Perspectivas para América Latina: vulnerabilidades, riesgos y ausencia de reformas

La “década perdida” para América Latina podría continuar extendiéndose. Y ello, tampoco excluye a Uruguay que se ha diferenciado, pero enfrenta muchos de los mismos desafíos y riesgos hacia el próximo quinquenio.

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America Latina
Getty Images

Hace algunos meses escribí sobre la posibilidad de un ciclo global que podría tornarse más adverso para las economías emergentes. Quizás con similitudes a la segunda mitad de los años `90 o al quinquenio 2015-19. Y en el contexto de emergentes, vale la pena poner la lupa en los latinoamericanos. Analicemos el punto de partida, la coyuntura actual y el balance de riesgos hacia adelante.

En primer lugar, hay fundamentos para pensar en un ciclo externo más ruidoso que virtuoso. Máxime en un contexto de triunfo de Trump en Estados Unidos, tal como anticipan los mercados de apuestas y las encuestas de opinión pública.

Alineado al “Make America Great Again”, la vuelta de Trump a la Casa Blanca puede alargar cierto mayor optimismo doméstico con rebajas impositivas, la valorización de precios de los activos de renta variable y un entorno económico menos regulado. Aunque su contracara es el “America First”, con señales proteccionistas y la agudización de tensiones comerciales con China.

Ya sucedió en 2017-19 y podría repetirse. Ello afectaría el comercio mundial y a China en particular, en un escenario donde el gigante asiático tiene poca batería para impulsar políticas de demanda. De hecho, bastante menor capacidad que la que tuvo en 2015-16. Ello es consistente con un dólar que podría fortalecerse, tasas largas que podrían mantenerse elevadas, precios de las materias primas deprimidos, flujos de capitales más selectivos y mayor volatilidad de precios de los activos emergentes.

En segundo lugar, a nivel doméstico tras el fuerte rebote post-pandemia, la actividad se está moderando. Así lo señala el último informe de perspectivas regionales del FMI publicado la pasada semana.

Las brechas de producto se están cerrando, aunque heterogéneamente. Países como Chile, Colombia y México de positivo a neutro luego de políticas de demanda insostenibles y cierto sobrecalentamiento. Otros como Perú, Paraguay y Uruguay de negativo a neutro tras dejar atrás shocks climáticos adversos. El caso distintivo es Brasil, con un crecimiento que ha sorprendido al alza sistemáticamente, recogiendo en parte el resultado de un mayor impulso fiscal, y en parte el efecto de algunas reformas estructurales.

En ese contexto, comienzan a observarse señales de debilidad en la inversión fija y los volúmenes exportados que son compensadas parcialmente por un consumo privado aún resiliente. Esto último se ha sustentado en mercados laborales sólidos con alto dinamismo en la creación de empleos, tasas de desempleo en niveles históricamente bajas y salarios reales creciendo por encima de la productividad. Quizá sin mayores (buenos) fundamentos futuros que sostengan esa situación.

En tercer lugar, existen vulnerabilidades macroeconómicas acumuladas durante la década perdida.

Por un lado, al bajo crecimiento doméstico se le suma la persistencia de déficits primarios (por menores ingresos cíclicos y rigidez/ineficiencia del gasto público) y depreciaciones de las monedas. Como resultado, la deuda en términos del PIB se ubica muy por encima del nivel pre-pandemia y con riesgo de trayectorias insostenibles en un escenario de diferenciales de tasas de interés-crecimiento desfavorable. En ese sentido, se requiere construir espacio fiscal con planes de consolidación ambiciosos que están siendo difíciles de implementar.

Por otro lado, la inflación ha retrocedido, pero permanece en muchos países por encima de la meta con expectativas ancladas incompletamente. En este contexto, existen riesgos ligados a la normalización parcial de precios relativos; que podría derivar en mayor persistencia de inflación de servicios, en vez de más deflación en dólares de bienes transables.

No obstante, vale mencionar que las políticas macro de hoy son sustancialmente mejores que las de 2013-14 apuntaladas por una mejor institucionalidad económica. En lo fiscal, reglas más consolidadas con enfoques estructurales y de deuda prudente, cláusulas de escape y mecanismos de convergencia. En la gestión de la deuda, menor exposición de moneda extranjera y mayor madurez promedio. En lo monetario-cambiario, mayor flexibilidad e independencia de los bancos centrales. De hecho, buena parte de la recuperación post pandemia y el posterior combate exitoso a la inflación estuvo ligada a estos desarrollos. Es un activo a cuidar y seguir fortaleciendo.

Finalmente, pese a la resiliencia ante la pandemia y las mejores políticas macro, el crecimiento esperado de mediano plazo continúa siendo bajo.

Se espera una productividad estancada y baja acumulación de capital, dificultando que la región cierre la brecha de ingresos respecto al resto del mundo desarrollado. No se avizoran en el corto plazo reformas estructurales relevantes que aumenten el crecimiento potencial tales como una mayor apertura, la liberalización de muchos mercados domésticos o cambios en la regulación laboral. Por falta de voluntad y de continuidad de políticas. Basta ver los movimientos pendulares hacia los extremos ideológicos y las derrotas de los oficialismos en prácticamente todas las elecciones democráticas.

En síntesis, a la luz de los desarrollos externos y locales, la “década perdida” para América Latina podría continuar extendiéndose. Y ello, tampoco excluye a Uruguay que se ha diferenciado, pero enfrenta muchos de los mismos desafíos y riesgos hacia el próximo quinquenio. De nuevo, principio de prudencia.

- Ignacio Umpiérrez es economista e investigador en el Centro de Estudios para el Desarrollo (CED).

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