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Persisten los desafíos en algunos indicadores sociales

Datos del primer semestre arrojan un nivel de pobreza por encima de lo esperado y deseado.

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Getty Images

La meta más deseada de toda sociedad es vivir en un mundo libre de pobreza. La pobreza no sólo es indeseable desde el punto de vista de la justicia social, sino que también hace más difícil alcanzar niveles de crecimiento y desarrollo sostenido. Los individuos con mala nutrición y salud aprenden y producen menos, mientras que los hogares pobres suelen tener más hijos en los cuales los padres no invierten en educación. Las personas pobres también se ven inhibidas de poder potenciarse al carecer de acceso al crédito. Todo esto afecta la productividad en el largo plazo. Por estos motivos, de la amplia gama de indicadores económicos, el de la pobreza es el que provoca mayor satisfacción cuando muestra un desempeño favorable a la vez que causa la mayor desazón cuando el desempeño es negativo.

El pasado 28 de setiembre el INE publicó la tasa de pobreza medida a través del método del ingreso correspondiente al primer semestre de 2023. En dicho período, el total de personas bajo la línea de pobreza se ubicó en 10,4% mientras que la pobreza en hogares fue 7,2% (más bajo por la consabida razón de que los hogares pobres en promedio tienen mayor número de integrantes). La pobreza en personas es levemente inferior al registro de 10,7% verificado en el mismo período del año anterior, pero supera en 1,3 puntos porcentuales al 9,1% verificado en el segundo semestre de 2022. Si se miden los datos en promedios anuales, el gráfico 1 muestra dos aspectos poco alentadores: i) la pobreza continúa posicionada por encima de los niveles pre-COVID; ii) si bien tras el salto de 2020 hubo una reducción de un punto porcentual por año en 2021 y 2022, lo más probable es que en el mejor de los casos permanezca estancada al cierre de 2023.

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Además de ser negativa, el alza semestral en la pobreza no era esperada (al menos para quien esto escribe). Es cierto que el primer semestre de 2023 fue malo en materia de actividad económica, con un PIB que se estancó en comparación al del segundo semestre de 2022 en términos desestacionalizados. Pero este no es un indicador que debiera causar impacto inmediato en la pobreza. A modo de ejemplo, en el segundo semestre de 2022 el PIB había tenido un desempeño aún peor frente al primero de dicho año y sin embargo la pobreza bajó de 10,7% a 9,1%.

En cambio, otros indicadores socioeconómicos como el empleo y el ingreso deberían ser más fidedignos para trazar pronósticos sobre la pobreza. El gráfico 2 ilustra claramente la correlación negativa que existe entre la pobreza y el promedio del índice de salario real y la tasa de empleo. Entre 2010 y 2017 —período en el cual se produjo una mejora significativa en los indicadores sociales—, la disminución de la pobreza está acompañada por un incremento en el índice. En 2018 y 2019 por primera vez dejó de caer la pobreza, a la vez que hubo un estancamiento del salario real y un deterioro en el empleo. En 2020 el índice se vio fuertemente sacudido por efecto del coronavirus, coincidentemente con un aumento de la tasa de pobreza en tres puntos porcentuales. En 2021 y 2022 los indicadores laborales comenzaron lentamente a recuperarse mientras que la pobreza mostró una tendencia a la baja.

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Pero la correlación se rompió en el último registro del primer semestre de 2023. El indicador alcanza su máximo nivel con una tasa de empleo que ascendió al 57,6% —el mejor registro semestral desde el año 2017— mientras que los salarios reales crecieron un 3,2%; incluso el ingreso medio de los hogares aumentó 1,5% en términos reales frente al segundo semestre de 2022. Sin embargo, la pobreza escaló 1,3 puntos como ya fue mencionado.

¿Por qué se dio este comportamiento? Una posible explicación podría ser que esté fallando el alcance de la política social desplegada por el Estado para asistir a las familias pobres, aunque no disponemos de información para poder respaldar un juicio al respecto. Otra explicación plausible sería atribuirlo a una discrepancia estadística. Una medición que corrobora esta hipótesis es la comparación de la tasa de crecimiento interanual de los salarios nominales y la tasa de crecimiento interanual de la línea de pobreza (valor monetario actualmente estimado en unos $ 19.500, por debajo del cual el ingreso de una persona no alcanza a cubrir la canasta básica alimentaria y no alimentaria con lo cual se la considera pobre). El gráfico 3 muestra que el diferencial de tasas no sólo es positivo (es decir, el salario promedio nominal crece por encima de la línea de pobreza) sino que se encuentra en el mayor nivel de los últimos seis años. Lo cual reafirma la idea de que conforme sigan mejorando el empleo y el salario real, la pobreza debería bajar.

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En cualquier caso, los indicadores sociales de Uruguay siguen siendo motivo de envidia en América Latina. Tómese por ejemplo el caso de Argentina, donde un día antes de la publicación de la pobreza en Uruguay, había publicado su propio registro con un alarmante nivel de 40,1% producto de la escalada inflacionaria que destroza los salarios reales. Sin ir tan lejos, los restantes países sudamericanos —a excepción de Chile— muestran niveles por encima del 25% que también son preocupantes. Pero donde más sobresale Uruguay es cuando se combina el nivel de pobreza con la distribución del ingreso (aspecto en el cual Chile está mal posicionado). El gráfico 4 exhibe una nube de puntos donde se combina la tasa de pobreza con el índice de Gini, cuyo recorrido va de 0 a 100, siendo su valor creciente con la desigualdad. Claramente, Uruguay es el que se encuentra mejor posicionado al tener no sólo un bajo nivel de pobreza, sino también por ser el país más igualitario.

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La baja pobreza y la poca concentración en la distribución del ingreso son cuestiones importantes que hacen a la estabilidad social de los países, y junto con la estabilidad institucional constituye uno de los pilares que Uruguay tradicionalmente ha ostentado para la generación de un clima de negocios en el cual los inversores pueden sentirse más seguros. En la medida que se consoliden otros pilares macroeconómicos (fundamentalmente en el plano fiscal) y microeconómicos (fundamentalmente en la mejora de la productividad) las inversiones continuarán arribando, trayendo más empleo y mejor salario. De seguir por este camino, más temprano que tarde la pobreza retomará la senda descendente.

(*) Economista Marcelo Sibille, gerente senior del área de asesoramiento económico y financiero de KPMG en Uruguay.

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