuevamente, en ausencia de crédito externo, salvo de multilaterales, y escaso financiamiento interno, recurre a la impresión monetaria para cubrir el déficit. Esa descontrolada e inorgánica emisión de pesos —indeseados por el público— se canaliza a compra de dólares y alzas de precios. Así, el desequilibrio fiscal termina financiado con pérdida de reservas internacionales e impuesto inflacionario, lo cual se intenta reprimir con controles de cambio (“cepo”) y de precios.
Segundo, Argentina es poco competitiva justamente por sus inestabilidades macro, pero también por su proteccionismo y baja inserción externa. Todo eso reduce el capital físico y humano, junto con dañar la productividad. Por eso se ha venido empobreciendo y rezagando frente a países con buena calidad de “política” y políticas. Y por eso se autocondena (¿estructuralmente?) a salarios en dólares más bajos. No está barata (¿estructuralmente?) por la devaluación del peso derivada de la impresión monetaria para cubrir el déficit fiscal, sino por su empobrecimiento relativo. Incluso si no tuviera moneda e hiciera malas políticas, sería también pobre y barata en dólares.
Dentro de este crítico panorama, un desenlace parece aproximarse, en un horizonte de menos de un año.
Tiene apenas US$ 3 mil millones en reservas netas y la inflación se aceleró a cerca de 10% mensual y más de 100% interanual. Eso acentúa la caída en la demanda real por pesos y presiona las cotizaciones paralelas del dólar, varias de las cuales duplican el oficial ($ 220), con “el blue” por ejemplo en $465. Sin atacarse el alto déficit fiscal que es la causa de fondo de las expectativas de devaluación y la salida de capitales, la corrida cambiaria podría continuar e incluso transformarse en corrida contra los depósitos. Por lo tanto, el espiral devaluatorio e inflacionario se acentuaría y con ello la aguda contracción del PIB este año, de por sí ya influida por la grave sequía, sin que pueda atribuirse a un entorno externo muy desfavorable.
La probabilidad de que esa dinámica sea interrumpida bajo la actual administración con un buen plan de estabilización es casi nula. El gobierno no tiene convicciones, ni incentivos para hacerlo, con Alberto Fernández inoperante, Sergio Massa precandidato y Cristina Fernández populista. Por todo eso, Argentina puede estar peor, antes de que eventualmente esté mejor, si es que un eventual cambio político condujera a mejores políticas. Lo que tampoco está asegurado debido a los potenciales problemas de gobernabilidad y los riesgos de un entorno externo más adverso.
Con todo, que Argentina esté peor durante los próximos seis meses será más costoso para sus ciudadanos y la región, pero al mismo tiempo haría más probable el giro hacia un (¿buen?) plan de estabilización.
Suele decirse que es más fácil parar y revertir una inflación de tres dígitos o una hiperinflación, que una inflación moderada. Lo que está ocurriendo fortalecerá probablemente el consenso hacia la necesidad de políticas pro crecimiento, con cierta apertura externa, ajuste fiscal vía licuación inflacionaria del gasto público, recorte de los enormes subsidios en las tarifas públicas, unificación del mercado cambiario tras el sinceramiento del tipo de cambio oficial, reforma monetaria y asistencia financiera externa.
Para coordinar expectativas, un plan de esa naturaleza será necesario acompañarlo con un régimen cambiario más bien rígido, sobre todo al principio. Si bien Javier Milei ha logrado llevar el debate hacia la dolarización total, no parece aconsejable, ni lo más probable. Quizás se retorne a un sistema de tipo de cambio fijo o de convertibilidad, que preserve para el largo plazo cierta autonomía monetaria y la posibilidad de flotación cambiaria.
Para todo eso se requerirá “buena política”, “buenas políticas” y “buena suerte”. Tratándose de Argentina y el contexto mundial que parece avecinarse, tal conjunción simultánea se ve poco probable, pero alguna de ellas podría ocurrir, después que pase lo peor.