La gran cosecha de cereales, que en 2016 ha batido récords en los principales países productores gracias al buen tiempo, está detrás de una bajada de sus precios del 39% desde 2011, cuando se alcanzó máximos.
Y ese descenso de los cereales es el principal responsable de que el Índice de Precios de los Alimentos que publica la FAO —la agencia de la ONU para la alimentación y la agricultura— registrara una caída por quinto año consecutivo (un 1,5% respecto a 2015).
Precisamente, el Departamento de Agricultura de Estados Unidos (el cuarto productor y el tercer exportador mundial de trigo) anunció que la siembra de ese cereal este invierno ha sido la menor en el país desde 1909. La bajada de los precios de venta —acompañada de un descenso de los futuros del trigo en la Chicago Board of Trade de otros cuatro años seguidos— ha motivado la decisión de los agricultores de EE.UU.
"La explicación rápida para la caída de los precios reside, obviamente, en la cantidad de oferta", admite Abdolreza Abassian, economista jefe de la FAO. El buen clima y las inversiones realizadas por los productores durante los años de precios altos han llevado a una gran disponibilidad en el mercado que conlleva la disminución de los precios.
Aunque resulte negativa para los productores estadounidenses, esa caída que arroja el informe no ha sido celebrada por los consumidores ni los países importadores de alimentos. Por dos razones. La principal reside en el tipo de cambio. El índice de la FAO —como los mercados internacionales de alimentos y de la mayoría de materias primas— funciona en dólares. Y el dólar ha seguido la tendencia opuesta a la de los alimentos. Esto significa que el trigo puede caer un 20% pero, al hacer el cambio de divisa, un país puede acabar pagándolo más caro que antes.
La segunda razón que atempera la relevancia de la bajada del índice es que se trata de un indicador global y de precios medios. Mide mensualmente las cotizaciones internacionales de cinco categorías de productos: cereales, aceites vegetales, carnes, lácteos y azúcar. ¿Por qué esos cinco? "Exceptuando las carnes, son precios que se pueden consultar sin hacer estimaciones, y sirve para orientarnos sobre la tendencia de los mercados globales", explica Abassian. Ese carácter general, que lo hace útil para observar el comportamiento global, tiene sus inconvenientes: es posible que baje el precio de los cereales en su conjunto (trigo, maíz, arroz...), pero que el de uno de ellos esté subiendo.
O puede que caiga el índice en conjunto, arrastrado por los cereales (9,6% menos en 2016), pero otras categorías suban. Por ejemplo, el precio del azúcar ha crecido un 34,2% en el último año. Hubo menor oferta por parte de Brasil, India o Tailandia. Y además este precio se ve afectado por la cantidad que se destine a la producción de etanol, a su vez condicionada por los mercados del petróleo y otros combustibles. La carne (un 6,84% menos) y los lácteos (4,05%) bajaron, pero los aceites vegetales (11,43% más) subieron en 2016.
La oferta y la demanda seguirán siendo la respuesta más rápida para explicar la evolución de los precios, sin olvidar el comportamiento del dólar. Pero las grandes alteraciones, según Abassian, hay que buscarlas más allá. "La inestabilidad política, las nuevas decisiones comerciales...", enumera. Por lo pronto, China, actor principal del mercado alimentario, ha anunciado que tasará el grano para destilación —un producto intermedio para producir etanol— que importa de EE.UU. con un impuesto anti-dumping de entre el 42,2% y el 53,7%, en lugar del 33,8% anunciado en septiembre. Y las compras de etanol estadounidense pasarán de tributar un 5% al 30%.
La evolución de estas relaciones, junto a la inestabilidad en el Mar Negro y las políticas que aplicará Sonny Perdue como Secretario de Agricultura de EE.UU. —dijo que será la voz de las preocupaciones de los productores— resultarán decisivas en el comportamiento de los precios alimentarios globales.
LA TENDENCIA SERÁ MARCADA POR CÓMO EVOLUCIONEN LAS RELACIONES DE CHINA Y EE.UU.