OPINIÓN
En las causas últimas del populismo hay una combinación de inseguridad económica, amenazas a la identidad nacional y un sistema político que falla en sus respuestas.
El American Economic Association, a través de Journal of Economic Literature, suele publicar revisiones de libros en Economía. En su edición de setiembre de este año, aparece un muy interesante análisis de un libro del que no me había percatado de su existencia aún: “The Populist Temptation: Economic Grievance and Political Reaction in the Modern Era” de Barry Eichengreen (1). Eichengreen es un economista e historiador económico afiliado a la Universidad de California en Berkeley, una de las mejores del mundo. Su prosa es de fácil lectura. Sus libros, a pesar de tocar temas complejos, suelen ser de lectura amigable para el público no especializado y desafiante para los entendidos.
En el primer párrafo del libro, Eichengreen trae una memorable cita del Juez Potter Stewart sobre que la pornografía es difícil de definir, pero “I know it when I see it” (la reconozco cuando la veo). Algo similar sucede con el populismo, no existe una definición de consenso, pero creemos saber señalarlo. Eichengreen propone definir el populismo como un movimiento político con tendencias anti-elite, autoritarias y nativistas.
El enfoque interpretativo de Eichengreen es útil para entender populismos pasados y presentes. Los factores económicos están en primera línea.
Desempeños económicos globalmente pobres alimentan el descontento. La globalización, la revolución industrial u otros shocks económicos crean ganadores y perdedores. Los ganadores no suelen ser sensibles a las adversidades de los perdedores. Entonces, cuando el sistema político, a través de la institucionalidad y élites, protegen a los más afortunados sin atender a los afectados, se genera el campo propicio para el surgimiento de líderes populistas culpando a “otros” por el sufrimiento del pueblo nativo, del que obviamente ellos forman parte. Así, el mundo se divide en nosotros y ellos, los buenos y los malos.
Los ingredientes de anti-élite, autoritarismo y nativismo de Eichengreen permiten incorporar tanto populismos de izquierda como de derecha. De esta forma, se diferencia de visiones macroeconómicas que focalizaban en la izquierda, como las de Rudgier Dornbusch y Sebastián Edwards. En un trabajo de 1991, refiriéndose a la experiencia de América Latina, concebían el populismo como una aproximación a la economía con énfasis en la distribución de ingresos y riqueza, con baja consideración por la estabilidad económica, las cuentas fiscales, el financiamiento inflacionario o la intervención estatal en los mercados. Estas políticas, aún asumiendo buenas intenciones, fueron casi que determinísticamente ineficientes.
En su forma más básica, el populismo divide a la sociedad en las élites y el pueblo. Las élites controlan la economía, el sistema bancario y el gobierno, tanto en su expresión ejecutiva, legislativa como judicial. El “poder” es el resultado de una conspiración contraria al pueblo. Qué o quiénes constituyen este pueblo y quiénes quedan por fuera, suele ser instrumental al interés del populista que lo resuelve definiéndolo en oposición a “otros”.
Estos “otros” podrán ser el sector financiero, los políticos corruptos, la justicia o la oligarquía. El pueblo es el resto, especialmente los nativos del país, dejando por fuera grupos minoritarios religiosos, étnicos o migrantes.
Esta forma de partir las aguas genera un antagonismo natural con las instituciones de gobierno y sus técnicos. La tecnocracia es élite, no es pueblo. De la misma manera, descree de la democracia representativa por la misma influencia de la élite y favorece las formas directas de democracia sobre la delegación de gobierno. El populismo es también un estilo político agresivo, listo para golpear al establishment en procura de satisfacer necesidades urgentes. Así, se desprecian los modismos políticos tradicionales y se recurre a expresiones subidas de tono, descréditos o insultos.
En las causas últimas del populismo hay una combinación de inseguridad económica, amenazas a la identidad nacional y un sistema político que falla en sus respuestas. El líder populista ofrece soluciones sencillas de talle único. Bajo el gran paraguas de nosotros contra los otros, de los buenos contra los malos, de la virtud y la moral contra la bajeza, es suficiente con golpear al enemigo.
Como Eichengreen reconoce, la clasificación de qué políticos fueron o son populistas es debatible, aún dentro de su definición anti-elite, autoritaria y nativista. Al hacer el repaso mental final, es claro que no todos los condimentos están siempre presentes. Sin embargo y a pesar de no haber nombrado particularmente a nadie en esta nota, me gustaría creer que el lector reconocerá personajes pasados y presentes, tanto a nivel mundial como regional. No es lo que queremos.
1) El artículo lleva por título “The Historical Perspective on the Donald Trump Puzzle: A Review of Barry Eichengreen's The Populist Temptation: Economic Grievance and Political Reaction in the Modern Era” y fue elaborado por Konstantin Sonin.