Plomo en la sangre; efectos de largo plazo

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Foto: Pixabay

OPINIÓN

Es clave denunciar a las empresas que incumplen regulaciones medioambientales. La contaminación con plomo deteriora el rendimiento académico y aumenta el delito.

Estar expuesto al plomo durante la primera infancia está asociado a comportamiento agresivo, problemas cognitivos, pobre capacidad de autocontrol, y dificultades de atención. Dos economistas, Anna Aizer (Brown University) y Janet Currie (Princeton University), publicaron recientemente el estudio titulado “Lead and juvenile delinquency: New evidence from linked birth, school and juvenile detention records” en la revista científica “Review of Economics and Statistics”. Emplean una base de datos con información de 120.000 niños nacidos entre 1990 y 2004 en Rhode Island. Esa base de datos incluye el nivel de plomo en la sangre de cada uno de esos niños, el historial de delitos que cometen en esos 14 años y resultados académicos.

Experimentos de economistas

¿Cómo saber si el plomo realmente causa deterioros en los niños? Una posibilidad sería suministrarle plomo a la mitad de los niños. Tiramos una moneda y si sale “cara” este niño recibe plomo y si sale “cruz” este niño no recibe plomo. Y luego dejamos pasar 14 años y los comparamos. Además de ser poco ético, tendríamos que esperar 14 años para responder la pregunta. La estrategia de Aizer y Currie es aprovechar un experimento que se dio naturalmente en los barrios de Rhode Island: algunos niños viven sobre avenidas con mucho tránsito y otros niños viven a varias cuadras de esas avenidas. Los investigadores de Brown y Princeton comparan ambos tipos de niños y encuentran que los que estuvieron viviendo sobre las avenidas de alto tránsito —y por lo tanto expuestos a concentraciones de plomo mucho mayor que otros vecinos más distantes— presentaban peor comportamiento en el centro educativo y, sobre todo para los varones, mayor involucramiento en delincuencia juvenil.

Encontrar el plomo

Señalan los citados investigadores que “una vez que el plomo es ingerido o inhalado, entra en la corriente sanguínea. No permanece en la sangre mucho tiempo (en promedio la vida del plomo en la sangre es 36 semanas), pero sí permanece depositado en algunos tejidos y órganos incluyendo el cerebro. Históricamente, las dos fuentes principales de plomo en el medioambiente fueron el combustible y la pintura. A mediados de 1920 se comenzó a agregar plomo al combustible para mejorar el funcionamiento de los motores. Aunque en Estados Unidos en los ’80 comenzó a disminuir la cantidad de plomo en combustible y pintura, el incremento impresionante del tránsito de autos antes de los ´80 hizo que el plomo se depositara en las zonas urbanas, especialmente en el suelo cercano a las avenidas. Los niños absorben ese plomo del suelo vía inhalación e ingestión. Por ejemplo, turbulencias de aire causadas por el clima o por el tráfico provoca la resuspensión de “plomo en el aire”.

Denunciar al que viola la ley

En resumen, Aizer y Currier acaba de comprobar que dañar el medioambiente impacta en el delito, en la educación y en el comportamiento de los niños, y esto lo termina pagando la sociedad. Denunciar — “escrachar” — públicamente al que incumple la ley es una práctica que están aplicando en otros países y está resultando muy efectiva. Por ejemplo, el economista Mathhew Johnson (Duke University) acaba de publicar en American Economic Review un estudio que se podría traducir como “Regular vía avergonzar: efectos disuasivos de publicar infracciones”. Johnson estudia el caso de un organismo regulador de Estados Unidos que emite comunicados de prensa dando a conocer qué empresas están incumpliendo las regulaciones.

Esos comunicados de prensa son atractivos para periódicos, radios, medios en la web: los ciudadanos se enteran del incumplidor con “nombre y apellido”. Johnson demuestra que esta simple medida de enviar un comunicado de prensa a los medios es más efectiva que enviar 210 inspectores a la calle. Y otra consecuencia inesperada: no sólo la empresa denunciada mejora su cumplimiento de la regulación, sino que también las empresas vecinas comienzan a hacer los deberes: no quieren caer en el escarnio público.

Estamos inhalando plástico

Janice Brahney (Utah State University) es doctor en biogeoquímica y unos días atrás publicó en Science un estudio sobre la exposición que sufren las personas a las partículas de microplásticos.

Brahney y sus colegas tomaron muestras de tierra suspendida en aire por vientos, etc., en once localidades dispersas por el continente del norte (desde el Joshua Tree National Park en California hasta el Wind River Range en Wyoming). Luego, en el laboratorio, analizando las muestras con microscopio, encontraron polen, parte de insectos y partículas de minerales; hasta aquí nada nuevo. Sin embargo, mirando con más atención, descubrieron pequeñas partículas de plástico (la mayoría provenía de microfibras de ropa). Estaban en todas las muestras. Y había muchísimas en cada muestra: el 6% del polvo que levanta el viento en esos lugares remotos son microplásticos, lo que equivale a decir que mil toneladas métricas de plástico se depositan en esos lugares cada año por el viento y la lluvia.

Los citados investigadores se preguntan: si el polvo en el Gran Cañon contiene microplásticos, ¿cuántas de esas pequeñísimas partículas están en el polvo de las ciudades? Señalan que inhalar plásticos puede producir inflamación de los pulmones, y la exposición reiterada a estas micropartículas de plástico podrían desembocar en problemas respiratorios como asma y cáncer.

En un artículo en New York Times, Brahney comentaba: “En 2018, cerca de 359 millones de toneladas métricas de plásticos se producen en el mundo. El plástico es útil, por supuesto, y lo necesitamos para la medicina, para la seguridad alimenticia y la tecnología. Pero, ¿realmente necesitamos tirar las decoraciones de plástico usadas en el cumpleaños para comprar otras distintas para la próxima celebración?”

(*) Decano de la Facultad de Ciencias Empresariales de la Universidad de Montevideo.

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