Mantengo una lista de temas para tratar en estas columnas, que se nutre de ideas que saco de la agenda pública o de reflejos ante situaciones con las que me encuentro en el día a día. Uno de los temas que desde hace algunas semanas estaba en mi lista es el del título de la de hoy. Tema que he tocado en columnas anteriores, al realizar propuestas de políticas públicas. En ellas he trasmitido mi pensamiento al respecto, que no consiste en un “blanco o negro” sino que se compone de matices de gris.
Por ejemplo, en “Pensando en la agenda (II). Es necesario más crecimiento” (del 1° de abril), señalé que, “si ocurren cosas como las de las “vacas atadas” que pululan por doquier, se debe a que el Estado lo permite, por acción u omisión, mediante malas regulaciones o por falta de ellas. Y la falta de competencia en un mercado, siempre termina cayendo sobre el bolsillo del consumidor. Como se ve, no siempre la solución pasa por “menos Estado” sino, como en este caso, por “más y mejor Estado”.
Y en la última columna de esa serie, “Pensando en la agenda (V). Debemos ponerle motor al velero” (del 13 de mayo), terminaba con “Un apunte final. Las reformas no se deben encarar con un sesgo ideológico. No importa que el gato sea blanco o negro, sino que cace ratones. No es Estado o mercado. Es Estado y mercado. Hay áreas en las que falta acción del Estado y otras en las que sobra. Estado y mercado tuvimos en la excelente gestión de la pandemia. Libertad responsable para los privados y guía y cuidados desde el sector público”.
Por lo que queda clara mi visión al respecto.
Ahora bien, el pasado 25 de octubre me topé en Twitter con una definición del magnífico cantautor catalán Joan Manuel Serrat, ante la Fundación Princesa de Asturias, que proclamaba: “No estoy conforme con el mundo que me ha tocado vivir. Vivimos un tiempo contaminado, hostil, insolidario donde los valores democráticos y morales han sido sustituidos por la avidez del mercado y donde todo tiene un precio".
Mi reacción ante dicha afirmación fue el siguiente posteo: “No, Serrat, no. Donde funcionan los mercados las cosas van bien. El problema se da donde políticos voluntaristas creen saber más que el mercado”.
Tweet que dio lugar a señales de aprobación y de reprobación. Dejando de lado algunas de éstas, insultantes, elegí algunas de las discrepantes, que reproduzco a continuación.
Una, “No Javier. Dijo la "avidez del mercado". Desde EE.UU. a otros países se regulan algunos mercados. Precisamente por la "avidez"”.
Dos, “Serrat no se opone al mercado como institución. Rechaza la exageración del mercado en las relaciones humanas. La mercantilización total. Tan rechazable como la estatización total de la vida”.
Tres, “Muy simplificado el pensamiento para un mundo muy complejo”.
Discrepantes ellos conmigo, no yo con ellos, al menos parcialmente.
Primero, “el mercado” o, en términos más amplios, “el capitalismo”, ha dado lugar al mayor progreso humano de la historia, sacando a las personas de la pobreza como ningún otro sistema económico ha podido hacerlo. Y, en particular, lo hace la “avidez” de las personas, como enseñó Adam Smith.
Segundo, existe una correlación estrecha entre los rankings de libertad económica y de progreso económico.
O sea que con mi tweet no estaba descubriendo la pólvora ni mucho menos, sino, en todo caso, afirmando una obviedad.
Que es “una simplificación”, es claro que lo es. Pero ella refleja muy bien la realidad del progreso humano y el éxito económico. Otra cosa es que sea una verdad absoluta y sin cortapisas. Que no lo es. No se es menos liberal por admitir el rol regulador del Estado en sectores en los que falla la competencia. En nuestro país hay numerosos ejemplos al respecto. Que el Estado cumpla satisfactoriamente con ese rol, es otra cosa.
No es por “la avidez del mercado” que éstos se regulan sino por fallas, defectos en su funcionamiento o por tratarse de bienes y servicios públicos, “utilities” en inglés, como es el caso del sector financiero, el de la energía y el de otros por el estilo.
Precisamente Estado y Mercado deben actuar en armonía y de manera complementaria. La ideología conduce a pretender sólo a uno de ellos, según el bando del ideólogo. El pragmatismo, a lo mejor de cada uno.
En nuestro país hay casos elocuentes en los que sobra Estado, otros en los que falta y otros en los que se debería desempeñar mejor.
Entre los que sobra, están cosas tales como la producción de cemento y la de agricultura con propósito energético, ambas en Ancap. Pero también “sobra Estado” en numerosas oficinas y agencias que se acumulan haciendo cosas parecidas como detectó recientemente Ceres con el apoyo de la IA. Sobra Estado en la estructura del sector público, con demasiados legisladores, ministerios, intendencias, ediles y alcaldes.
Falta Estado, en cambio, en el Marconi, donde un tweet expresaba que no me veía allí. Y no, no es necesario estar allí para saber lo que allí sucede. No es la primera vez que pongo este ejemplo, desde que en 2010 conocí ese barrio y una joven me confesó que cuando buscaba trabajo mentía sobre su domicilio para que no la descalificaran, en una situación lamentable de discriminación. Falta Estado en las cárceles, una vergüenza nacional. Falta Estado para cuidar de los trabajadores informales que no son considerados por regímenes de protección social hechos a medida de quienes estamos en la formalidad.
Y hay, finalmente, otros ámbitos y otros temas en los que el Estado se debería desempeñar mejor. Es el ámbito de las regulaciones, donde, según los casos, el Estado se ha metido con y sin razón. Como ocurre en la salud, el transporte, el mercado de las frutas y verduras o el de la distribución y comercialización de combustibles. Como hemos visto antes, atrás de las malas políticas en general, y de las malas regulaciones en particular, se encuentran las cuatro íes: ignorancia, ideología, idiosincrasia e intereses creados.